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lunes, septiembre 03, 2012

Paul Zinnard - Orbit one. Two Mad Records, 2012.


Paul Zinnard - Orbit one. Two Mad Records, 2012.

No, no es que uno esté deseando ver oscuros cúmulos, cirros y estratos en el horizonte y comprobar echando una ojeada al parte meteorológico que los termómetros ya no están a punto de derretir su propio mercurio, pero cuando deja su estancia a media luz, manotea con el control remoto de su humilde equipo sonoro para encontrar el nivel de volumen adecuado y se deja acunar, literalmente, por unas canciones cercanas, de piel tersa y entrañas maduras, hasta se olvida de mirar por la ventana y de desear que el crudo y fiel invierno revierta en calor interior las punzadas de gusto provocadas por la escucha reposada de un grandísimo disco como este.

Podría firmar con su nombre real, Carlos Oliver, pero el hombre detrás de este misterioso pseudónimo ya tiene suficiente bagaje como para permitirse jugar con la nomenclatura a su antojo. Después de firmar un par de dignísimos trabajos con The Bolivians, acompañado del hoy reputado músico y productor José Nortes, y de continuar andanzas en el mundo del pop independiente (por su factura, no por su público) con The Pauls en cuatro injustamente olvidados trabajos, el mallorquín firma ‘Orbit one’ para seguir jugando en terreno propio, girando alrededor de las mismas convicciones y con el mismo olfato que lo ha convertido en el músico de personalidad arrebatadora que ahora es. La música de raíz norteamericana condiciona en fondo y forma sus movimientos, basados en unos arreglos de cuerda ahora más preciosistas que nunca. Ahí están sus pequeños dioses (los de muchos) Hank Williams, Neil Young, Johnny Cash y hasta Randy Newman, acompasando cellos y violines para envolver historias basadas en sucesos leidos por casualidad (‘Listen everybody’ narra la muerte de los atracadores de un autobús en Brasil tras ser respondidos con fuego real a sus amenazas con armas de plástico), retratar vilmente a la cultura machista (excelente perfil el dibujado en ‘John Wayne’), encontrarse con un anarquista y vivir para contarlo (‘Man for you’ es el desacomplejado recuerdo de sus conversaciones) o hacer hablar a sus zapatos con insospechado realismo (‘My shoes’ resume los avatares de un día cualquiera en una vida cualquiera). Hasta su abuela y sus peripecias vitales tienen cabida en la letra de ‘Away from home’, en otra demostración de que este disco hay que entenderlo desde dentro para disfrutarlo desde fuera.

Acompañado por su habitual cuarteto de cuerda, los espléndidos Ansalawi, José “Niño” Bruno a la batería, Mauro Mietta al piano y Jaime Perpiñá al bajo ponen el punto de virtuosismo que esta colección de intensidad musical necesita, y para que todo quede en su sitio, Oliver-Zinnard nos deja escuchar una nana acústica (‘Again’), un rock and roll dylaniano que se desmarca de los medios tiempos restantes (‘Happiness’) y otra versión alternativa de ‘A good thing that you know’, cambiando a Tom Petty por Wilco, si es que eso es posible. Claro que a la banda de Jeff Tweedy ya nos los recuerda en ‘When good things go wrong’, con esa melancolía que los de Chicago empezaban a destilar en sus mayúsculos ‘Being there’ y ‘Summerteeth’. No es un advenedizo el chaval, como se podrá comprobar.

Al final, bajo el manto de seda de una delicia como ‘Beyond the moon’ y el poso de esperanza que te deja este disco, se hace aún más incomprensible que otra joya como ‘Songs of hatred and remorse’ (2010) pasara igual de inadvertida que esta… o no. En este mundo de iPods, oídos acelerados y descargas a la carta, hay que ser muy valiente para grabar discos de forma tan concienzuda, y más aún para ser capaz de escucharlos con el mismo cariño.

         

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