Se dice pronto, pero a punto de cumplir 30 años de existencia, la formación de la banda que a principio de los años noventa del siglo pasado idearan en Brooklyn tres muchachos llamados Daniel Lorca (de familia española), Matthew Caws e Ira Elliott continúa intacta tras todos esos años, con la única diferencia de la adición del guitarrista Doug Gillard en 2012. Una feliz anomalía fruto, seguramente, de la forma relajada y sincera que tienen de asumir su relación con la música estos entusiastas, tremendamente honestos tanto consigo mismos, como con su público.
Su inicial búsqueda del éxito que se saldó con dos discos que ahora les parecen lejanos, un High/Low (1996) con el que debutaron bajo el manto de la multinacional Elektra y que les catapultó al éxito gracias a su único hit, aquél Popular que apareció hasta la saciedad en MTV, así como The Proximity Effect (1998), que supuso la ruptura de su relación con dicha discográfica merced a su incapacidad para revalidar dicho éxito, así como a la negativa de la banda a amoldarse a las exigencias de los tiburones empresariales que querían convertirles en algo que ellos no eran.
Así pues, es a partir de un disco de título tan apropiado como Let Go, aparecido tras cuatro largos años de ausencia, cuando la banda se encuentra al fin cómoda consigo misma, con una identidad musical inequívoca que les separa de la industria y les acerca a un público fiel que han sabido cosechar y conservar hasta nuestros días. Por el camino, discos siempre frescos y sobradamente competentes como para que cada cita discográfica no se convierta sólo en la consabida y rutinaria excusa para salir de gira.
Han sabido mantener un alto nivel creativo y una carrera impecable. Trabajos como The Weight Is A Gift (2005), Lucky (2008), If I Had A Hi-Fy (2010), The Stars Are Indifferent To Astronomy (2012) o You Know Who You Are (2016) así lo atestiguan, describiendo una trayectoria siempre ascendente y que demuestra que, aunque nunca inventarán la pólvora, ni falta que les hace, siempre se han preocupado por desarrollar su sonido sin perder un ápice de identidad, algo muy parecido a lo que han hecho Teenage Fanclub en Escocia, pero a la americana.
El nuevo y de momento último capítulo de esta historia se llama Never Not Toghether, que acaba de aparecer y está cosechando algunas de las críticas más entusiastas que Nada Surf jamás haya logrado, merced a un sonido especialmente pulido al servicio del que probablemente sea el mejor paquete de canciones que los neoyorquinos hayan ofrecido jamás. Un manifiesto de cómo hacer pop de guitarras con sensibilidad, enjundia y una experiencia de años y años de sinergia entre los integrantes del grupo que es, seguramente, lo que genera ese ambiente pletórico que respira cada uno de sus temas. Un disco que les reivindica, al fin, como los clásicos del pop de guitarras que son.
Quizá por ello su idilio con España, al igual que su formación, se mantiene intacto después de tantos años. Sin ir más lejos, en su anterior visita -septiembre del pasado año- agotaron localidades. No está nada mal para una banda a la cual no pocos malintencionados se empeñan en tildar de one hit wonders, por el aislado impacto que tuvo aquél Popular. Nada más lejos de la realidad, pocas bandas hay más vivas y pertinentes haciendo lo que hacen ellos y así lo demostrarán en la extensa gira que, dando comienzo el miércoles 4 de marzo en la valenciana sala Moon (junto a John Vanderslice), les llevará por ciudades como Murcia, Madrid, Bilbao o Pamplona.
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