Estar cara a cara con la grandeza artística no es algo que suceda con frecuencia. Hablo de grandeza cercana, no de ir a ver a los Tindersticks a un teatro. Ver a un vecino de tu ciudad o alrededores, de más o menos tu misma edad, llevar a cabo una manifestación de puro arte que fuera de toda duda, sin remisión, te vuela la cabeza. Eso no es algo para tomárselo a la ligera porque no pasa semana sí, semana no.
Algo así me sucedió a mi la primera vez que vi tocar a Alberto. Su habilidad instrumental, su voz, sus canciones, su sentimiento cuando las interpretaba, su TALENTO (así, en mayúsculas), era casi insultante, extraterrestre, fuera de órbita. No me he sentido así, confieso, con ninguno de los muchos conciertos de gente de Valencia a la que he ido a ver (con todos mis respetos para todos, a ver si ahora no voy a poder salir a la calle). Con él, en parte por conexión evidente de referencias y en parte por ese talento gigante del que os hablo, se obró ese "click" que es el necesario para que uno, de la noche a la mañana, se convierta en fan incondicional de alguien. Y encima el tío es majo. Si es que no falla una, el chaval.
Patricia Gázquez fotografía |
De Alberto Montero se podrían contar bastantes cosas, pues tiene una trayectoria larga, aunque siempre con una tendencia un tanto outsider de digamos, la "escena oficial" valenciana. Lo más importante ahora es que tras cinco años con el grupo Shake, conoce a alguien esencial en su carrera: Juan Pedro Parras, alias Greyhead, que les produce y edita su primer disco ("Let me wear the morning sun", 2005)y tras su disolución, el primer álbum ya como Alberto Montero (2008), pero no es hasta la llegada de "Claroscuro" (2011), primera referencia en castellano, en que el del Puerto de Sagunto afianza su sonido característico, delimitado por un gusto por la psicodelia más ácida de los 60, el folk inglés, refencias de los años 70 patrios y algo de folk alternativo coetáneo. Todas ellas referencias claras, que a cualquier otro le supondrían resultados más o menos miméticos, pero a él le atribuyen un sonido sólido, propio y ajeno a comparaciones.
Traer sonidos lisérgicos a nuestros días es bastante difícil y si con "Clarooscuro" ya consiguió cotas altas en ese empeño, con "Puerto Príncipe" (2013), primer disco de su etapa en Barcelona -ya con el sello bCore- las dotes compositivas de este hombre se encumbraron fuera de toda previsión. Fue aquél un disco mayúsculo, enormemente bien planeado y ejecutado y sobre todo, certero, que si bien recibió buenas críticas, no la atención merecida. Os hablo de seguramente uno de los 5 mejores álbumes que se han hecho en España en los últimos 20 años. Este país es lo que tiene...
Superar semejante cima, evidentemente, es complicado. Llegados al presente año, además de sus frecuentes actuaciones, Montero da señales de vida con la edición de un proyecto lejano (grabado en 2013) -titulado "Montero de Halcones"- llevado a cabo con Jesse Sparhawk, americano y alma gemela, que edita ¡sólo en cassette! la valenciana Mascarpone Records. Un trabajo experimental, de sonido psych acústico y grabado de forma digital a través de la web, que sin duda deja testigo fehaciente del elevado nivel de talento de sus cerebros pensantes.
Y, por fin, llega el nuevo y esperado trabajo de Alberto: "Arco Mediterráneo".
Como digo, superarse con los precedentes con que contamos es una misión de alto riesgo. Además, en esta ocasión, Montero sigue contando con los mismos colaboradores: su inseparable Román Gil (haceos un favor y escuchad su recientemente editado disco "Miau!") y Xavi Muñoz -con los que ha compartido producción-, así como Marcos Junquera, que como siempre se ha ocupado de las baterías. Una vez más se han elegido diversos emplazamientos para la grabación (El Sótano en Valencia, Manlay en Barna), con la particularidad de que el grueso se ha realizado en una vieja caseta de aperos de Villareal adaptada para funcionar como estudio.
Todo este ambiente de colaboración vuelve a deparar una obra compleja, que no busca la sorpresa, pues entronca perfectamente con su trabajo anterior, pero que sí que ofrece ciertos saltos cualitativos que es conveniente analizar: En primer lugar, el disco está claramente, al menos para mí, separado en dos fases, una más diáfana y otra más experimental, que yo imagino que coinciden con la edición en vinilo (a aparecer el 27 de octubre). En lo que sería la Cara A encontramos a un Alberto Montero bastante más cercano, más amable que en anteriores ocasiones, llegando incluso a acercarse al pop más estándar (sin quemarse, no se preocupen). Yo destacaría en concreto, dos monumentos: "Madera muerta", el que será segundo single (el primero, "Cuando el aire resuena", se presentó en radio 3 a principios de mes), que cuenta con un estribillo sencillamente arrebatador y ese ejercicio supino de guitarra pop que es "Flor de naranjo", puro Byrds-Love.
Lo que sería la segunda cara, se centra en un ámbito mucho más introspectivo, casi críptico, del autor. Las canciones adoptan un halo casi fantasmal ("Arco Mediterráneo III", "Santiago de Chile") y son de estructura compleja, siempre cambiante. También aquí encontramos en mayor abundancia lo que es el otro salto cualitativo del disco: los arreglos, en especial los de cuerda, alcanzan unas texturas y un nivel de barroquismo (para bien) a las que no se llegaba en "Puerto Príncipe" ni "Claroscuro". La voz envolvente de Alberto crea un colchón sobre el que giran las melodías y éstas se arropan con una instrumentación onírica, casi de otro mundo. Así pues, cada cara sería un todo en sí misma, aunque el conjunto ofrece igualmente coherencia.
También habría que destacar la particularidad de que la canción que titula el álbum es una canción-puzzle. "Arco Mediterráneo", quizá la más experimental de todas, está dividida en tres partes, arregladas básicamente con piano, voz y ligeros toques de cuerda. Las armonías vocales, al igual que en el resto del lp, viajan sinuosas y descubren nuevos caminos de experimentación.
Como digo, si bien no hay una gran sorpresa o ruptura en este trabajo con respecto a lo ya dicho anteriormente, sí que hay un salto grande en cuanto a factura. La capacidad compositiva de Alberto (escuchad la que probablemente sea la maravilla del disco: "La sal"), sigue añadiendo diamantes al joyero y el sonido -barroco, lujoso, refrescante- alcanza alturas insospechadas.
¿Entonces, tras toda esta letanía, el nuevo disco de Alberto Montero mola o no mola? Pues sí, amigos, mola y mucho. Hay Montero para rato.
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