Kevin es el cuarto trabajo en solitario del músico Ferran Palau. Una mágica travesía iniciada en el año 2012, momento en que sacó a la luz unas primeras composiciones que surcaban las aguas con acierto dentro de unas coordenadas enclavadas en el folk minimalista de “L’aigua del rierol” (Amniòtic Records, 2012). El lustro ya cumplido de esta ha venido marcado por seguir en el camino con una lógica alternancia con su otro proyecto, Anímic.
La última vez que escribí de Ferran Palau fue con motivo de su anterior trabajo “Blanc”. En ese intento de expresar aquello que me había cautivado de su obra explicaba lo que cuesta centrar la atención en algo cuando el tsunami informativo en RRSS te sumerge cada vez con más fuerza hacia un fondo repleto a veces de tedio y otras de saturación. Hace un año algo en mí hizo click captando con cámara fija (la que siempre me acompaña) un universo sonoro que pasó a formar parte de esas canciones que se instalan en una posición preliminar en esa particular tira sonora que perfila y moldea nuestras vidas.
Entrar en el bálsamo en el que nos adentra el disco se debe preparar con tiempo y atención. Una butaca, unos cascos, la quietud y cerrar los ojos; no se me ocurre mejor manera de disfrutarlo. De hecho, mi primera escucha más o menos fue así; tras una semana dura de trabajo y sentir tanto dolor, tristeza y estupor por la situación en Cataluña, me tumbé en el sofá de casa de mis padres tras la comida familiar del sábado y le di al play para entrar en esa desconexión que tanto necesitaba. La luz de València entraba por el ventanal y yo estaba cien por cien receptiva para esa apertura de las primeras vigías.
La perspectiva luminosa que nos entregaba en “Blanc” perdura en esta nueva entrega, a su vez también siguen bien presentes la calma onírica, su pop etéreo, el gusto por el detalle (en clave minimalista) y ese don que tiene para hacerte rezumar el amor (y un sinfín de sensaciones más) por todos los poros de tu piel. El esplendoroso viraje (tras Santa Ferida) reflejaba un momento de plenitud, de felicidad, confiesa Ferran. Desnudarse íntegramente ha venido siendo una firme convicción durante el recorrido de su proyecto personal. De hecho, algunas de canciones de “Kevin” se escribieron antes de publicar “Blanc”, por lo que nos encontramos ante un mismo estado vital, sintiendo este trabajo como una cara b del nuevo Ferran Palau. Siendo más las similitudes que la diferencias.
Hasta la portada se idea en la misma dirección, esta vez tapando su cara con una nube blanca. Esa singularidad resaltable en lo vaporoso y volátil de su música. Nada es definitivo, todo es indefinido, ni blanco ni negro, no hay respuestas para Ferran solo hay sensaciones. En una obra que se puede tomar como bellas instantáneas con el plano visual, poético y estético tan fulgurante, este ejercicio de la apreciación se convierte en una experiencia sensorial maravillosa.
Sus canciones también son sinceras y preciosas declaraciones de amor. Abrir el disco con “Univers” es lo más acorde con ese romanticismo tan latente en su lírica. También lo encontramos en su máximo esplendor en “Flora” o en “Plores o rius”. “Somniem que estem sols al mig de l’univer i volen orenetes a càmera lenta i qualsevol preocupació desapareix”, canta con esa delicadeza placentera. Ahí en esos momentos es donde te salva, te lleva a otro espacio, te eleva y te mete tan adentro de los sentimientos. Susurra con aires folk bajo la línea de sintes esa imprecisión e incertidumbre que vuela en "Kevin". “Estrany”, “Amén” o Què Serà de mi?, flotan de manera sutil dando rienda suelta a la evocación vital. El juego con los tiempos lentos en clave esencialista brota de manera brillante. Así podríamos seguir describiendo un disco que se apodera de nosotros; sin treguas, con todas sus artes, y con la sensibilidad extrema que tan bien sabe manejar Ferran Palau. “Caic” es onírica por naturaleza (ruidos y efectos incluidos) y cierra de forma perfecta con una electrónica ambiental.
Una obra pausada que invita a que tu tiempo se conceda un respiro y bajes las revoluciones de tu día a día para recibir con emotividad la belleza tan pura que es “Kevin”.
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Ferran Palau
La última vez que escribí de Ferran Palau fue con motivo de su anterior trabajo “Blanc”. En ese intento de expresar aquello que me había cautivado de su obra explicaba lo que cuesta centrar la atención en algo cuando el tsunami informativo en RRSS te sumerge cada vez con más fuerza hacia un fondo repleto a veces de tedio y otras de saturación. Hace un año algo en mí hizo click captando con cámara fija (la que siempre me acompaña) un universo sonoro que pasó a formar parte de esas canciones que se instalan en una posición preliminar en esa particular tira sonora que perfila y moldea nuestras vidas.
Entrar en el bálsamo en el que nos adentra el disco se debe preparar con tiempo y atención. Una butaca, unos cascos, la quietud y cerrar los ojos; no se me ocurre mejor manera de disfrutarlo. De hecho, mi primera escucha más o menos fue así; tras una semana dura de trabajo y sentir tanto dolor, tristeza y estupor por la situación en Cataluña, me tumbé en el sofá de casa de mis padres tras la comida familiar del sábado y le di al play para entrar en esa desconexión que tanto necesitaba. La luz de València entraba por el ventanal y yo estaba cien por cien receptiva para esa apertura de las primeras vigías.
La perspectiva luminosa que nos entregaba en “Blanc” perdura en esta nueva entrega, a su vez también siguen bien presentes la calma onírica, su pop etéreo, el gusto por el detalle (en clave minimalista) y ese don que tiene para hacerte rezumar el amor (y un sinfín de sensaciones más) por todos los poros de tu piel. El esplendoroso viraje (tras Santa Ferida) reflejaba un momento de plenitud, de felicidad, confiesa Ferran. Desnudarse íntegramente ha venido siendo una firme convicción durante el recorrido de su proyecto personal. De hecho, algunas de canciones de “Kevin” se escribieron antes de publicar “Blanc”, por lo que nos encontramos ante un mismo estado vital, sintiendo este trabajo como una cara b del nuevo Ferran Palau. Siendo más las similitudes que la diferencias.
Hasta la portada se idea en la misma dirección, esta vez tapando su cara con una nube blanca. Esa singularidad resaltable en lo vaporoso y volátil de su música. Nada es definitivo, todo es indefinido, ni blanco ni negro, no hay respuestas para Ferran solo hay sensaciones. En una obra que se puede tomar como bellas instantáneas con el plano visual, poético y estético tan fulgurante, este ejercicio de la apreciación se convierte en una experiencia sensorial maravillosa.
Sus canciones también son sinceras y preciosas declaraciones de amor. Abrir el disco con “Univers” es lo más acorde con ese romanticismo tan latente en su lírica. También lo encontramos en su máximo esplendor en “Flora” o en “Plores o rius”. “Somniem que estem sols al mig de l’univer i volen orenetes a càmera lenta i qualsevol preocupació desapareix”, canta con esa delicadeza placentera. Ahí en esos momentos es donde te salva, te lleva a otro espacio, te eleva y te mete tan adentro de los sentimientos. Susurra con aires folk bajo la línea de sintes esa imprecisión e incertidumbre que vuela en "Kevin". “Estrany”, “Amén” o Què Serà de mi?, flotan de manera sutil dando rienda suelta a la evocación vital. El juego con los tiempos lentos en clave esencialista brota de manera brillante. Así podríamos seguir describiendo un disco que se apodera de nosotros; sin treguas, con todas sus artes, y con la sensibilidad extrema que tan bien sabe manejar Ferran Palau. “Caic” es onírica por naturaleza (ruidos y efectos incluidos) y cierra de forma perfecta con una electrónica ambiental.
Una obra pausada que invita a que tu tiempo se conceda un respiro y bajes las revoluciones de tu día a día para recibir con emotividad la belleza tan pura que es “Kevin”.
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