El Ser Humano – Pyla Pan. Malatesta Records, 2013


El Ser Humano – Pyla Pan. Malatesta Records, 2013

Hace poco más de un año, El Ser Humano, seudónimo de Gonzalo Fuster, tras un tiempo tocando en Ontario y en Trinidad, sacó un disco en solitario, titulado también “El Ser Humano”. El álbum fue una gratísima sorpresa en un panorama cada vez más igual, con un público deshabituado de aventurarse en la preciosa labor de abrirse a nuevos bandas, sonidos y conciertos. Era una obra sin grandes ambiciones, deliberadamente pequeña y de presentación, como ese vecino nuevo que te da tímidamente la mano, pero con el que sabes, enseguida, que vas a congeniar.

Desde entonces, decenas de acústicos y algún que otro eléctrico, además de un nuevo álbum de Trinidad. Pero ahora, por fin, a escasos días de acabar el 2013, nuestro vecino humano nos ha invitado a cenar, hemos entrado en su casa, y hemos descubierto algunos de sus secretos: sus fotos con sus padres, sus amigos, su decoración, su tapicería, sus cachivaches de cocina, algo de su historia, como sus dos semanas en Angola...

Tras escuchar el nuevo álbum de El Ser Humano, Pyla Pan, también editado por Malatesta Records, algo se te va quedando: esos versos que, desde el primer momento, anidan en la nebulosa de tu mente, letras enteras que recuerdas en apenas una escucha, luces de farol entre la gris espesor de las nubes bajas. A pesar de su condición musical mucho más guitarrera, menos, volvemos a ello, pequeña, en verdad, es casi una obra más íntima y delicada, que corrige los mínimos defectos del anterior y potencia las virtudes. La abstracción de la que hablé cuando hice la crítica del primer álbum de El Ser Humano va desapareciendo tenuemente, quedándose al fondo del retrato, como si Gonzalo ya no temiera mostrarse sin mascara, ni quisiera ocultar sus palabras, aunque sigue siendo fiel a sus disparatados giros, que nos hacen perdernos en medio de esa niebla hasta que vuelve a recogernos. Pyla Pan es una patada en el suelo, el repiqueteo de un cubierto sobre la mesa a la hora de la cena con nuestro vecino.

Ya desde la introducción del cd, con un potente solo de batería cortesía de Dani Cardona, también productor del álbum, se nos indica que El Ser Humano ya no es el de hace prácticamente sólo dos días: ahora es alguien que ríe en alto durante una canción de amor, en medio de un buen día para él. Le hemos pillado disfrutando ese apacible latido country que le proporcionan las canciones de Dwomo y Sokolov, continuamente esperando junto al mar el sonido de un amor (últimamente, gracias a un amigo, he logrado no diferenciar un amor de EL amor), el viento de la noche, que también llega riendo. A base de decepciones, El Ser Humano (aunque cualquier ser humano debería verse aludido) aprende que no hace falta esperar a que aquéllas cojan polvo. Gonzalo, en verdad, nos está ayudando, está compartiendo con nosotros (¿qué mejor finalidad para una obra de arte que compartir un sentimiento, una emoción?) un secreto a la vista de todos: que podemos coger todas esas decepciones, incluso las más dañinas, y juntarlas, como una milagrosa cura que cicatrice nuestros cortes. Pyla Pan es, sí, un disco lleno de luz, tan brillante que, por extensión, sería imposible que no nos viéramos reflejados por ella, como si nos rodeáramos durante su escucha de superficies totalmente blancas.

Pyla Pan es, advertencia para el que lea estas líneas, demasiado bello como para dejarlo sonar en un desierto, es el perfecto recorrido pop, la verdad que nos deja sordos y mudos a cualquier otra cosa que no valga la pena recordar, el beso cuando llegamos a casa: porque un beso, EL beso, es lo único que cuenta en esta vida. Pyla Pan es, esta vez sí que sí, una obra maestra: es, mientras dure, y durará mucho, nuestro nuevo hogar. Ahora somos el vecino que debe invitar a cenar.

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