Ah, el año 68... El año de la Primavera de Praga, del recrudecimiento de la guerra de Vietnam, de las revueltas estudiantiles de París, del asesinato del reverendo Martin Luther King y Robert F. Kennedy, del lanzamiento de lanzamiento de las primeras sondas espaciales, del regreso al rock de Elvis...
De todo ello y de la música, en forma de álbumes, que se editó aquél año ya dimos cuenta en nuestros cinco especiales "La revuelta del 68: 50 discazos que cumplen 50 años" (rastread nuestra sección Del Pop), en los que hablamos de un buen montón de obras maestras a las que la perspectiva del tiempo no ha hecho más que dar más relieve si cabe. Fue el año de "Music from big Pink", de "Astral weeks", de "The Village Green Preservation Society", de "Electric Ladyland" y en fin, de maravillas sin las cuales la evolución de la música popular no hubiera sido como hoy la conocemos.
De todos ellos, si bien no el mejor, pues eso irá en gustos y serios competidores tiene, el más singular, el más excesivo y uno de los más visionarios fue, cómo no, facturado por la banda más grande del universo en aquél y en cualquier momento futuro desde entonces: The Beatles. Y su disco doble, homónimo, de portada completamente blanca y con nada menos que 30 canciones en su interior representa para muchos la panacea del formato álbum, precisamente por contener tanta información (y tan buena) que podría decirse que aquí está todo lo que necesitamos saber respecto a música rock.
Para entender un poco el porqué llegaron a hacer algo tan excesivo debemos remontarnos al año anterior, un 1967 que había visto florecer el verano del amor con el "Sargent Peppers Lonely Hearts Club Band", su gran hito discográfico, como banda sonora. No obstante, para ellos fue período más bien aciago, junto a este gran triunfo se acumularon problemas y también algún fracaso, como la fallida película "Magical Mistery Tour". Los problemas fueron todos debidos a un sólo suceso: la muerte del hombre que les había descubierto y cuidaba de ellos como si fueran sus hijos, su faro y roca: Brian Epstein.
Un ser frágil por naturaleza, depresivo e incapaz de lidiar con sus apetitos sexuales y una homosexualidad que jamás pudo sacar a relucir libremente, el que fuera manager y protector de la banda más poderosa del mundo, dejaba este mundo -nunca se supo si a causa de suicidio- un 27 de agosto de 1967. Cuando "los chicos", como él les llamaba, se enteraron, sintieron que el cielo se derrumbaba sobre sus cabezas. Incapaces de asumirlo, hicieron las maletas y huyeron a la India para serenar su alma aprendiendo meditación trascendental junto al Maharishi Mahesh Yogi.
Más unas vacaciones que un intento serio (salvo par George) de encontrar su espiritualidad, los cuatro Beatles descansaron, olvidaron y compusieron una cantidad ingente de canciones, que como particularidad, dado que allí no tenían instrumentos eléctricos, habían sido compuestas con guitarras acústicas, lo cual a la larga supondría un giro importante en su música.
John ya andaba con Yoko y se presentaba con ella a todos los ensayos y sesiones de grabación, esto hacía que la magia habitual que los cuatro lograban se diluyera sensiblemente. Los demás estaban molestos y no lo disimulaban. Todo el mundo encabronado. Para colmo, el pobre Ringo no entendía que pintaba él en todo ese galimatías y dejó la banda durante unos días, hasta que los demás le rogaron una y mil veces que volviera.
Apenas tuvieron un día para poner en común los temas, dejando grabada una demo acústica de algunos de ellos en la cabaña Kinhaus de George en Esher, lo que tradicionalmente se ha conocido como las "Esher Demos" (incluidas en la reedición del disco que acaba de salir) y que suponen la última grabación de los Beatles sonando como una auténtica banda. Hecho esto, pasaron al estudio, donde las cosas se pusieron más complicadas.
Entre medias, demasiadas horas de tensión y desavenencias, saldadas con la huida del genial ingeniero de sonido Geoff Emerick, el constructor del sonido beatle que tanto había ayudado a la banda a aventurarse por otros territorios, y con la salida de Ringo durante unos días por no hallarse cómodo entre las constantes discusiones de unos compañeros que eran todos creadores y no parecían necesitarle. Fue un toque de atención, no obstante, que sirvió para lograr cierta unión: todos los demás le mandaron mensajes con cosas como "eres el mejor batería del mundo, te queremos, vuelve a casa" y cuando volvió al estudio, lo encontró sembrado de flores. Puro espejismo de reconciliación, como se vería poco después.
El producto, que salió a la venta el 22 de noviembre de un año tan convulso como 1968 con una portada totalmente blanca obra del artista Richard Hamilton sobre un concepto ideado por McCartney, no convenció a todo el mundo. Críticos como el siempre excesivo Nick Cohn dijeron de él que era "aburrido hasta decir basta" e incluso a alguno de los Beatles, como por ejemplo George, tampoco quedaron satisfechos. Él mismo dijo de él a posteriori que varias de las canciones podrían haber sido usadas como caras B de single, pero en aquél momento había demasiado ego en el grupo como para plantearlo. No obstante, el disco, pese a ser caro por ser doble, fue número uno a ambos lados del Atlántico. Algo tendría.
Y lo que tenía era un amalgama tan variado de sonidos como era posible viniendo cuatro cabezas pensantes experimentadas, en plenitud de facultades compositivas y con ansias de experimentar. A canciones dulces y minimalistas como "Julia", "I will" o "Blackbird" se contraponían cosas más elaboradas y orquestadas como "Glass onion", "Dear Prudence" o "Savoy Truffle"; alegres tonadas para cantar en el campo como "Don't pass me by","Bungalow Bill" o "Obladi-Oblada" se veían acompañadas por animaladas del calibre de "Yer blues" o "Helter skelter", lo más cerca que estuvieran jamás del rock duro. Complejos a la vez que geniales ejercicios de composición como "Why my guitar genlty weeps" (primer puñetazo en la mesa de Harrison), "Happiness is a warm gun" o "Martha my dear", veían su contrapunto en incursiones en el mundo de la musique concrete como "Revolution 9" o esperpentos como "Honey pie".
Al "álbum blanco" se le ha mirado y remirado, se le ha dado la vuelta como a un calcetín cientos de veces por todo tipo de críticos, estudiosos y eruditos. Como a todos sus discos se le ha cuestionado, se ha puesto al nivel de las obras divinas y se ha tirado por tierra. Al final, queda el noveno disco de los Beatles. Un disco fantásticamente empaquetado y que contiene un montón de información de una gente brillante con total libertad creativa. Creo que eso es más que suficiente para que cuente como adquisición obligatoria para cualquiera que quiera enterarse bien de qué fue eso que un día se llamó rock and roll.
Además, el hito del disco es suponer la definitiva desmembración de una banda que era un monstruo de cuatro cabezas, con una camaradería y una unión que parecían inquebrantables, pero que alcanzaron, como todo en esta vida, su fin. Y fue aquí, grabando estas canciones, cuando los Beatles encontraron dicho San Martín como entidad. Después vendría el intento de grabar el disco "Let it be" y la película correspondiente, que plasmaba a la perfección su desintegración total y la realización de un último disco (quizá el mejor) al modo tradicional, con todo el poderío del que eran capaces, pero hecho cuando ya eran un matrimonio divorciado. A partir del doble blanco nada volvió a ser igual.
Además, os diré que este disco tiene algo especial, un halo que lo cubre y que hace que te enamores secretamente de él. Es difícil reconocer que te gusta más que "Revolver" o "Abbey Road", pero muchos me han confesado que así es y yo tengo que reconocer que a veces también lo pienso, aunque luego me lo niegue a mi mismo... Ser del álbum blanco es algo así como ser un tipo especial. Justo es que cumplidos 50 años y habiendo sido el disco que más acompañó o representó a un año tan histórico como el 68, se le rinda homenaje.
Tenemos por un lado, por supuesto, la edición del correspondiente caja de aniversario a todo lujo con las remezclas de Giles Martin (hijo de George Martin), las Esher Demos y un apabullante montón de tomas alternativas de las sesiones originales. Quizá todo esto sea un mecanismo más para que el pobre fanático -y los Beatles los cuentan por miles y miles- se rasque una vez más el bolsillo para pagar un precio exorbitante, pero por lo que dicen las mezclas y el brillo sacado a las demos merecen la pena. Yo no sé que deciros, mi oído tiene un límite muy corto...
Por otro lado, tenemos todos esos homenajes que músicos de todo el mundo van a perpetrar para traer a la vida de nuevo esta música.
Y a cuenta de esto, me permitirán que por una vez hable de algo en lo que participo, pues tendré el honor de hacer de maestro de ceremonias en el homenaje que se ha organizado en Valencia para este sábado 24. José Antonio Commandant, un histórico de la promoción y producción de eventos en esta ciudad, ha reunido a un bárbaro elenco de músicos locales para un evento que se antoja delicioso. En el Club La Edad de Oro (Carrer Sant Jacint, 3) se darán cita gente como Grannies, Caballero Reynaldo & The Grand Kazoo, Tin Robots, Hank Idory, Revival y alguna sorpresa más, junto con la pinchada maestra de Juan Vitoria que servirá de colofón. Las entradas, pueden adquirirse aquí.
Y perdérselo supone la excomunión.
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