Llega un momento en que en esta ciudad es imposible atender a todos los eventos musicales y, en general, culturales, que suceden a lo largo de la semana. Ayer decidí retarme a mí mismo a un "tour de force": tras ver a los nerviosos Aullido Atómico en el Aperitiver del Tulsa y parar para tomar un bocado por Benimaclet decidimos seguir arañando la noche pop valenciana. Ayer, como cualquier otro sábado, la oferta era amplia.
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Fotografía: Juanjo Frontera |
Pero nos decidimos por ir a la Caverna, el mítico garito de la Calle Cuenca, porque es un clásico y a los clásicos hay que visitarlos de vez en cuando. Y también porque lo que se ofrecía anoche era digno de verse. Monserrat son un grupo gestado entre Alicante y Madrid que hace las delicias de cualquier aficionado como yo al pop sesentero de The Association, Left Banke, Billy Nichols, Millennium, Eternity's Children, o los Ángeles (por incluir un referente español). El proyecto de Javier Monserrat ha ido creciendo poco a poco hasta dar como fruto una de las grandes sorpresas del año en formato vinilo. Doce canciones de pop acaramelado, atemporal y tremendamente inteligente que viene a traer todas esas referencias a las que aludía antes, pero sin necesariamente recurrir al "homenaje" evidente, sino que muestra una personalidad (y hablamos de Monserrat como banda, no como ejercicio individual) fuera de toda duda. Su primer disco -autoeditado- es uno de los debuts más brillantes del pop patrio de los últimos años. En la onda de gente como Pigmy o Rusos Blancos, su sunshine pop sobrecoge por una factura, tanto compositiva como instrumental, delicada, cuidada y orfebre, que hace esperar grandes cosas de ellos.
Por eso merecía la pena el esfuerzo y corrimos de un sitio a otro anoche para llegar a tiempo, entre otras cosas porque la ocasión tenía reclamo doble: nada menos que el gran Gilberto Auban, de nombre artístico Gilbertástico para los que aún no tengan el gusto de conocerle, abría para Monserrat y la verdad es que hacía tiempo que no había tenido la oportunidad de verle tocar (y eso que se prodiga). Echaba de menos su forma tan acrobática de tocar el piano, esa inocencia que impregna en cada uno de sus gestos y la forma tan inteligente y divertida que tiene de contar sus historias.
Por supuesto, el siempre entrañable valenciano no decepcionó en absoluto. Centrado en su reciente "El que corre con los búfalos", pero con alguna recuperación del pasado, divirtió y deleitó haciendo lo que mejor sabe, puesto que se trata sin duda de uno de los músicos más dotados de esta ciudad, que funciona a la perfección como "one-man-band" usando su teclado de forma pirotécnica. Especialmente celebradas fueron su certera "Monta, toca, vete" y esa descacharrante oda al amor turbulento que es "Arduo es el camino", participantes de un cancionero que goza de muy buena salud y que sirvió como fantástico primer plato del menú de la noche.
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Fotografía: Juanjo Frontera |
Sin hacerse esperar, tras una presentación muy de fan por parte de Gilberto, el equipo visitante subió al escenario. Un Javier Monserrat con atuendo muy sixties "costa oeste" y bigote, salió acompañado de una banda cuya complicidad a la hora de arropar adecuadamente sus composiciones constituye por lo menos un 50% del resultado. Pablo Magariños, Rafa Quinto y Javi Montiel no son escuderos, sino parte fundamental de un sonido bien proyectado y mejor ejecutado, que si bien no pudo reflejar la ampulosidad y el detalle de su plasmación vinílica, sí que sirvió para mostrar una formación en pleno auge, que contó además para la ocasión con la participación a la trompeta de Ernest Aparici, miembro de la banda local Polonio. Los juegos vocales entre Javier y el batería Pablo Magariños (también integrante de Litoral y acompañante de Julio de la Rosa) dieron empaste a certeras dianas pop como "Canción de otoño", "La playa", "El cielo cruje", otras con toques country como "La gran escapada" o el que para mí fue el punto álgido de la noche, con voz protagonista del antes mencionado batería .
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Fotografía: Juanjo Frontera |
Una preciosidad con tonalidad de folk tradicional castellano llamada "Valladolid", que perfectamente podemos definir como una de esas joyas que hacen parar el tiempo. Consiguieron un gran momento que no hizo sino coronar una actuación sobresaliente. Tamaño despliegue de orfebrería hizo que mereciera la pena el viaje relámpago de un lado a otro de Valencia y la falta de digestión de la cena. Noche de pop luminoso, noche de música importante.
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