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FotografÃa: Juanjo Valls |
Nunca me pierdo a Damien Jurado. Bueno, sÃ, una vez me lo perdÃ, pero fue porque me encontraba convaleciente de una nada desdeñable operación. Quitado de eso siempre que he podido he ido a verle. Por la sencilla razón de que asà como sus discos son siempre distintos, traslada ese constante cambio también a unos directos que igualmente acaban siendo superlativos. Claro que su tremenda voz y un repertorio que se mire por donde se mire, está lleno de piezas maestras, hacen que cualquier envoltorio quede bien.
No obstante, debo decir que en esta ocasión cierto escepticismo se apoderó de mi. Quizá porque la vez anterior le vi con una banda increÃble tocando un cóctel alucinado de psicodelia y folk o quizá porque ya le habÃa visto en teatro, no sé. El caso es que no me embargaba tanta emoción como otras veces y eso que el disco que venÃa a presentar -"The horizont just laughed"(Secretly Canadian/Popstock!)- me parece de lo mejor de su discografÃa. Sin embargo, algo ocurrió en este concierto que me lo hará imborrable...
Pero empecemos por el principio. En otro alarde de buen gusto, la promotora Tranquilo Música volvió a obsequiarnos con un gran doble cartel. Abrió Nacho Casado, al que llevo siguiendo años ya sea con La Familia del Arbol o con esta etapa bajo su propio nombre que ha inaugurado con un disco, "Verâo", que es una delicia de texturas delicadas que mezcla de manera personal el pop y la música popular brasileña, de manera equidistante entre Kings of Convenience y Joao Gilberto. Asà lo trasladó a un directo sobrio, pero tremendamente emocional, que añadió enteros a unas canciones de por si magnÃficas a través de un toque maestro a la guitarra, una voz diseñada para emocionar y la sinceridad del que canta directamente desde el alma. Diré lo que creo que es lo mejor que se puede decir: fue el complemento perfecto para el concierto descomunal que nos esperaba.
Un Damien Jurado, acompañado a la guitarra por su buen amigo Josh Gordon, apareció en el parco y amplio escenario del Teatre El Musical del Cabanyal con un semblante ciertamente serio. Es decir, tampoco es que nunca haya sido la alegrÃa de la huerta este hombre, pero podÃa adivinarse que algo no iba demasiado bien. No obstante, tomó asiento y la misma voz sedosa, de perfecta afinación y rabiosamente emocional comenzó a teñir de azul todo el aire que nos rodeaba. Sonaron "Ohio", y gran parte del material de su nuevo álbum, "Allocate", "Dear Thomas Wolfe", "Cindy Lee", "1973", "Percy Faith", "The last great Washington State", asà como otro recuerdo a "Rehearsals for departure" (1999) con "Saturday", tras la cual, algo pasó...
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FotografÃa de Juanjo Valls |
A tamaño despliegue de honestidad brutal, le siguió una actuación que aunque debo hacerlo, me cuesta una enormidad describir con palabras. Si es cierto lo que contaba -y no seré yo el que lo ponga en duda- lo que hizo durante los más o menos cincuenta minutos siguientes fue digno de alguien sobrehumano. Tocó con tal sentimiento, con tal encarnizada pasión, que el tiempo se congeló. Soy persona que usa con frecuencia el adjetivo "sobrecogedor", pero os aseguro que aquà no lo hago en balde. Lo fue, y mucho.
Continuó, pues su set con "Marvin Kaplan", una preciosa nueva canción paradógicamente titulada "I've been keeping me sick", algún otro recuerdo como "Sheets" o "Rachel and Cali", asà como más novedades como "When you were few" o "Birds tricked into the trees". Un repertorio nada acomodaticio, como acostumbra a hacer, que se vio además encumbrado por una soberbia versión de su recientemente fallecido amigo y productor, el genial Richard Swift, titulada "The novelist", en la cual el guitarrista Josh Gordon hizo un sensacional trabajo de transposición de arreglos de piano a guitarra.
Ya él solo y con "Cloudy shoes", "AM AM", "Exit 353" y su única canción de amor "Shape of a storm" salió del escenario y obtuvo la subsiguiente ovación del público. Una ovación de las que tiran la casa abajo. Tuvo que salir. Nos regaló "Museum of flight", un "The Killer" realmente estremecedor. Muy, muy, impresionante. Y tras prometer no hablar más de asesinos acabó con algo parecido a "Silver Donna" (no estoy seguro) que acabó en una especie de coda a la guitarra acompañada de un silbido. De repente, abandonó la guitarra y continuó con el silbido acompañándolo de un ritmo que ejecutaba con las manos en su pierna. El silbido siguió y siguió, como un mantra. Todos contemplábamos alucinados a aquél hombre que nos acababa de regalar una lección de honestidad, de amor por su trabajo, de vida y de música superlativa, en definitiva, mientras se levantaba sin dejar de silbar y desaparecÃa tras el telón, seguramente para derrumbarse de dolor en algún sillón.
Enfermo o no, hizo uno de esos conciertos que se quedan grabados en la retina. Un concierto, si me permiten la expresión, acojonante. Algo que no se paga con dinero, para contar a los nietos. Asà que Damien, no lo dudes nunca, por gente como tú nos gusta tanto esto.
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