Lo bueno que tienen algunos artistas (definamos artistas: cantantes, músicos, grupos en general,…), almenos los que aportan algo de feeling con su visión del mundo, es que pueden reinventarse en cada segundo. Pueden desaparecer, volverse a conformar y reirse, en definitiva, de cada una de las características que (por desgracia) los críticos les colgamos. Cass McCombs es uno de ellos, y pudimos ser testigos de esa ruptura de prejuicios e ideas preconcebidas en el show que dejó a orillas del Mediterráneo dentro del ciclo que los amigos del Heineken Music Selector están llevando a cabo.

Cass es esquivo y crítico; es un cantautor de folk de esos típicos que estamos acostumbrados a ver en películas como en “The thing called love”, guitarra en mano, almas rotas y canciones melancólicas y llenas de caminos áridos que recorrer en un viejo Mustang. Atormentados, apesadumbrados, quizás con una botella de whisky añejo a medio acabar… Todo tonterías y visiones quizás demasiado idealizadas de lo que un cantautor americano debería ser. Con Cass descubrimos que todo esto no tiene ningún sentido y que él mismo se rie de la propia sombra que genera. Rompe lo que todo el mundo espera de él y además lo hace por todo lo alto.

Así vivimos el concierto que dio en la Sala El Loco de Valencia, con un darnos cuenta a cada canción que la forma muchas veces es una trampa para el contenido. Un cantautor que vino con guitarra, sí (además sin púa), pero con una banda tras de él. Teclado, batería, bajo y un pedal steel guitar con el aroma más clásico y country que podamos imaginar. Músicos todos ellos asidos de raíz a la sonoridad y cadencia que ese country-folk requiere, sin sobresalir uno sobre otro en ningún momento, sin convertirse en los virtuosos del jazz que improvisan a cualquier posibilidad. Haciendo, en definitiva, que la música fluyera de la canción hacia el público y no hacia la propia canción (algo que con el pop o el rock, por ejemplo, suele suceder). 5 músicos de mirada lacónica y perdida y escondidos en la oscuridad escénica, esta vez nada metafórica, rojiza y tan de bar de carretera de la Ruta 66.

Y en esta ambiente Cass desplegó su álbum fotográfico de sentimientos, vivencias y vitalismo (aunque pareciera que no) haciendo un recorrido por casi todos los trabajos de su discografía. Nada de centrarse en ese ying-yang conformado por “Wit’s End” y “Humour Risk”, los dos trabajos editados con a penas meses de diferencia y que nos muestran dos lados totalmente distintos del de Californa. Nada de presentar en sociedad sus últimas canciones, eso sería lo que todos esperarían. Así que recorrió todos sus trabajos a lo largo de la docena de temas que descargó en escena. Así comenzó su clase magistral con “My master”, del primer LP de 2003, “A”, al que siguieron temas como “Substraction”, “Hermit’s cave”, “Harmonia” o incluso ese “Not the way” que daba título a su primer EP de 2002.

Un setlist en el que las canciones más rasgadas se vieron las caras con temas como el “That’s that” o con ese “Country line” con el que finalizó el concierto (sin concesión a bises) y en el que la parte instrumental cobró, aquí sí, todo el dramatismo y fuerza que quizás no había en otros temas. Con pequeños solos nada estridentes, nada fuera de lugar y sin los histrionismos propios del rock, Cass dio paso a los músicos que le acompañaban. Una de las pocas interactuaciones con el público que tuvo (además de interesarse por cómo había transcurrido la jornada de huelga o de pedir que le cambiaran la iluminación del stage). Un expléndido final para un gran concierto en el que el dejarse llevar por la música era el secreto para poder evadirse durante casi 1 hora y media y prestar atención a todas y cada una de las notas. Algo que en la soledad de nuestros reproductores podemos hacer sin problema pero que pocas veces podemos disfrutar desde el escenario. Y Cass McCombs lo consiguió. Nos transportó a los lugares de su “PREfection”, a las catacumbas,… y paseó su “Droppint the writ” a través de ese humor de riesgo…

Os dejamos con “That’s that”, uno de los temas que componían el “Dropping te writ” de 2007 y que, sin duda, se convirtió en una de esas sorpresas “buenrrollistas” de la noche. Porque, ¿quién ha dicho que el folk es árido y pesado? Cass McCombs nos regaló este (antiguo ya) tema en que consiguió trabajo, aunque fuera en un nightclub de Baltimore… (“…So I got a job clearing toilets at a nightclub in Baltimore…”)