NOVEDADES

domingo, mayo 12, 2019

Once novedades que os recomiendo (2019, vol. 1)


Unos cuantos discos que he ido anticipando por redes sociales en los últimos meses. Algunos tienen ya un amplio predicamento en prensa y webs especializadas, pero me parece oportuno recopilar aquí esta serie de textos que de otro modo se perderían en la maraña de posts de facebook y alguna otra novedad añadida. Encontraréis cosas muy interesantes como Weyes Blood (en la foto), Chris Cohen, Jessica Pratt o Rustin Man. 


























DRIFT CODE, RUSTIN MAN (Domino)

Paul Webb, bajo su alias Rustin Man, ha tardado nada menos que 16 años en editar un nuevo trabajo discográfico desde aquél Out Of Season de 2002, que muchos guardamos en nuestro corazoncito como uno de los discos que más han iluminado nuestra existencia. La diferencia en esta ocasión reside en que, a diferencia de éste, en el que las tareas vocales se asumieron por una Beth Gibbons que puso tanto de su parte que realmente puede considerarse un disco conjunto, ahora por vez primera es él el que asume esta siempre tortuosa responsabilidad y además con nota. Pero todo esto son detalles sin importancia: lo realmente acuciante es que nos encontramos ante un disco monumental. Una de esas obras por las que resbalan las etiquetas, épocas o calificativos manidos. Una obra de arte total, de las que son capaces de resistir el paso del tiempo, pues su contenido es tan excelso, elaborado con tanta ciencia y tanto amor, que es imposible de encajonar en una época. Podría haber sido editado hace treinta años y hablaríamos del mismo tipo de vigencia. Los arreglos suntuosamente armados que abrigan estas canciones de temática y orientación variada, pero siempre complejas y ricas, en las que sobrevuela la peculiar voz del autor, que curiosamente se aproxima bastante a la tonalidad que tenía la del llorado maestro Bowie en sus últimos discos, o incluso al opaco falsete del Robert Wyatt más romántico (The World's In Town), sin duda atribuyen al producto una condición especial. Desde el inicio majestuoso con una pieza como Vanishing Heart, de esas que justifican por sí solas todo un lp, el universo de Rustin Man se ramifica sin miedo, pero siempre con lógica, en múltiples vertientes que siempre llevan tanto un sello inconfundible como una trascendencia a años luz de prácticamente todo bajo el cielo del pop. La fragilidad de la orquestación de piezas como la clasicista Brings Me Joy o la placidez de la final, All Summer, contrastan con la pantanosa querencia al blues de Judgement Train, el sugerido ritmo samba de Our Tomorrows, o las aristas menos melódicas de algo tan complejo como Light the Light, pero todas ellas juegan un papel esencial en el fresco impresionista que representa el disco. Todas ellas dan forma a este ejercicio magnífico de creatividad que nos regala el que antaño fuera bajista de los esenciales Talk Talk. Sorprende que allí estuviera a la siempre alargada sombra de otro genio como Mark Hollis, porque desde luego el suyo es uno de esos talentos de otro planeta. Es pronto para decirlo, claro, estamos en enero, pero éste es uno de esos trabajos que alumbran musicalmente el año. Y serio candidato, por tanto, a coronar futuras listas.

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QUIET SIGNS, JESSICA PRATT (Mexican Summer)

A Jessica Pratt se la puede alinear perfectamente con dos musas de la canción folk como Vashty Bunyan o Linda Perhacs, una británica y la otra estadounidense, pero dueñas de vidas paralelas. Las dos editaron un único disco en 1970, el cual fue ampliamente ignorado por crítica y público. Por suerte para nosotros, Just Another Diamond Day y Paralellograms gozan hoy de rehabilitación y son saludados como obras maestras hechas por mujeres pioneras por gozar ambas de un sonido particular que hoy se recibe como influencia. Esperemos que con este su tercer disco, la californiana Jessica Pratt no sea ignorada como lo fueron aquellas dos artistas, sería pasar por alto una de las voces más personales que en muchos años hayan poblado el firmamento pop. La intimidad, misterio y ensoñación que salen de sus cuerdas vocales en este Quiet Signs de título tan explícito, no es algo frecuente, de hecho es realmente insólito. Al igual que ya hiciera su magnífico anterior trabajo On Your Own Love Again, este disco encierra en sí un mundo placentero, una dosis de morfina para curar el dolor, un mundo de sueño en el que uno puede refugiar sus pesares y echarse a descansar. El tratamiento de la imposible frecuencia de voz de la cantante, dotada naturalmente de una amplitud que llena todo espacio con que se tope, encuentra la más adecuada compañía en la parquedad de un tratamiento instrumental que beneficia a unas canciones que pretenden viajar todas a un tempo y feeling casi idéntico. Tanto es así, que a simple vista es costoso diferenciar unas de otras, por eso merece tanto la pena, además de por el estado de ánimo especial en que nos mecen, profundizar en ellas y dejarse cautivar cada vez más por la inteligencia melódica que encierra su composición, por lo acertadamente que están dispuestos los pocos elementos que las acompañan, por la delicadeza y agudeza de los detalles que pretenden remarcar su mensaje. Es difícil escoger entre ellas, por tanto, una que sobresalga. Realmente todas lo hacen, porque es un disco impresionante. 



SIMPÁTICO, GOLDEN DAZE (Autumn Tone)

Qué bonito! El segundo disco de este dúo de Los Ángeles es esencialmente eso, bonito. No encontrarán grandes sorpresas aquí, son una banda más de eso que se considera ahora como Dream Pop, pero las melodías de ensoñación que ofrecen sin duda le arropan a uno como un abrazo materno. La banda se creó por dos amigos, Jacob Loeb y Ben Schwap, con el único objetivo de ensamblar voces y guitarras en el estilo acústico de algunas referencias clásicas. Objetivo logrado: el ensamblaje es perfecto, sus elementos funcionan al unísono como un reloj y además agregan una producción elaborada que los ensalza. Por supuesto, no olvidan de dónde vienen: su manifiestamente actual sonido tiene un acento roots, marcadamente americano, claro, que les entronca con la tradición de canción californiana. Al igual que sucede con los de Beach House o Cigarettes And Coffee, el disco de Golden Daze le embarca a uno en cierto estado de ánimo, aunque en su caso con mayor luminosidad, que falta hace, no creen? Dejarse seducir por la atmósfera embriagadora de este artefacto es un acierto que apacigua el día a cualquiera. Háganlo y me lo agradecerán. 



CHRIS COHEN (Captured Tracks, 2019)

Una delicia, eso es lo que es el tercer disco en solitario de este californiano, que además se ser miembro de Derhoof en el pasado y colaborar con gente como Ariel Pink o Cass McCombs es responsable de una forma tan impecable y genuina de ver el pop como la que ya mostraba su anterior disco, un As If Apart que en 2016 nos dejó a unos cuantos con la boca bien abierta y que apuntaba las mismas maneras que este nuevo disco homónimo, aparecido tres años después, viene a corregir y aumentar. El talento de un multiinstrumentista y productor como Cohen se secuencia aquí a la perfección a través de un conjunto de canciones de una exquisitez fuera de toda órbita. Decir que en el pop ya está todo inventado resulta de una simplicidad pueril cuando lo que uno tiene ante sí despliega tanta personalidad como el material que aquí se incluye. Su voz, entre despreocupada y melancólica, discurre vaporosa por un colchón instrumental que juega con el clasicismo rock sin dejar de sonar a hoy en día y con una querencia a la aventura con la que logra que melodías tan mántricas como House Carpenter o misteriosas como The Link, convivan en armonía con piezas cristalinas como la inaugural Song They Play o esa maravillosa oda al Yatch Rock californiano de mediados de los 70 que es What Can I Do. En todo caso, todas y cada una funcionan como perfectas cápsulas de placer para todos aquellos que, como yo, disfruten de las melodías urdidas con inteligencia y ausencia de corsé.

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BEWARE OF THE DOGS , STELLA DONNELLY (Secretly Canadian)

No podía evitarlo, me perseguía. Allá donde mirara por las redes sociales a principios de este mes aparecía esta llamativa portada en la que una muchacha se fuerza a cerrar la boca mientras debajo de ella aparece subtitulado, como en una película de cine, “cuidado con los perros”. Y es que el debut de esta australiana (de Perth, para más señas) aparecía, nada casualmente, el mismo 8 de marzo en que se celebraba un día internacional de la mujer que resultó ser especialmente reivindicativo. Nada casual, digo, porque ya desde su primera incursión discográfica, el EP "Thrush metal" (2017), que fue fantásticamente bien valorado por crítica y público, la cantante se posicionó como una firme defensora del poder femenino, con unas letras incisivas y potentes, que hacían de su honestidad brutal un perfecto motivo para contarla como una de las más relevantes promesas de su generación. Así fue: le llovieron tanto invitaciones a festivales como premios en su país. No es de extrañar, pues, que su debut largo en una de las indies por excelencia, Secretly Canadian, venga a confirmar todas las expectativas. La combinación entre canciones rabiosamente pop tocadas con todo lujo de instrumentación y la desnudez guitarra-voz de aquellas que hacen apología de la intimidad, surte efecto generando un disco que contextualiza con su época sin dejar de ser una de esas obras que cualquiera, sea o no milenial, puede escuchar sin tapujos y sobre todo, sin descanso. Bien es cierto que entran mejor las canciones con banda. La manifiesta exuberancia de, por ejemplo, la apertura con Old Man (en la que carga sin compasión contra Woody Allen) o Tricks, que al igual que aquella se beneficia de cierto acento soul, no dejan demasiado espacio a la competencia con canciones tan cándidas y llenas de fragilidad como Boys Will Be Boys -ya aparecida en el EP que la diera a conocer- o U Owe Me, pero todas ellas cuentan con el arma secreta de una capacidad a prueba de bomba para tejer melodías con precisión milimétrica, de esas que se quedan pegadas a sólo unas escuchas y que piden volver a ser reproducidas una y otra vez. Y de lo que no cabe duda es de que estamos ante un talento especial, totalmente identificable, para enfrentar la siempre ardua tarea de decir las cosas tal y como son, a la cual ella añade una generosa dosis de acidez, para hablar sin velos ni filtros del abuso sexual, el machismo o la desigualdad. Parece que todo el mundo habla de lo mismo ahora, pero no a todos se les da igual de bien. Stella lo hace con la autoridad de quien tiene los bemoles para decir “oh, tienes miedo de mi, viejo? O tienes miedo de lo que podría hacer?”. Disco importante éste, sin duda.

NICK WATERHOUSE (Innovative Leisure)

Vamos a ver, este señor básicamente hace siempre el mismo disco. Eso es cierto, pero también lo es que cada vez lo hace mejor. Enredado en esa tendencia últimamente tan extendida a lo ortodoxamente vintage, su cóctel de mambo, rhythm and blues primitivo, rock and roll y soul Motown no sorprende a nadie, pero sí lo hace la frescura y desparpajo con las que enfrenta dicha tarea, que al final donde tiene mejor representación es en escena. No obstante, lejos de significar mera excusa o materia prima para salir de gira, este su cuarto disco, se ocupa de renovar el cancionero de Waterhouse con el objetivo de no hacer prisioneros. Sin duda las canciones han sido redondeadas de tal manera que cada una de ellas sería susceptible de ser un éxito en un mundo imaginario en el que este tipo de música fuera radiable. Lamentablemente, no se va a comer un colín, pero lo que es indudable es que la firmeza de la colección que ha perfilado conjuga su álbum más cohesionado y potente hasta la fecha. Infalible a la hora de lanzar al oyente a la pista de baile de su comedor, su habilidad para fotocopiar a cualquier artista de Memphis, Detroit o Chicago circa 1959-1965 se ve, además, redondeada con un acento melódico y en los arreglos que hace que cada una de las 11 aquí incluidas sea una pequeña joyita que crece con cada escucha. El pequeño acento boogaloo que aporta la inicial By Heart supone la puerta grande de entrada a una sala de baile, de la que ya no saldremos. La titular, Songs For Winners, homenajea a Johnny Kidd And The Pirates con la que quizá sea la diana más rock and roll del lote, sin dejar de mover los pies, eso sí. Los aires gospel de Undedicated, con sus oooh, ye-yeh, siguen la marcha, que no se reduce ni con la más funk Black Glass, ni con el homenaje velado a Martha And The Vandellas que es Wreck The Rod, aunque sí reduce un poco el ritmo con el sensual medio tiempo Thought & Act, necesaria resaca ante tanta fiesta, que sin embargo no decae con las dos finales: dos trallazos llamados El Viv y Wherever She Goes (She Is Wanted), siendo esta última -muy al estilo de Mary Wells- quizá la más perdurable y pinchable de un lote lleno ya de por sí de cañonazos rumbosos para que tú lo bailes. Un disco, sí, exactito a los anteriores de su autor, pero en una versión 5.0, lavada, peinada y acicalada, para que podamos decir que es sin duda el mejor de los cuatro discos del muchacho californiano, que ya hacen entre todos un fantástico póquer de ases de ardiente soul. Nada más y nada menos.

IN LEAGUE WITH DRAGONS, THE MOUNTAIN GOATS (Merge, 2019)

Ya lo decía Bo Diddley: no puedes juzgar un libro sólo con mirar su cubierta. Y efectivamente, si nos dejáramos guiar por la horripilante portada del enésimo disco de la ya extensa carrera de la banda liderada por John Darnielle y Peter Hughes, literalmente huiríamos despavoridos ante tal despliegue de imaginería de espada y brujería mal dibujada y peor pintada. Cualquiera diría que es un suspenso en toda regla a la hora de intentar entrar en la categoría del revival power metal. Pero nada más lejos de su contenido. Si hubiéramos huido despavoridos de los dragones escupefuego de la portada nos hubiéramos perdido una delicia de disco de pop panorámico y resplandeciente. Quizá The Mountain Goats hayan sufrido empacho de Juego de Tronos, pero lo que resulta indudable desde que uno sucumbe a la impresionante pericia melódica que se despliega desde que Done Bleeding comienza a alzar el vuelo más o menos en el minuto 1:36, es que esta gente no ha perdido un ápice de un toque intransferible que han ido cosechando pacientemente a lo largo de los nada menos que 16 discos (según la web oficial del grupo), que anteceden a éste. Y lo mejor es que cuando uno escarba a fondo en el bolsillo de las referencias musicales, no encuentra nada que encasille esta colección que ofrece protagonismo a las guitarras acústicas para ensalzar las preciosas texturas entre el folk y el pop que sirven de envoltorio a estas historias sobre los poderes arcanos de seres mitológicos, jugadores de béisbol, Wailon Jennings o el mismísimo príncipe de las tinieblas, un Ozzy Osbourne al que dedican la maravillosa Pasaaic 1975, una canción con tintes de himno (ese “tell your boss, tell your mother I want everyone to get high”...). Un disco que resulta encandilante, adictivo en su sabiduría y sencillez. Son bandas longevas como ésta, rutilantes a base de la experiencia que sólo ofrece el entusiasmo, las que nos enseñan cómo se hace. No Sean tontos, no juzguen por la portada y no se pierdan esta maravilla

DOKO MIEN, IBIBIO SOUND MACHINE (Merge Records)

El ibibio es un dialecto que se habla en el sur de Nigeria, área y país de procedencia, precisamente, de la madre de Eno Williams. De ahí que el nombre de la banda a la que ella presta su maravillosa voz, creada a principios de esta década por los productores Max Grunhard, Leon Brichard, y Benji Bouton. sea Ibibio Sound Machine. Además de la cantante, la agrupación cuenta con un compendio internacional de monstruos que quita el hipo e incluye, entre otros, al guitarrista de Ghana Alfred Bannerman (miembro de los legendarios Osibisa,) o el percusionista brasileño Anselmo Netto. Semejante despliegue tiene lugar para desarrollar un particular cruce entre el afrobeat -mezcla de música yoruba, jazz y sobre todo, funk, que se popularizó en África en los 70 de mano de gente como Fela Kuti- , la música electrónica desde los 80 a nuestros días y algunas pinceladas de post-punk y r’n’b. Como resultado, tres álbumes, el tercero de los cuales, este Doko Mien de reciente aparición, se me antoja como uno de los compendios de música más infecciosos e incitadores al baile que sus oídos, queridos lectores, alcanzarán a escuchar durante este ejercicio fiscal 2019. Pura alegría de vivir y poliédrica exhibición instrumental, a la par que compositiva, la que desprenden canciones tan irreprochables como Wanna Come Down, She Work Very Hard o I Need You To Be Sweet Like Sugar. Háganme caso, si están de bajonazo, salgan a la calle a dar un paseo con esto saliendo bien fuerte por los auriculares, verán cómo me lo agradecen. O qué diantre! Directamente pónganlo a todo volumen en su comedor y bailen! La vida se verá de otra manera

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6 LENNINS, THE PROPER ORNAMENTS (Tapete Records)

Las referencias frecuentemente son cansinas a la hora de hablar de un disco, pero a veces aportan jugo a la ecuación, sobre todo si, como en el caso que nos ocupa, son tan potentes como hablar de Felt, Velvet Underground, The Clientele o The Beau Brummels. El tercer lp de la banda formada por James Hoarse (Veronica Falls, Ultimate Painting) y el argentino Max Oscarnold (también en Toy), se aparta un poco de la más que eficiente psicodelia jangle que The Proper Ornaments desplegaban en su anterior y celebrado Foxhole (2017) para adentrarse en terrenos algo más narcóticos, que añaden a la paleta referencias menos sixties de lo que era habitual, como Galaxie 500 o Spacemen 3, todo ello sin olvidar un candor pop que ensalzan a base de melodías construidas con tino y dedicación, pues parece ser que han venido muy trabajadas antes de entrar al estudio. Junto a obvios tributos a ídolos como Song For John Lennon -la influencia fab sigue ahí- el trabajo manifiesta la cohesión propia de una obra que debe degustarse en su integridad para ser realmente entendida, lo cual certifican canciones que maridan tan bien los instrumentos acústicos y las ambientaciones electrónicas como las vaporosas Where Are You Now, Please Release Me, Can’t Even Choose Your Name o la titular, Six Lennins, que no desentonan en absoluto con las algo más enérgicas y velvetianas In The Garden o Crepuscular Child. Entre todas dibujan un paisaje onírico que no por más referenciable resulta menos apetecible. De hecho, es toda una delicia

BADBEA, EDWYN COLLINS (AED Records)

Cada disco de Edwyn es un regalo, un premio que la vida nos hace, igual que a él se lo hizo al sobrevivir en 2005 a dos hemorragias cerebrales. Ahora Edwyn convive con la afasia, una consecuencia del daño cerebral que sufrió que le impide comunicarse con normalidad. Es algo común entre la gente que padece este tipo de ataques severos (sé de lo que hablo, me toca de cerca), pero Collins contaba con un as bajo la manga: su creatividad. Desde que aquello sucediera, este que nos ocupa, Badbea, es el tercer disco que ha editado ¿Existe diferencia entre estos discos y los que hiciera antes de sus problemas de salud? Podríamos decir que sí: ahora esos problemas comunicativos se evidencian en unas letras y estructuras abrumadoramente sencillas que dan forma a unas canciones que sin embargo no se resienten en absoluto de ello. Es cierto, la sencillez, incluso viniendo de alguien que antes se las arreglaba para hacer uso del lenguaje con maestría y agilidad, es algo que beneficia enormemente al producto que nos ofrece. Su voz, profunda y concisa, sigue estando ahí, afinada, para ofrecer una sinceridad casi infantil que nace de la necesidad de expandir hacia el exterior un mundo interior que no ha cambiado. Porque que no os engañen, el Edwyn Collins de siempre sigue estando ahí, es el mismo, sólo que se muestra diferente. Y además todo este rollo deja de importar cuando lo que llega a nuestras manos y oídos es tan bueno como este Badbea, que ya desde las dos primeras salvas de bienvenida, It's All About You y In The Morning, dos trallazos en los que el northern soul abraza al pop como sólo él los sabe hacer, nos obliga a rendirnos a la evidencia de que hemos caído una vez más en su embrujo. Me atrevería a decir que ahora hace incluso discos más redondos que en el pasado, cuando todo era supuestamente normal. Toda esa eliminación de artificios, de búsqueda de lo complejo para epatar, le ha hecho ir directo al grano. Por eso ni Losing Sleep (2010), ni Understated (2013) ni ahora este Badbea dejan respiro, ni resquicio al aburrimiento. No hay rellenos, cada pieza está dispuesta para el deleite de su autor y por ende, nosotros, disfrutamos el doble. Y vivimos más felices. Porque no lo olviden, lo que aquí se contiene es VIDA. Ganas de vivir, en estado puro.

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TITANIC RISING, WEYES BLOOD (Sub Pop)

Sí, cierto, a estas alturas ya casi todos os habrán hablado de este disco que encabeza actualmente la de por sí granada escudería de la referencial disquera Sub Pop, tras su paso por la también esencial Mexican Summer, pero es que el cuarto disco de la californiana Natalie Mering, A.K.A. Weyes Blood, es una de esas obras de belleza cautivadora y calado profundo que empequeñecen todo a su alrededor. Así pues, no puedo perder la oportunidad de recomendar el que por derecho propio es ya, por el momento, mi disco favorito del año. La monumentalidad de tintes barrocos que alberga en su interior esta obra muestra sus cartas desde un principio con un arranque estremecedor como es A Lot's Gonna Change, que exhibe en todo su esplendor cómo la producción de Jonathan Rado, el 50% de Foxygen, ha obrado maravillas para ensalzar hasta el infinito y más allá una materia prima tan excelente como son las composiciones de esta cantautora que sí, que la podemos comparar con unas cuantas cosas pretéritas, pero no todo el mundo consigue emular con tanto acierto como lo hace ella aquí el sunshine pop, el rock californiano o el folk de cámara que se practicaba en los 60 y 70 del siglo pasado, pasados, por supuesto, por el tamiz personal de la multinstrumentista y el productor, que logran dar la vuelta de tuerca adecuada para que todo suene a 2019 sin problemas. Todo es relevante: desde la languidez pop de Everyday, la profundidad cinematográfica de Movies, la oscuridad sentimental de Mirror Forever o el tono pastoral de Picture Me Better sirven igualmente al objetivo de vaciar en nosotros una de esas radiografías personales que cavan un agujero bien hondo (para bien) en el alma de quien se deja inundar por ello. En mi opnión, aunque tiene rabiosa competencia, como comprobará el lector que revise todas las recomendaciones que en este artículo se proponen, será harto difícil que una obra de belleza semejante tenga lugar a lo largo de este ejercicio. Como indica la metáfora que propone el título, este disco es algo así como un radiante transatlántico rescatado de las aguas del océano para hacernos creer de nuevo en el amor y en la música pop. Una brillante y emocionante pieza de arte que reluce rotundamente en todas sus facetas y resulta tan necesaria como disfrutable.

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1 comentario :

  1. Mañana lo leo en profundidad. Muy interesante tu propuesta, pues no conozco gran parte de tus aportes.
    No sabía que tenía nuevo disco Proper Ornaments, ese si que lo busco.
    Abrazos.

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