Los que pasaban por allí no podían creerlo. Al asomar la
cabeza (porque tampoco es que muchos tuvieran la intención de quedarse mucho
tiempo) y ver cómo un tipo espigado, con bigote hipster y estilismo de modernete, se paseaba por entre el escaso
público a grito pelado publicitando los desconocidos versos de ‘Busero español’
mientras el resto de la banda mantenía a duras penas la atención de los
asistentes, volver a marcharse por donde habían venido era la opción más lógica
(para ellos) y más penosa (para los de dentro). No está hecha la miel para los
hocicos del asno, o algo parecido habíamos oído decir. Lo de Pablo und Destruktion, un asturiano empeñado en defender su propuesta poético-musical
bajo unas mínimas señas de identidad contra viento y marea, no es que sea fácil
de digerir. Más bien al contrario, meterse en vena sus tres flamantes discos
uno a continuación del otro puede resultar una experiencia poco menos que
turbulenta. Del primero, el sorprendente y poco valorado ‘Animal con parachoques’, al último, ‘Vigorexia emocional’, considerado entre la crema del
reciente pop independiente nacional, su evolución ha estado marcada por la
mejora de las condiciones de grabación y un boca a oreja relativamente salvador
en cuanto a dispositivo logístico se refiere. Los dudosos logros se resumen en
el apoyo instrumental de un grupo ampliamente rodado y básicamente en la
especial valía de unos modos, un sello y una presencia ya controlados al cien
por cien por este autor de porte extraño y férreas creencias.
Como no nos importaba, y además estamos acostumbrados, que
aquello pareciese una reunión familiar más que una celebración colectiva, nos
dispusimos a acomodar bien las orejas y buscar la mejor disposición de ánimo
para encajar los dardos iracundos y comprometidos de los temas que suele
presentar en directo. De los más escuchados últimamente en nuestro reproductor
personal son ‘A veces la vida es hermosa’ (más acelerada y anárquica de lo
esperado), ‘Leona’ (una canción de amor-odio-desamor-venganza que muchos de
esos que hemos querido ser músicos alguna vez habríamos estado encantados de
escribir), y ‘Mis animales’ (ahí estaba Nick Cave, como un advenedizo, guiando
la escritura automática de unas líneas que mezclan enfermedad y amor a su mayor
gloria), entonados con destemplanza ante la desidia (¿o incredulidad?) de unos
espectadores que acababan de descubrir a un nuevo ídolo. Sí, es una ironía, por
si alguien no lo entiende. Pero es que uno, que acababa de escuchar ‘Sangrín’,
tal vez su disco clave, tenía unas ganas tremendas de que le escupieran a la
cara lo que unos días antes le habían espetado al oído. Sí, es una metáfora,
por si alguno/a quiere entenderla.
La cosa se tornaba cruda después de escuchar uno de los
potenciales hits de una carrera que
nunca tendrá ninguno, una canción tremenda y tremendista titulada ‘Limónov (De Asturias al infierno)’, llena de referencias literarias y folclóricas cantadas
con rotundidad y sentimiento. Este señor es un poeta, infernal y decadente como
a él le gustan los poetas, pero con una forma de escribir y decir sobradamente
particular. A la guitarra tañida a modo de violín la rodean los punteos de
otras dos eléctricas, un bajo y una batería que traquetean a modo de duro
colchón pero saben cuándo hacer daño y no dejarte dormir con comodidad, y ‘Por
cada rayo que cae’ es otra vez un dardo envenenado en la conciencia de muchos
que jamás se darán por aludidos. Había también un tema escondido entre los
primeros que compuso, ‘Pequeña retorcida’, cuya destinataria ignoramos, que
suena mucho más crudo en las distancias cortas, a fuego lento, que cuando
evapora su rabia por los surcos del vinilo. Luego, ya más centrada la guerra en
su última batalla, recuerda a ‘La extranjera’ como si le fuera la vida en ello
y te entran, como a él y a ellos, unas tremendas ‘Ganas de arder’ escuchando
cómo te consumen las llamas de una música capaz de evaporar tus sentimientos.
Así de vehemente puede ponerse el ánimo en un concierto que más que eso es una performance en toda regla.
Para atacar a aquellos que lo merecen más que uno mismo
compuso ‘Pierde los dientes España’, y ahora lo proclama sin miedo a que la
realidad espante a las almas incautas que osan (osamos) comulgar con sus
emociones. Después, recoge los bártulos con la misma celeridad con que los
traslada de escenario en escenario, charla de forma mucho más trivial con los
parroquianos y se lamenta de que la buena estrella que guía a otros menos
merecedores de ello –o al menos igual- esquive su sombra una y otra vez. No le
faltarán ocasiones para volver a intentar encontrar el camino correcto. Aunque,
si somos sinceros, nos gustaría que siguiera sin transitar la autovía
principal. Sería señal de que no lo está haciendo tan mal.
Texto: JJ Stone
Fotografías: Raisa McCartney
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