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domingo, mayo 19, 2019

Daniel Romano. Loco Club (Valencia) 17-05-2019

Un huracán de categoría 5 pasó por València el viernes noche. Su intensidad, un cruce entre la Rolling Thunder Revue de Dylan y los Who más marrulleros, dejó secuelas en todo aquél que se encontraba en el recinto del Loco Club, su epicentro, mientras duró. Días después, la onda expansiva aún sigue viva. El huracán es de origen canadiense, toca la guitarra y responde al nombre Daniel Romano. G-E-N-I-O.


Foto: Juan Limousine
¿Dónde se había metido este tipo toda mi vida? Esta frase tan manida y tópica resonaba pertinentemente en mi cabeza la semana previa al concierto del que les voy a hablar. Los motivos son diversos, pero básicamente se resumen en que sus directos (y con éste ya serían cuatro en la misma sala, el Loco Club de València) me habían sido esquivos. Siempre, desde su primera visita, circunstancias que no vienen al caso me impedían personarme a contemplar lo que todos calificaban como un espectáculo atómico.

Y vaya, no es que no estuviera al tanto de su carrera. Más o menos desde la aparición del colosal Mossey (2016) había seguido todo lo que hacía, incluido el maravilloso Finally Free (2018), un delicioso ejercicio de psicodelia folkie que me parece de lo mejorcito aparecido en el planeta tierra durante la última década, así como sus primeros discos de puro country -aunque esos reconozco que me gustan menos- e incluso otros que ha ido lanzando casi clandestinamente, dada su tremenda incontinencia creativa, como el guitarrero Neverless.

Todo esto, inevitablemente, iba poniéndome los dientes largos y desde luego, esta era ocasión ideal de comprobar en mis carnes lo que todo el mundo que le había visto varias veces decía: que cada concierto era diferente al anterior. Aunque en mi caso -obvio- esto resultara de difícil o imposible comprobación, dado que sería mi estreno.

Foto: Juan Limousine
Pero claro, cuando el agua la bendicen tanto y tantos, algo tendrá. Así que me inflé a recomendar el evento por redes (leer artículo) totalmente a ciegas, arriesgando, por tanto, mi credibilidad, si es que tengo alguna, caso de que el inquieto muchacho ofreciera una castaña de actuación. Cosa perfectamente factible en manos de geniecillos inquietos y volátiles, capaces de amargar a su público tras una mala ración de tapas en el bar.

Elevada la expectación, por tanto, entre la nutrida asistencia de viernes noche, que parecía entregada a este secreto a voces que en anteriores ocasiones ya les había convencido tanto como para repetir las veces que hiciera falta. ¿Qué haría el muchacho esta vez? ¿A cuál de todos los Daniel Romano veríamos? ¿Al vaquero elegantemente vestido estilo Nashville 60's? ¿Al hijo bastardo del Dylan post Blonde On Blonde? ¿Al genio alucinado que había alumbrado una obra tan bella y compleja como Finally Free?

Francamente, mi deseo hubiera sido ver a este último, pero estaba claro que con banda, eso no iba a pasar. Y no pasó: Daniel y sus chicos aparecían en el escenario en la misma tesitura que sería la tónica general en toda su actuación: sin mediar palabra. Rápidamente, los acordes pausados de Empty Husk, canción de apertura del disco de mis amores, salían de la experta guitarra de un tipo ataviado con bigotito a lo Charlot, camisa de alerón, suéter sin mangas y pantalón campana (él y su bajista parecían salidos de un programa del Old Grey Whistle Test de la BBC del 73), parecía que sí que íbamos a ver recrear un poco del ácido y vaporoso sonido de su último disco oficial, pero tras medio minuto ¡BOOM! una explosión de rabiosa electricidad ejercida por cuatro auténticos energúmenos comenzó a estallar desde el escenario para volar nuestras cabezas a ritmo de lo que parecía un extraño cruce entre el Bobby Dylan de la Rolling Thunder Revue y los Who de la época en que Pete hacía molinillo y Keith rompía baterías. Hablo de que ese era el nivel, no de que trataran de imitar a nadie.

La larga canción de unos 60 minutos con que nos obsequió el concienzudo cuarteto que atizaba sin demora ni compasión su instrumental desde el escenario de nuestro club amigo parecía ser una especie de Frankenstein tejido entre canciones de toda la ya extensa carrera del canadiense, pero no por ello reconocibles. Tengo conciencia de haber escuchado algo parecido a Tolouse, Roya, Sucking The Old World Dry, Neverless o Modern Pressure, pero no podría asegurarles... todo sucedía demasiado rápido, era como estar en una trinchera en la primera guerra mundial, las explosiones sucedían sin ton ni son a nuestro alrededor y era casi imposible mantenerse a salvo de su impacto con la cabeza fría. Uno se veía irremediablemente hipnotizado por aquellos guitarrazos impenitentes, aquél batería bestial que hacía sonar pequeño a cualquier otro, ese sonido compacto que hacía de nosotros lo que quería, llevándonos con él a otro jodido mundo. Mucho mejor que éste.

La loncha de sesenta minutos terminó y la banda hizo la entrada-salida del camerino de rigor para ofrecer dos temas más, creo que What's To Become Of The Meaning Of Love y When I Learned Your Name, pero una vez más, no podría asegurarlo... lo que sí aseguraré es que, pese a mi pequeña decepción inicial por no ver a este puto genio recrear su Finally Free tal como me hubiera gustado, lo que contemplé sin embargo fue un espectáculo de rock clásico tan impecable como masivo (en actitud), de los que mis ojos no están tan acostumbrados a ver. Volver a recuperar la energía perdida en un cuerpo de 45 años, estar ante algo grande sin necesidad de añoranza de tiempos pasados, reencontrar la inocencia de todo lo que nos trajo hasta aquí. De eso se trataba todo. Y eso nos trajo este chaval de mirada perdida y esquiva que trataba de rehuir, tras el concierto, todo contacto con un público que tenía ganas de sacarle a hombros por la puerta grande, esa que pone Rock And Roll All Nite, la del Loco, saben... Y con razón: ese tipo supo extraer lo mejor de años y años de tradición y ofrecérnoslo en bandeja. No se puede pedir más de un viernes noche. Bueno sí, la fiesta posterior, pero esa es información clasificada...

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