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viernes, agosto 01, 2014

Arenal Sound - Playa del Arenal. Burriana, 31.07.14


Festival Arenal Sound - Playa del Arenal. Burriana, 31.07.14

Menú playero: aperitivos y entrantes. La música es lo de menos.

Gente sin camiseta. Chicas en bikini (me aclaran que no, que esas son prendas normales, lo que pasa es que estamos en verano y hace calor y tal). Botellas, vasos, tiendas de campaña, sombreros, gafas de sol y más botellas. Seguratas que no recuerdan ni por dónde han entrado. Wifi intermitente. Aseos perfumados con ambientador natural. Periodistas que solo han ido a ver a dos grupos y a su primo que trabaja en sonido. Entrevistas que se posponen y ruedas de prensa que se cancelan. Bandas solicitadísimas que no dan la talla ni para tocar en el salón de casa. Músicos de altura que nadie conoce. Consecuencias (i)lógicas de asistir al Arenal Sound. Digan lo que digan (no, aquí no actuaba Raphael, eso era en el Sonorama), el balance del día es el que es y cada uno lo cuenta a su manera. Mejor dicho, como le interesa.

El pop estilizado de los catalanes Mishima ya hace tiempo que abandonó sus inclinaciones anglófilas (cantar en su lengua materna no sé si nos hace demasiado bien a quienes empezamos a apreciar sus discos) y se centró en el perfeccionamiento de un temario brillante, cuidadísimo y a ratos tremendamente arrebatador. Una hora escasa en la que desbrozar las letras de sus dos últimos trabajos, ‘L’amor feliç’ y ‘L’ànsia que cura’ se convirtió en la tarea principal de unos músicos astutos que hacen piña en torno a un líder, David Carabén, con una bien ganada imagen de intelectual y experto en prestaciones poéticas pero la mar de entretenidas. Ojalá su recorrido prosiga un camino tan poco trillado como el que les ha traído hasta aquí.

En el lado opuesto, y ya como dueños y señores del escenario principal, se presentaron La Pegatina, una banda que sigue siendo mucho más apreciada fuera que dentro de nuestras fronteras, lo cual resulta igual de incomprensible (cuentan en el documental que repasa su trayectoria que se han subido a un escenario de forma oficial más de 700 veces) y que se ha salido del mapa de lo que antes llamábamos “música étnica” –esa mezcla festiva y superficial de reggae, funk, ritmos balcánicos transformados en vulgar verbena y las indispensables gotas de ska- para situarse en una nebulosa de buen rollo mundial coreado con acordeones, trompetas y panderetas e inundar el planeta de color y empatía con un público que solo los necesita como compañía sonora para su botellón particular. Nada nuevo, todo muy cogido con alfileres, pero respetable al menos por la cantidad de kilómetros que se hacen al año y la fidelidad de unos fans que los erigieron en los primeros triunfadores de la tarde del jueves. Su amigo Santi Balmes, antes de volver a cansarnos con la etiqueta de Love of Lesbian, aliñó el show con su presencia vocal en ‘Amantes de lo ajeno’-luego a su banda le devolverían el favor en ‘Víctimas del porno’- y levantó el ánimo de los que ya aguardaban el enésimo pase del ‘Club de fans de John Boy’ ensayando el pogo que, la verdad sea dicha, prendió la mecha del festival en el momento adecuado con los habituales recursos de mezclar en los vientos de sus temas ‘I will survive’ con ‘We will rock you’, ‘The final countdown’ y otros himnos de desfase colectivo. Sobreviven instalados en la comodidad que les proporcionan sus inmensas limitaciones y saben que lo que hacen lo pueden hacer otros muchos, y además mucho mejor, pero lo adornan de la forma más inteligente posible y triunfan en la escala que necesitan con temas como ‘Olivia’, ‘Sun Bay’, ‘Chocholoco’ (tan profunda como siempre) y la reciente ‘Lloverá y yo veré’, sin más complicaciones que las de adivinar cuánta gente arrastrarán a su próxima fiesta. A esta asistieron como colofón sus colegas de Trashtucada, que ya habían abierto el tercer escenario, y los de Alamedadosoulna, que lo completarían un par de horas después. Todo queda en casa, con la salvedad de que cada vez son más los invitados.

El retorno de Elefantes debería haber trascendido en mucha mayor medida. Shuarma, Hugo, Julio y Jordi lo han retomado justo donde lo dejaron, pero ahora tienen más ganas, más solidez como músicos y un disco desigual del que rescatar dos pares de grandes melodías. ‘Escuchar al viento’ da juego a la afectación permanente del líder, que se atavía de unas castañuelas como atrezo para recordar que siempre fueron un grupo preocupado por las formas y dueño de un buen fondo de armario del que tirar en ocasiones en las que el público (mayoritariamente tibio en su recibimiento) y el sonido no les permiten grandes licencias. Por el lado de la nostalgia cayeron ‘Azul’, ‘Somos nubes blancas’, ‘Por verte pasar’, ‘Que yo no lo sabía’, una ampliada y más eléctrica ‘Cuéntame’, ‘Abre más ancho el camino’ y el intento de apoteosis final con ‘Piedad’; canciones preciosas en muchos casos que encontraron acomodo hace demasiados años y que ahora se embuten en un repertorio con resultados irregulares en el que empiezan a despuntar ‘Equilibrios’, ’10.000 formas’ y el reciente lanzamiento ‘Descargas eléctricas’, a la espera de ver y escuchar cómo evoluciona una gira en la que hay depositadas demasiadas esperanzas.

¿Hemos dicho ya que Love of Lesbian empiezan a aburrirnos? Por si no quedaba claro que asistir a un festival con un cartel y unos parámetros ciertamente dirigidos, el amigo Santi se empeñó en aclararlo con un nuevo capítulo de su show “soy el puto amo y he venido a que me lo digáis”. Caretas gigantescas, alusiones constantes y cada vez menos divertidas al sexo en comuna, una presentación circense y la constatación definitiva de que la fórmula del pop festivo a la que se abonan en directo no está agotada, por desgracia, sino que, al contrario, se perfila como insustituible en un escenario que los catalanes han hecho suyos por fuerza de la condescendencia del público que disculpa el brusco corte de sonido a la cuarta canción y ríe las gracietas de ‘667’ y ‘Si tú me dices Ben yo digo Affleck’ y abarrota el asfalto con las explosiones de ‘Noches reversibles’, ‘Algunas plantas’, el ombliguismo de ‘Me amo’ y ‘Manifiesto delirista’ y otra clónica revisión de ‘Belice’. Todo el mundo sabe ya lo grandes instrumentistas que son, lo que se lo curran en directo y bla, bla, bla, pero en la misma medida deberíamos irnos planteando si su omnipresencia en el tablón de festejos veraniego es verdaderamente necesaria. Pero se me olvidaba que estamos en un festival, y en la playa para más señas, así que lo mejor es que el lector obvie las líneas anteriores.


Recuperarse de los apretones, estados alterados y repeticiones de estribillos hasta a ras de suelo no era tarea fácil, sobre todo cuando el siguiente en salir a escena era el mallorquín Lluis Albert Segura al frente de L. A., la banda que comanda desde hace algunos años y con la que está recogiendo los frutos que con tanto empeño sembró. Practica un rock americanizado, con las guitarras en primer plano y una tremenda pegada, y ha ganado en experiencia y temple teloneando a monstruos de estadio como Muse o Franz Ferdinand y recorriéndose festivales por media Europa y USA. Por eso su último y meritorio disco, ‘Dualize’, suena tan musculoso y sus medios tiempos rockerizados ‘In the meadow’ u ‘Older’ recuerdan tanto a Wilco como a Pearl Jam. Cada directo de esta banda hace esperar el siguiente con expectación y la seguridad de que nunca va a decepcionarte. Sin duda, uno de los grandes “tapados” del evento.

Todo lo contrario era la actuación de la joven Azealia Banks, neoyorquina adscrita al poder mediático del nu-soul , o lo que es lo mismo, el hip hop de corte comercial acompañado de una impecable presentación y campañas exageradas de promoción. Queda claro como el agua tras escuchar su poderío vocal en ‘212’ que las expectativas son grandes y la actitud de la artista indudable. Cuatro bailarinas espectaculares y un par de coristas le bastan para poner casi fuera de combate a cualquier rival pasada o futura, de las que tal vez M.I.A., de fresco recuerdo en el FIB, sea la única que aún conserve el cetro del género, si es que lo que hace pueda incluirse en alguno concreto. ‘Liquorice’, ‘No problems’, ‘1991’los hits se sucedieron en apenas una hora de actuación que o mucho me equivoco o la harán habitual de aquí a poco en los carteles de nuestros festivales. Ya lo son, y tampoco necesitan coartada, los Crystal Fighters, que repiten conciertos, arengas y gestos allá donde se les convoca y a los que les basta con presentar ‘Solar system’ para tener a la mayoría (a nosotros a esa hora nos reclamaban otros quehaceres) rendida a sus pies. ‘Love natural’ y ‘LA calling’ son los termómetros de costumbre y sus pintas, tan indefinidas como prácticas, colaboran en el tratamiento de shock. Sigo pensando que el exceso y la sobreexposición son a la larga malas consejeras, pero a ellos –y parece que a la organización, que parece tenerlos en plantilla sin pedirles explicaciones- debe darles lo mismo, a tenor de los resultados.

Todo principio tiene su fin. Nos hubiera encantado disfrutar más en profundidad del directazo de los nórdicos French Films, que pasaron casi sin pena ni gloria por el segundo escenario y solo llamaron la atención de los que aún conservaban algo de cordura para detenerse a escuchar propuestas alejadas de lo que todos buscaban, que no era otra cosa que partirse el pecho y la camisa con los de la txalaparta. Tienen un disco de lo más apañado, ‘White orchid’, y argumentos de sobra como ‘Where we come from’ y ‘Take you with me’, que defienden con solidez, pero les falta justamente eso: un nombre. Pero eso se gana, claro, y en ello están.


Como entrante, a la ensalada servida en la primera noche “grande” del Arenal Sound le faltó algo (bastante) de sabor, pero nada que no pueda arreglar el primer y segundo plato. Ya veremos si el menú final merece la pena.


MISHIMA









LA PEGATINA













ELEFANTES





















LOVE OF LESBIAN














L.A.













Texto: JJ Stone
Fotografías: Raisa McCartney

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