Hasta ahora, cada vez que iba a un parque de atracciones, lo máximo a lo que aspiraba era a que mis acompañantes se descojonaran de mi cara de susto al ver cómo se invierten las cabezas de los que se atreven a subir a monstruos mecánicos como el famoso Dragon Khan de Port Aventura, y digo esto porque ni loco se me ocurriría comprar un billete para “viajar” por unos minutos a lomos de dicha bestia. Llamadme soso, aguafiestas o simplemente prudente –lo prefiero a los adjetivos que en tales situaciones ponen en duda mi hasta ahora bien reputada hombría-, pero aún no le he cogido el punto a eso que mucha gente llama “el placer del riesgo”. Mi concepto de pasar un buen rato va por otros caminos con menos piruetas y cinturones de seguridad. Pero tal vez si visitara Thorpe Park, un costosísimo enclave recreativo (casi 20 milloncejos de libras les ha costado la broma a los contribuyentes) situado en Surrey, al sur de Inglaterra, mi habitual reticencia ante la posibilidad –remota- de que alguien pudiera convencerme para la hazaña empezaría a flaquear, y me explico.
Resulta que a los responsables del parque en cuestión se les
ha ocurrido la idea de añadir un poquito de rock and roll al paso del personal
por una de sus más solicitadas atracciones, una gigantesca noria de esas que
parece que te van a dejar al mismo borde del abismo llamada The Swarm y que
marea con sólo mirarla. Aunque no sé yo si la música elegida para acompañar el
viajecito será la más apropiada, porque los You Me At six, que así se llaman
los responsables de poner la banda sonora, se caracterizan por hacer un rock alternativo
tirando a duro que puede hacer que la cosa sea aún más vertiginosa. EMI, su
discográfica, ha vendido los derechos de uno de sus temas para que cada uno de
los que suban a los vagones tenga la oportunidad de descargar digitalmente la
canción que les recordará para siempre tan grata experiencia. Así, cada vez que
la pongan en casa sentirán deseos de ponerse boca abajo, hacer el pino o subir
a la azotea que el viento desordene sus cabelleras, y cuando sus vecinos les
pregunten qué es eso que suena a toda pastilla ellos les contestarán que es “el
tema de la montaña rusa”. O el grupo sale fortalecido de este experimento y sus
discos se empiezan a escuchar por doquier, o todo se queda en una fallida
maniobra de marketing que sólo beneficia a los dueños del recinto.
Si esto llegará a los parques temáticos del resto del mundo,
España incluida, es algo que no me importa demasiado, pero puede que con esta
iniciativa más de uno intente conseguir un ‘Ticket to ride’ a lomos de algunas
de las atracciones más grandes del planeta. ¡Dios mío, esto da demasiadas
vueltas!
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