Hace mucho tiempo que descubrimos el potencial, no solo musical, de Amy Winehouse. Allá por 2004 nos tropezamos por casualidad un disco, “Frank”. Y esas “casualidades” son siempre las que nos dejan los mejores hallazgos, los mejores sentimientos y lo mejor de la música. Recuerdo que en la primera escucha me equivoqué y aseguré cual Olivia de Havilland aferrada a la tierra de sus antepasados, que la que cantaba era Marcy Gray. Una voz sutil (en este trabajo simplemente era una voz sutil, aún tendría que explotar más), cercana al soul R&B-rizado, y con temas elegantes. Desde luego tendría que ser la Gray. Pero yo sí me equivoqué, no como la protagonista de “Gone with the wind”. Amy Winehouse era la artífice. Amy “casa-del-vino”, como creo que todos nos hemos referido a ella... maldita manía de traducir española...
Aquel primer trabajo lo exploté hasta reventar. Tanto a nivel personal como a nivel profesional usando casi todas sus canciones. “You know now” tan cercana a un soft-jazz con reminiscencias brazileñas a lo lejos, pero con ese toque Steve Wonderiano que a todos nos ha hecho sonreir en alguna ocasión. El “There is no greater love” que nos devolvía a una época en la que Billie Holiday vestía trajes largos en clubs nocturnos. O el “In my bed” con una base musical muy del estilo de Laureen Hill pero con esa flauta travesera setentera. Jazz, soul, reagge, R&B,... todo se resumía en un “Frank” tranquilo que pasó por nuestras tiendas de puntillas pero que de la forma más espontánea se quedó como uno de los destacados de nuestra modesta colección de CD's. Y recuperándolo ahora vía Spotify (todo por no levantarnos a buscarlo, quizás por pereza o quizás por no enfrentarnos al poder emocional de ese trabajo), nos damos cuenta de lo imprescindible del mismo. Sin llamadas de atención, sin desequilibrar a la artista del arte, sin todos esos excesos que su siguiente trabajo le dejó a nivel musical.
Dos años después, vía BBC radio, escuchamos una canción con una producción impecable que sonaba a los '60 pero con toda la perfección sonora de la actualidad. Volvía a tratarse de la londinense, de la Winehouse, pero totalmente cambiada. Y tanto que cambiada, ya que había dejado su imagen más “modosa”, más blanca, y se había convertido en una Ronette del siglo XXI. Moño a lo Divine, ratty beehive, con toda su exageración, con un maquillaje más que marcado, cual Cleopatra trasnochada, y con una actitud vendida en sus videoclips totalmente guerrera. Nada que ver con aquella Amy del jazzístico “Frank”. Porque el “Back to Black” era eso mismo, una vuelta a lo negro, estilísticamente, musicalmente y, en cierta medida, en lo que a su vida personal se refería.
“You know I'n no Good”, “Back to Black”, “Love is a losing game”,... y aquellos guiños tan cercanos a The Suppremes como “Addicted” o el “Tears dry on their own”, homenaje en todos sus pasajes de aquella maravilla musical que Marvin Gaye y Tammy Terrell popularizadon hacía entonces más de 40 años. Canciones con mayúsculas bajo la producción del genial Mark Ronson (hermano de la polémica DJ Samantha Ronson) que nos hicieron confiar de nuevo, y a ciegas, en el poder de la música, en lo que era capaz de transmitir. Volvió a ponerse de moda un estilo como el soul más clásico pero en la voz de una chica blanca inglesa, de clase media y con más de un problema con las autoridades. Lo tenía todo para poder haberse convertido en leyenda 40 años antes, pero se convirtió en su propia estrella 40 años después. Casualidades...
Aquel “Back to Black” nos dejó grandes momentos musicales, pero también grandes momentos de tertulia con los amigos. Analizar las canciones, decidir cuál era la mejor, cuál sobraba,... opiniones en tertulias alcoholizadas y con nocturnidad alevósica que siempre nos llevaban a alabar a la “gran” Amy. Y es que aquí jugábamos con toda la ventaja de mundo: era muy fácil de convertir en “grande” teniendo tantos puntos a favor: su voz, su música, su vida, su estilo,... pero también su ciudad, nuestra amada Londres, y su barrio ese Camden donde siempre acabamos rindiendo tributo indie por sus calles. Ese halo era el que rodeaba nuestra visión de la Winehouse, lo transformaba en todo lo perfecto y quizás lo fundía un poco con ese lado fan que en realidad nunca abandonamos en nuestras adolescencias...
London, 2007. Todos y cada uno de los periódicos gratuítos que podía obtener en las paradas de metro o en los stands callejeros tenían algún artículo relacionado con Amy Winehouse. Escándalos en fiestas, “pilladas” con compañías poco recomendables,... Todos los días había foto y artículo con los que poder humillarla públicamente a través de los tabloides. En un programa de tertulias matutino encontramos a su hermano (parecido a ella no le faltaba) hablando sobre las salidas de su hermana. Sobre sus salidas y sus entradas, claro. Y no perguntéis por qué pero en mi móvil tengo guardada desde entonces una foto que le hice a ese momento... No tiene explicación, pero ahí está...
Una de las noches nos llevaron a un local que teníamos ganas de pisar desde que nos habían hablado de él: Madame Jojo's. Templo del soul y sus ramificaciones en el corazón más subterráneo de nuestro querido Soho. Un lugar pequeño pero lejos de todos las las típicas discotecas o pub del momento, allí o aquí. Soul, ska, R&B... Marvin Gaye, la Motown, The Funk Brothers,... Y de repente suena alguna canción de Amy Winehouse. Os podréis imaginar ese exacto momento en el que comenzaron los primeros acordes... Era como sentirse en casa, como saber que todo va bien, que nada de lo que pudiéramos tener fuera importara... Esa sensación, y no otra, es la que su música nos fue dejando tema a tema. Sider, white wine y mucho soul acompañaron aquellas horas hasta el amanecer, convirtiendo el Madame Jojo's, al que no hemos vuelto desde entonces (quizás por no querer que nos decepcionara), en un templo del soul a todos los niveles: en el nivel del estilo musical pero también en el nivel del alma.
Madrid 2008. El festival Rock in Río llega a la capi y como Winehousianos de pro, decidimos ir a verla en directo. No hubo que preguntarse nada, solo descolgar el teléfono y decirnos “compra tú las entradas que nos vamos para allá”. Y allí estábamos, 21.00, en mitad de la nada y dentro de un complejo bautizado como “ciudad musical”. Allí apareció la londinense, copa en mano, tacones como punto de apoyo y con la figura de su inseparable corista, siempre a su lado en todos los lapsus escénicos de la cantante. Despistes en las letras, despistes en los movimientos,... y como borregos, una audiencia que la alentaba a cada trago de vino que daba de su copa. Somos así, está en nuestra genética. Pero más allá de eso, más allá de comprobar que en medio de una canción se quedaba mirando los viajes que daba la tirolina sobre su público (quizás sin entender por qué había gente volando en el cielo), más allá de todo lo que ya nos había calado, compartimos canciones y momentos que sabíamos, en cierta forma, no volveríamos a vivir nunca. “La próxima vez en Londres”, nos prometimos, ¿recuerdas, Paco? Pero pronosticamos que no llegaría a un tercer disco. Y así fue.
Y ayer nos quisimos sorprender por su muerte, muerte anunciada o muerte que ya lo era desde hacía mucho tiempo. Amy era ya un fantasma antes de ser fantasma, pero con todo el glamour que conllevaba ser un fantasma con esa voz, o con ese legado. Un intento de levantar la cabeza con aquella versión del “It's my party” hizo fantasear a algunos devotos con una vuelta a la industria; pero sabíamos que no sería así. En la prensa todos los medios se hacen eco, pero más que nada por la imagen que esos mismos medios habían difundido de la artista. ¿Cuántos músicos hay que mueren en circunstancias parecidas y a los que no se les da tanta importancia? Sin embargo, la fama y los despiadados tabloides, con una pizca de sensacionalismo contínuo, hizo que ahora todos hablen de “leyenda”. Pero esa “leyenda” es solo la visión que de ella siempre rebotó en los medios de comunicación.
Casualidad también que muriera en esa edad maldita, la de los 27, la edad de los Cobain, de los Morrisson, de los Joplin... en definitiva, de los grandes. Quizás “grandes” por las vidas que llevaron. Quizás por ser ejemplo de vidas entregadas y vividas por y para la música. Quizás por la “tragedia” de las muertes que se ven venir de lejos. Pero todos ellos, incluída Amy, vivieron como quisieron vivir. Aunque intentaran obligarles ir a rehabilitación, ellos siempre dijeran “no, no, no...”... Y ahora todos hablan y recuerdan la muerte de Michael Jackson... justo el día anterior al concierto de Amy Winehouse en el Rock in Rio de Madrid... Pero Amy no era Michael, reconozcámoslo. Sin embargo, por esas razones tan poco científicas, tan poco objetivas de las que hemos estado hablando, sí que se ha convertido en leyenda. Esas razones que solo nos han dejado sus canciones, 2 discos, una edición deluxe y un puñado de colaboraciones varias. No ha sido necesario más. 5 años de ascenso y descenso, de habladurías, de vídeos colgados en internet y de “qué pena de chica” en cualquier conversación al respecto. Porque quizás las leyendas no tienen por qué forjarse, sino sentirse, y a nosotros quizás, solo nos quede sentir ese leyenda y la promesa de volver a Madame Jojo's y de tomarnos 2 o 3 pintas de sidra en su honor en cualquier pub del Camden.
Como cantaba en la "Tears dry on therir own", "the Sun goes down"... y sí, the Sun went down... Just for you, just from us.
"Tears dry on their own" (David LaChapelle, 2006)
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