Kristian Matsson, The Tallest Man On Earth, presentó en La Rambleta su último trabajo, "Dark Bird Is Home". Le precedió su compatriota y amigo Markus Svensson, The Tarantula Waltz, en una noche en la que el indie folk sueco y el triunfo y la esquisitez de The Tallest Man On Earth fueron absolutos protagonistas.
Músicos que agradecen una y otra vez al que escucha, al que se acerca de algún modo a una canción, a unos versos que se pueden hacer más o menos propios pero que llegan a esa zona indeterminada que todos tenemos resguardada en algún rincón. Dar las gracias por escuchar, cuando quien está sobre un escenario ofrece casi dos horas de un concierto que superó unas expectativas ya de por sà enormes, puede resultar innecesario, pero termina de construir una imagen tan espléndida que no se puede más que devolver el agradecimiento. Por tener la oportunidad de estar ahÃ, sobre todo, y de degustar todos los matices que se pierden en un disco.
Kristian Matsson, The Tallest Man On Earth, en el enésimo juego de palabras con su propio nombre, brilló a tal altura que no podemos más que afirmar que su figura tiene grandes posibilidades de jugar un papel sobresaliente en el panorama actual del folk.
Como introducción a semejante noche, el también sueco The Tarantula Waltz, proyecto unipersonal de Markus Svensson, ofreció un show todo lo sobrio que puede resultar el género cuando se interpreta en solitario con la única ayuda de una guitarra.
Svensson, colaborador de Matsson, y con su último trabajo, el ep “Lynx” como carta de presentación, es un músico destacado en su paÃs de origen. Pero indudablemente es un gran desconocido en nuestro paÃs, aunque imaginamos que no serÃa asà para los compatriotas que asistieron a La Rambleta la pasada noche de martes. Buena elección para acompañar, la curiosidad de escucharlo con el acompañamiento de una banda y un nombre para apuntar en la agenda de curiosidades musicales a investigar.
The Tallest Man On Earth hizo su incursión sobre el escenario comenzando ya a romper esquemas mentales a pares: acompañar la entrada de los músicos con un tema es algo que, en primer lugar, no es tÃpico de cantantes de su género. Tampoco era la tÃpica fanfarria más o menos reconocible, sino (y aquÃ, claro, está, hemos tenido que realizar una pequeña labor de investigación), “Försen För Edelweiss”, del también sueco Hakan Hellström.
Por romper, destrozó la tÃpica y tópica imagen de muchos cantantes “folkies”, que puede bascular desde el aburrimiento más absoluto hasta la más prendada fascinación; la del hombre solitario cantando sus penas con una guitarra y lanzando miradas melancólicas al público.
Kristian Matsson se atavió el uniforme de bailarÃn (sobrios pantalón y camiseta negra) y, más allá de una consideración estética, hizo suyo el escenario de un modo que podrÃa resultar chocante, sin que sus canciones perdieran por ello ni un ápice de su aroma original.
Hechuras de Ãdolo pop sobre las tablas, pero estableciendo una sencilla conexión con el público, midiendo tiempos, miradas y aproximaciones. Acercándose y sentándose al borde del escenario, tumbándose en el suelo en relajada conexión con sus músicos o practicando una especie de danza desordenada con su guitarra a cuestas.
“Wind and Walls” y “1904” sirvieron de primer acercamiento de la noche al universo Dylan que tanto se usa para comparar al sueco, y que en ocasiones puede hasta doler en ese alma melómana e intransigente que muchos llevan dentro. Pero las reminiscencias no se quedan ahÃ; Bon Iver, y, hasta el mismÃsimo Springsteen, sobrevolaron en alguna ocasión las atmósferas creadas por el músico sueco.
“Fields Of Our Home” fue solo uno de los primeros instantes álgidos de la noche, asà como los momentos (hasta en dos ocasiones) en los que Matsson se quedó solo sobre el escenario. “I Won´t Be Found”, suavizada en el tono de voz y con una dulzura que no esperábamos, arrancó aplausos entusiastas (acertados esta vez, no tanto las palmas que azotaban de vez en cuando algunos temas que no necesitan de semejante acompañamiento).
Saltos temporales a lo largo de toda su discografÃa, la sorprendente voz del violinista y guitarra que le acompañaba (Mike Noyce, músico de Bon Iver, por cierto), y éxitos esperados, como “King Of Spain”, se entremezclaron de manera absolutamente medida con la colaboración de Markus Svensson (tremendamente expansivo, a diferencia de su turno en solitario) y temas como el sentido “Dark Bird is Home” y “The Dreamer”, en el que el sueco hizo el enésimo cambio de guitarra en otra demostración de su dominio (capaz de hacer sonar una guitarra eléctrica como una acústica). Todos y cada uno de ellos podrÃan perfectamente resumir los extremos a lo largo de los cuales osciló la noche. La intimidad compartida, la soledad rota en pedazos y una lectura de su música que va más allá del mero contador de historias.
Músicos que agradecen una y otra vez al que escucha, al que se acerca de algún modo a una canción, a unos versos que se pueden hacer más o menos propios pero que llegan a esa zona indeterminada que todos tenemos resguardada en algún rincón. Dar las gracias por escuchar, cuando quien está sobre un escenario ofrece casi dos horas de un concierto que superó unas expectativas ya de por sà enormes, puede resultar innecesario, pero termina de construir una imagen tan espléndida que no se puede más que devolver el agradecimiento. Por tener la oportunidad de estar ahÃ, sobre todo, y de degustar todos los matices que se pierden en un disco.
Kristian Matsson, The Tallest Man On Earth, en el enésimo juego de palabras con su propio nombre, brilló a tal altura que no podemos más que afirmar que su figura tiene grandes posibilidades de jugar un papel sobresaliente en el panorama actual del folk.
Como introducción a semejante noche, el también sueco The Tarantula Waltz, proyecto unipersonal de Markus Svensson, ofreció un show todo lo sobrio que puede resultar el género cuando se interpreta en solitario con la única ayuda de una guitarra.
Svensson, colaborador de Matsson, y con su último trabajo, el ep “Lynx” como carta de presentación, es un músico destacado en su paÃs de origen. Pero indudablemente es un gran desconocido en nuestro paÃs, aunque imaginamos que no serÃa asà para los compatriotas que asistieron a La Rambleta la pasada noche de martes. Buena elección para acompañar, la curiosidad de escucharlo con el acompañamiento de una banda y un nombre para apuntar en la agenda de curiosidades musicales a investigar.
The Tallest Man On Earth hizo su incursión sobre el escenario comenzando ya a romper esquemas mentales a pares: acompañar la entrada de los músicos con un tema es algo que, en primer lugar, no es tÃpico de cantantes de su género. Tampoco era la tÃpica fanfarria más o menos reconocible, sino (y aquÃ, claro, está, hemos tenido que realizar una pequeña labor de investigación), “Försen För Edelweiss”, del también sueco Hakan Hellström.
Por romper, destrozó la tÃpica y tópica imagen de muchos cantantes “folkies”, que puede bascular desde el aburrimiento más absoluto hasta la más prendada fascinación; la del hombre solitario cantando sus penas con una guitarra y lanzando miradas melancólicas al público.
Kristian Matsson se atavió el uniforme de bailarÃn (sobrios pantalón y camiseta negra) y, más allá de una consideración estética, hizo suyo el escenario de un modo que podrÃa resultar chocante, sin que sus canciones perdieran por ello ni un ápice de su aroma original.
Hechuras de Ãdolo pop sobre las tablas, pero estableciendo una sencilla conexión con el público, midiendo tiempos, miradas y aproximaciones. Acercándose y sentándose al borde del escenario, tumbándose en el suelo en relajada conexión con sus músicos o practicando una especie de danza desordenada con su guitarra a cuestas.
“Wind and Walls” y “1904” sirvieron de primer acercamiento de la noche al universo Dylan que tanto se usa para comparar al sueco, y que en ocasiones puede hasta doler en ese alma melómana e intransigente que muchos llevan dentro. Pero las reminiscencias no se quedan ahÃ; Bon Iver, y, hasta el mismÃsimo Springsteen, sobrevolaron en alguna ocasión las atmósferas creadas por el músico sueco.
“Fields Of Our Home” fue solo uno de los primeros instantes álgidos de la noche, asà como los momentos (hasta en dos ocasiones) en los que Matsson se quedó solo sobre el escenario. “I Won´t Be Found”, suavizada en el tono de voz y con una dulzura que no esperábamos, arrancó aplausos entusiastas (acertados esta vez, no tanto las palmas que azotaban de vez en cuando algunos temas que no necesitan de semejante acompañamiento).
Saltos temporales a lo largo de toda su discografÃa, la sorprendente voz del violinista y guitarra que le acompañaba (Mike Noyce, músico de Bon Iver, por cierto), y éxitos esperados, como “King Of Spain”, se entremezclaron de manera absolutamente medida con la colaboración de Markus Svensson (tremendamente expansivo, a diferencia de su turno en solitario) y temas como el sentido “Dark Bird is Home” y “The Dreamer”, en el que el sueco hizo el enésimo cambio de guitarra en otra demostración de su dominio (capaz de hacer sonar una guitarra eléctrica como una acústica). Todos y cada uno de ellos podrÃan perfectamente resumir los extremos a lo largo de los cuales osciló la noche. La intimidad compartida, la soledad rota en pedazos y una lectura de su música que va más allá del mero contador de historias.
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