La primera edición del Secret Vida, de los responsables del Vida Festival, partía de la premisa de un cartel secreto en un entorno de ensueño y ofreció propuestas como las de José González, Temples, Niño de Elche, Gruff Rhys, Sara Fontán y Delorean.
Dicen que soñar es una de las constantes del ser humano; que imaginar realidades deseadas nos mantiene vivos, y, por qué no, un poco más despiertos y firmemente aposentados sobre nuestros zapatos, por contradictorio que pueda parecer. El sueño de un melómano podría ser esa pieza preciada de coleccionista o ser capaz de viajar en el tiempo y el espacio y situarse para vivir ese momento histórico sobre un escenario de otra época. El sueño de un promotor musical, dar con la fórmula o la no-fórmula que conjugue calidad artística, éxito de público y rendimiento financiero. Y el del festivalero podría ser (aparte de pasar unos días divertidos y en buena compañía) encontrarse con un cartel hecho a medida que colmara cualquier sueño húmedo-musical que pudiera haber alumbrado su cerebro.
La premisa del Secret Vida parte de esa materia sensible, los sueños, para darle la forma previa que cada sector implicado en este negocio del entretenimiento quiera o pueda darle. La quimera del festival soñado, el que juega con el anhelo del público y con la capacidad de sorpresa de cada uno (y con el derecho a la queja del ciudadano medio, claro está) se transforma, gracias a sus ideólogos, en un festival gourmet que bebe del espíritu del Vida Festival pero con un cartel secreto hasta el momento de cada actuación.
Con la referencia del Sinsal por delante, pero muy distintos en su planteamiento (el festival gallego más enraizado con la naturaleza, el catalán con la magnificiencia burguesa de un palacete como escenario) la sensación de exclusividad y lujo dentro de un evento tan cotidiano y normalizado como un festival de música, provoca cierta sensación de irrealidad en unos primeros momentos que fueron acompañados de un cava de bienvenida y un pulular continuo de outfits de fin de semana y fiesta. La posibilidad de vestirse de largo para disfrutar de música en directo sin tragar polvo ni desgastar zapatilla en el crudo asfalto atrae al más pintado, y más si tenemos por delante dos días con las posibilidades abiertas para ver a nuestros artistas favoritos.
El Secret Vida tuvo mi particular comienzo con uno de los platos fuertes de la jornada; José González en solitario, armado con su guitarra e interpretando de forma descarnada los frutos de una discografía que no envejece, a pesar de no renovarse, y que contó con el entusiasmo ferviente del público. No era para menos, pero el caso es que haber disfrutado del espectáculo del sueco-argentino junto a The String Theory hace tan solo unas semanas restó algo de emoción al momento. Por una vez provincias gana a la capital...
Tras perdernos dos de los platos a priori más jugosos de la jornada (Tamino y Ferrán Palau) estrenamos la Sala Grace, situada dos pisos más abajo de la principal, la Hispano Suiza. El escenario que suponíamos ofrecería bandas nacionales fuera del mainstream y grupos foráneos que podríamos contar como enormes descubrimientos (seguramente más acostumbrado a acoger bandas nupciales y de eventos varios), alojaba setlists, sintes y pedaleras, a la espera de un Ángel Carmona transformado en enorme maestro de ceremonias.
Carmona dejó al respetable en las manos de Pavvla, con un directo en el que pudimos comprobar el enorme crecimiento sobre el escenario de su propuesta, a la vez que presentaba su último trabajo, “Secretly Hoping You Catch Me Looking”. Fue la suya y la de Sara Fontán las únicas propuestas femeninas del Secret Vida, a las que podemos sumar a Susana Hernández, que acompañaba a Niño de Elche, y a dos de las componentes de Franc Moody. Los londinenses, por cierto, compitiendo en su cometido de banda extremadamente bailable con unos desconocidos M.I.L.K. que cerraban agotadora gira en Sant Pere de Ribes, (todavía nos acordamos de Jungle By Night en la edición del Vida de este año) salieron plenamente ganadores del intento.
Casualmente fue una de esas dos propuestas con género femenino, la de Sara Fontán, la que se hizo con el puesto a mejor descubrimiento del fin de semana. Totalmente desconocida en tierras valencianas, ha sido al buscar información a posteriori cuando nos hemos dado cuenta de que no lo era tanto; miembro de Manos de Topo y colaboradora en varias propuestas, Fontán vuela la cabeza de cualquiera a manos de su violín y con la compañía a la locura de Eduard Pou, mitad de Za!, encargado esta vez de la batería. Improvisación eterna y libre, experimento sonoro y vendaval creativo que no se puede encerrar en palabras o imágenes;hay que verla, sentirla, para poder hacerse una idea de lo que significa.
La jornada del viernes, por debajo de las expectativas del público en general, se transformó hacia el final en una gran pista de baile de nuevo en el escenario principal, gracias a unos explosivos y sensacionales Mambo Jambo (sí, nosotros también escuchamos el primer suspiro colectivo de decepción del público) y a La Casa Azul, que provocó la euforia de los presentes que, afortunados ellos, no los habían visto en casi todos los festivales de los últimos años.
El sábado el calificativo gourmet se asentaba con mayor firmeza en la Sala Hispano Suiza; abriría la jornada un grandioso Niño de Elche deconstruyendo y revolucionando el flamenco, preguntándose y preguntándonos sobre un concepto que no debe tener límites y que algunos quieren encerrar en definiciones y tradición. Comedido, litúrgico y casi sacrílego en su solemnidad, hizo (¡¡Increible!!) que el público guardara un (casi) respetuoso silencio.
El resto de la jornada el escenario principal mantendría altos niveles de calidad gracias a la presencia de Gruff Rhys (líder de Super Furry Animals), los jovencísimos Temples (abanderados y esperanza de la neo-psicodelia, que desgranaron un concierto altamente disfrutable) y unos respetadísimos Delorean que se encuentran embarcados en su gira de despedida, con una madurez escénica que hizo disfrutar al público que subía de bailar a unos ochenteros Tversky.
Después, ya saben, djs, fin de fiesta y abandono progresivo de la Finca Mas Solers, en busca del cierre definitivo de la temporada de festivales, que este año nos ha pillado ya en diciembre. Y un balance general de este sueño, de este secreto tan firmemente guardado, como una experiencia muy diferente que tiene cosas que mejorar, sí, pero que resulta un interesante experimento social y musical con imaginamos muchas cosas que contar en el futuro.
Texto y Fotografías: Susana Godoy
Texto y Fotografías: Susana Godoy
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