Pablo und Destruktion - Sala Long Rock. Córdoba, 16.10.15


Pablo und Destruktion - Sala Long Rock. Córdoba, 16.10.15

Los que pasaban por allí no podían creerlo. Al asomar la cabeza (porque tampoco es que muchos tuvieran la intención de quedarse mucho tiempo) y ver cómo un tipo espigado, con bigote hipster y estilismo de modernete, se paseaba por entre el escaso público a grito pelado publicitando los desconocidos versos de ‘Busero español’ mientras el resto de la banda mantenía a duras penas la atención de los asistentes, volver a marcharse por donde habían venido era la opción más lógica (para ellos) y más penosa (para los de dentro). No está hecha la miel para los hocicos del asno, o algo parecido habíamos oído decir. Lo de Pablo und Destruktion, un asturiano empeñado en defender su propuesta poético-musical bajo unas mínimas señas de identidad contra viento y marea, no es que sea fácil de digerir. Más bien al contrario, meterse en vena sus tres flamantes discos uno a continuación del otro puede resultar una experiencia poco menos que turbulenta. Del primero, el sorprendente y poco valorado ‘Animal con parachoques’, al último, ‘Vigorexia emocional’, considerado entre la crema del reciente pop independiente nacional, su evolución ha estado marcada por la mejora de las condiciones de grabación y un boca a oreja relativamente salvador en cuanto a dispositivo logístico se refiere. Los dudosos logros se resumen en el apoyo instrumental de un grupo ampliamente rodado y básicamente en la especial valía de unos modos, un sello y una presencia ya controlados al cien por cien por este autor de porte extraño y férreas creencias.

Como no nos importaba, y además estamos acostumbrados, que aquello pareciese una reunión familiar más que una celebración colectiva, nos dispusimos a acomodar bien las orejas y buscar la mejor disposición de ánimo para encajar los dardos iracundos y comprometidos de los temas que suele presentar en directo. De los más escuchados últimamente en nuestro reproductor personal son ‘A veces la vida es hermosa’ (más acelerada y anárquica de lo esperado), ‘Leona’ (una canción de amor-odio-desamor-venganza que muchos de esos que hemos querido ser músicos alguna vez habríamos estado encantados de escribir), y ‘Mis animales’ (ahí estaba Nick Cave, como un advenedizo, guiando la escritura automática de unas líneas que mezclan enfermedad y amor a su mayor gloria), entonados con destemplanza ante la desidia (¿o incredulidad?) de unos espectadores que acababan de descubrir a un nuevo ídolo. Sí, es una ironía, por si alguien no lo entiende. Pero es que uno, que acababa de escuchar ‘Sangrín’, tal vez su disco clave, tenía unas ganas tremendas de que le escupieran a la cara lo que unos días antes le habían espetado al oído. Sí, es una metáfora, por si alguno/a quiere entenderla.

La cosa se tornaba cruda después de escuchar uno de los potenciales hits de una carrera que nunca tendrá ninguno, una canción tremenda y tremendista titulada ‘Limónov (De Asturias al infierno)’, llena de referencias literarias y folclóricas cantadas con rotundidad y sentimiento. Este señor es un poeta, infernal y decadente como a él le gustan los poetas, pero con una forma de escribir y decir sobradamente particular. A la guitarra tañida a modo de violín la rodean los punteos de otras dos eléctricas, un bajo y una batería que traquetean a modo de duro colchón pero saben cuándo hacer daño y no dejarte dormir con comodidad, y ‘Por cada rayo que cae’ es otra vez un dardo envenenado en la conciencia de muchos que jamás se darán por aludidos. Había también un tema escondido entre los primeros que compuso, ‘Pequeña retorcida’, cuya destinataria ignoramos, que suena mucho más crudo en las distancias cortas, a fuego lento, que cuando evapora su rabia por los surcos del vinilo. Luego, ya más centrada la guerra en su última batalla, recuerda a ‘La extranjera’ como si le fuera la vida en ello y te entran, como a él y a ellos, unas tremendas ‘Ganas de arder’ escuchando cómo te consumen las llamas de una música capaz de evaporar tus sentimientos. Así de vehemente puede ponerse el ánimo en un concierto que más que eso es una performance en toda regla.

Para atacar a aquellos que lo merecen más que uno mismo compuso ‘Pierde los dientes España’, y ahora lo proclama sin miedo a que la realidad espante a las almas incautas que osan (osamos) comulgar con sus emociones. Después, recoge los bártulos con la misma celeridad con que los traslada de escenario en escenario, charla de forma mucho más trivial con los parroquianos y se lamenta de que la buena estrella que guía a otros menos merecedores de ello –o al menos igual- esquive su sombra una y otra vez. No le faltarán ocasiones para volver a intentar encontrar el camino correcto. Aunque, si somos sinceros, nos gustaría que siguiera sin transitar la autovía principal. Sería señal de que no lo está haciendo tan mal.










































Texto: JJ Stone
Fotografías: Raisa McCartney

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