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miércoles, noviembre 16, 2016

Elle Belga + Galope. Sala Deluxe Pop Club (Valencia). 12/11/2016

Las tormentas tranquilas que desataron los protagonistas de este concierto, hicieron de ésta la más especial, intensa y escalofriante de las veladas. 



Demasiado a menudo confundimos intensidad con velocidad, potencia con ruido. Y no es así, no tiene nada que ver una cosa con la otra. Perfectamente puede desatarse una verdadera tormenta a ritmo extremadamente lento y casi al borde del silencio. Eso lo saben bien todos los protagonistas de esta noche que aquí intentaré relatar, en la que ninguno destacó sobre los demás y entre todos dieron forma a una velada de una belleza única que permanecerá incrustada en las cabezas de los que allí estuvimos mucho, mucho tiempo. Una noche con música herida de muerte, en carne viva, de salvaje honestidad.

Lamentablemente, este tipo de intensidad no es lo popular. Pocos se atreven a descubrir lo que hay detrás de proyectos como el de Javier Marcos, bajo su alias Galope, o el de Josele García (Ex-Manta Ray) y Fany Álvarez, es decir, Elle Belga. Pero siempre nos quedará Deluxe. Ese refugio antiaéreo en el cual se cobijan de las bombas propuestas minimalistas como estas, gracias al entusiasmo de su cabecilla, Luís Nácher. Personaje que se me antoja imprescindible para entender otras formas de afrontar la programación y la dinamización cultural en esta ciudad. Sin miedo, sin tapujos, su arrojo es impresionante. Desde aquí, ahora y siempre, GRACIAS.

Dicho esto, hay que aplaudir también a quien quiera que ideara la confluencia de unos músicos tan hermanados. Ese amor de Galope por los tempos extremadamente bajos, por la aspereza de arreglos, por el llanto contenido, marida a la perfección con esa ternura al borde del escalofrío con la que riegan sus canciones Elle Belga y esa querencia que tienen a susurrar desde la penumbra. Uno desde Valencia y los otros desde Gijón, pero la verdad es que pocas combinaciones se me antojan más adecuadas, siendo que además todos se han encontrado colaborando en el magnífico disco que Javier ha sacado este año, que cuenta con la voz de Fany y guitarras/efectos de Josele.

Como siempre, humilde y verdadero, Galope abrió con fuerza una noche para la que se había reservado un importante as en la manga: el de la compañía, por primera vez, de otros músicos en su directo. Y no cualquiera: nada menos que dos de sus compañeros en una de las formaciones más longevas de la ciudad del Turia, La Muñeca de Sal. Hablamos de Juan Luís Salmerón, guitarrista de la banda y de Sergio Devece, bajista y hombre importante para el protagonista, pues es además el productor de "G" (Arbre de Cordes, 2016).


Juntos, por tanto, ofrecieron el necesario empaque a unas canciones pensadas desde y para la intimidad, pero manejando una perspectiva intensa, que acaricia la electricidad de una banda completa, llegando a menudo a explotar, como en el caso de canciones como "A", las cuales, como avisó el propio cantante, rara vez toca en directo por no contar con la compañía necesaria. Si bien no se usaron percusiones (pese a que el disco está plagado de grandes arreglos de batería, ejecutados por el propio Galope), el formato trío supo envolver estos temas sobresalientes en el halo de elegancia que requiere un estilo propio, unas canciones tan sumidas en la desolación y el naufragio que quieren romperse. Retratar todo eso entre tres, no es poco y ellos lo consiguieron con nota,

El título del último disco de Elle Belga no guarda relación alguna con la alegría acelerada. Dicen, en la canción titular, que no les basta con la felicidad, que reivindican, que reclaman "Euforia" en cada nota, en cada despedida. Ese fervor lo invierten en unas canciones susurradas desde el norte, con viento frío, pero urgentes, descarnadamente intensas, pobladas de imágenes de guerra, trinchera y dolor. Canciones sobrecogedoras que si ya estremecen al escucharlas en soporte audio, no os cuento cuando uno se haya a pocos metros de sus creadores mientras las interpretan: Toda la espina dorsal se pone de garras.


La mera presencia de Fany y Josele en el escenario es de por sí algo único. Una pareja tan serena como severa en su expresión, perfectamente dispuestos de corazón y actitud para acometer una tarea que, es plausible, se toman tan en serio como si su vida dependiera de cada articulación, de cada gesto, de cada golpe del bombo de ella, que tan solemne dirige a ritmo marcial esos cantos lúgubres que claman por surgir de la penumbra. Y aún pese a ello, hay algo luminoso, algo sumamente glorioso en todo lo que se aprecia cuando observas su interpretación. Es muy complicado explicarlo, la verdad es que uno se siente un necio intentando expresarlo en palabras. Es como si su música se hallara en el punto intermedio exacto entre la vida y la muerte.

Rodeada de un silencio sepulcral por parte de los asistentes, su actuación fue subiendo en intensidad a través de un repertorio centrado sobre todo en su citado tercer trabajo, dejando un tanto al lado los magníficos "1971" y "Refugio". Daba igual: cualquier cosa, cantada como la cantaron y tocada como la tocaron, hubiera surtido el mismo efecto. Un efecto devastador y a la par, de una belleza suprema. La sombría hermosura de temas como "Euforia", "El juego" o "Descansa" brillaba en las caras de sus intérpretes que, a ritmo de cortejo, las iban despedazando trocito a trocito, cantándolas a coro con muecas de dolor y una solemnidad sentida y querida, nada impostada.


Por si fuera poco, aún añadieron, al acabar su repertorio, una guinda al pastel que nos dejó extasiados a algunos. Nos premiaron a todos con un final apoteósico: una escalofriante versión de aquél "My riffle, my pony and me" que Dean Martin cantara con voz sedosa a dueto con un jovencísimo Ricky Nelson en el western "Rio Bravo" (Howard Hawks, 1959), que aquí sonó tan imponente que aún me pone los pelos de punta recordarlo.

Las tormentas, antes de devenir en truenos y relámpagos, van precedidas de calma chicha, pequeños momentos de tensión que preludian el desastre y que no por más silenciosos son menos temibles. La noche del sábado quedo demostrado que cuando el corazón late lento es quizás cuando más se aprecia la vida, a base de rozar la muerte. Javier Marcos, junto con sus compañeros de banda y sus invitados asturianos nos brindaron una de esas tormentas tranquilas que aún resuena en nuestros oídos y que será muy difícil de borrar. Esperemos que se repita, porque las sensaciones extremas que se viven a través de ellas sin duda causan adicción. ¿Para cuándo la próxima dosis?

Galería de imágenes (por Susana Godoy & María Carbonell):



































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