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sábado, abril 18, 2020

Pero qué narices era eso del indie??

Es una pregunta que es totalmente pertinente en un momento en el que el término y el concepto que engloba se hallan totalmente desdibujados ante una institucionalización de los mismos, que traen los intereses corporativos manejados por grandes eventos musicales y poderosas discográficas, las mismas que han logrado establecerlo como una etiqueta más, restándole completamente, por tanto, su fundamento de origen. Por ello, en una colaboración sin precedentes, pero que espera continuidad, Marcos Rubio y Juanjo Frontera intentan recordar porqué sucedió el indie, qué trajo de bueno y qué queda de él ¿Rompemos todo y empezamos de nuevo? 




A modo de introducción: actitud y compromiso.

En el principio, "indie" no era un género, ni  siquiera era una palabra. Era una actitud. Incluso antes del punk, sellos como Inmediate, en el Reino Unido o Curtom, en USA (en este caso, para más inri, puesto en marcha por un afroamericano) ya marcaron la pauta de lo que era adoptar riesgos en pro de la creencia de que lo artístico importaba más que lo lucrativo. Más tarde, la explosión del escupitajo punk traería consigo la filosofía del "hazlo tú mismo", demostrando que no hacía falta grandes conocimientos técnicos ni financieros para satisfacer los deseos de una juventud ávida de que les ofrecieran cultura por unos canales distintos a los del stablishment, de que les contaran las cosas por una vía no oficial, de conocer la verdad.

Esa verdad pasaría su factura, pero durante un tiempo, que situaremos, para hacerlo lo suficientemente extenso y redondo, a lo largo de 10 años, más o menos entre 1977, año de aparición del primer single punk y 1987,  la juventud pudo vivir en la utopía. Será también pertinente hablar de los años siguientes y así lo haremos, pero más allá de esta década de la que hablamos quedaron los años en que la radio fórmula, o el mainstream, como prefieran, fagocitó toda esta fantasía y la transformó en billetes con la invención del brit pop, el grunge y otras etiquetas que satisfacían al adolescente medio, pero que ya no tenían la actitud inocente inicial puesto que "los buenos" ya no eran los que manejaban los hilos. 

Entre medias, toda una serie de años dorados, que vieron florecer las principales discográficas, como Rough Trade, Postcard, 4AD o Creation y las grandes bandas británicas o americanas que cimentaron algo que al final es tan difícilmente delimitable como controvertido. Cómo decía el periodista Carlos Pérez de Ziriza en su libro Indie y Rock Alternativo (Ma Non Troppo, 2017) en relación con  lo que entendemos como "indie", "el vocablo ha ido ampliando su ambivalencia hasta convertirse, hoy en día, en un comodín. Un gran cajón de sastre en el que cualquier música que no es inmediatamente catalogable queda consignada, ya sea su alcance masivo o minoritario ¿Hablamos de una filosofía de vida o tan solo de una estética? ¿Estamos ante propuestas mediante las cuales el artista se compromete a asumir un compromiso insobornable con su obra, o solo ante músicos incapacitados para difundir sus creaciones a través de filtros que les otorguen repercusión? ¿Pueden ser indies, a la vez, bandas tan delicadas y minoritarias como Orange Juice y tan estruendosas y masivas como Muse?"

Efectivamente, compromiso. Hubo un tiempo en que el compromiso de un artista con su obra era directamente proporcional al del sello que se la iba a publicar, sin importar demasiado -salvo en términos de supervivencia- si eso les podía hacer ricos. Evidentemente todo es matizable y discutible, pero digamos que eso tuvo un tiempo y un espacio concretos. Digamos que entre 1980 y 1987 en el Reino Unido -no sólo Inglaterra- tuvo lugar ese sincero compromiso. Digamos que grupos como Orange Juice, Television Personalities, Felt, The Smiths, Young Marble Giants, Pale Fountains, Shop Assistants, The Pastels, Close Lobsters, Blue Aeroplanes, Wedding Present, My Bloody Valentine o The Go-Betweens (australianos, pero estuvieron afincados en Inglaterra cuando esto pasó), fueron partícipes de una estética y un sonido determinados que les aúna y ahí sí que podríamos definir una especie de estilo, que combinado con la actitud de los sellos que publicaban su obra, los antes citados Rough Trade, Postcard, etc., generaron una auténtica cultura. O incluso más aún, toda una religión.

Pero claro, es difícil decir esto. Siempre habrá detractores que piensen exactamente lo contrario y así lo expresen de forma vehemente, además. Esto es cultura juvenil y levanta pasiones positivas y negativas, al fin y al cabo. Y por supuesto, estamos obviando el desarrollo de un mundo diferente, pero paralelo a todo esto en Estados Unidos, con escenas como la hardcore o el rock alternativo y bandas como Minor Threat, Black Flag, Sonic Youth, Pixies, Galaxie 500, Yo La Tengo, Dinosaur Jr, Hüsker Dü o The Replacements, así como sellos como IRS, Dischord, Sub Pop o SST, que podrían citarse como complemento o incluso mezclarse, en cuanto a actitud, con lo que acontecía al mismo tiempo al otro lado del océano. Pero bueno, esto no es un libro y sí que hay ciertos matices de sonido que permiten compartimentar e intentar sacar algo de luz de todo esto. Si nos ponemos a generalizar, esto se convierte en un mastodonte. Y es sólo un artículo.

Perdón por sonreír 


Un paradigma de toda esta filosofía podríamos situarlo en el mencionado sello Postcard, puesto en funcionamiento en los estertores del punk, año 1979, en la industrial ciudad escocesa de Glasgow por todo un personaje llamado Alan Horne. De él dice Bob Stanley, en su esencial libro Yeah! Yeah! Yeah! (Turner Noema, 2015): "la aspereza y la fuerza del planteamiento autónomo y artesanal de Postcard se convirtieron en el modelo musical del nuevo underground indie. También había mucha carga política, sobre la música pop y su consumo. Los fanzines se imprimían en rojo y negro, los colores de la Bauhaus y la Angry Brigade. El precio del fanzine era importante, y también el formato: el vinilo se convirtió en un fetiche; nadie publicaba discos compactos, que se consideraban un objeto caro y típicamente capitalista, una artimaña de la industria para sacarle la plata a los consumidores irreflexivos. Asimismo, los videoclips se tenían por enemigos del buen pop, porque eran un producto pasivo: mientras uno se los tragaba aplastado en el sofá, un elemento de implicación personal desaparecía sin remedio".

Al final, de lo que realmente se trataba era de ser diferente, navegar a la contra y pensar por uno mismo. Condiciones tan inherentes a la juventud como imposibles de llevar a sus últimas consecuencias sin que la sociedad le fagocite a uno. Eran todos unos soñadores, pero soñar es bonito. Y fue bonito mientras duró. Durante un tiempo ser tímido, melancólico, soñador y solitario, molaba.

Precisamente para hablar de todo ese período de tiempo, de las circunstancias económicas y sociales que llevaron a él y de la carga emocional y cultural que terminó amasando, le cedo la palabra al nuevo fichaje de esta revista digital: Marcos Rubio, alguien de lo más versado en el asunto y que lo vivió, además, en primera fila, durante los años que vivió en Inglaterra.

Lo Indie. Una mirada panorámica a la Gran Bretaña de los 80


Lo indie llegó poco después de aquel invierno del descontento, cuando la crisis del petróleo disparó los precios de los carburantes, el desempleo superó el millón de trabajadores y las bolsas de basura se quedaron sin recoger por la huelga. El germen de lo indie ya iba agazapado en las arrugas de las chaquetas del punk, en la lírica agreste de John Cooper Clarke, en la vocación de desafiar al rock sinfónico, a lo progresivo y a lo que triunfaba en las listas de éxito. Había que ser honestos con las creaciones por encima de las exigencias del mercado, esa era la filosofía. La nueva sensibilidad tuvo la habilidad de esquivar los escupitajos, el pogo macho y el discurso rockista y primitivo de los tres acordes. Más do it yourself que nihilista, más romántico que destructivo, más Oscar Wilde que Malcolm McLaren, más post punk que Anarchy In The UK. Fue necesario romperlo todo y empezar de nuevo -parafraseando a Orange Juice- para que esos chavales inadaptados de provincias, asiduos a la biblioteca pública, enfermos de Velvet Underground, Bowie, Syd Barrett y Love encontraran su lugar en el mundo.

Las quinientas libras que el guitarrista Pete Shelley tomó prestadas de su padre y de algunos amigos permitieron al grupo de Manchester, Buzzcocks, materializar una de las  primeras referencias realmente independientes de la historia. Spiral Scratch (New Hormones, 1997) contenía cuatro canciones grabadas en la Navidad de 1976 que pusieron en circulación en enero. La idea era vender el Ep en los conciertos y en algunas tiendas independientes; no contaban con que aquellas mil copias terminarían convirtiéndose en dieciséis mil y en todo un ejemplo para decenas de bandas que no encontraban la manera de publicar sus canciones. Howard Devoto, líder del grupo en sus primeros momentos, contó a Mojo, para un número especial en 2011, que más allá de la filosofía del hazlo tu mismo, lo importante de aquella primera referencia estribaba en su capacidad para encapsular el momento. Lo indie había empezado a rodar.

Un mes después, en febrero de 1976, Geoff Travis, un especie de neo hippy de izquierdas, abrió su tienda de discos, Rough Trade, en Ladbrodke Grove. La idea era vender todo lo que había surgido en los márgenes; punk, pop iconoclasta, psicodelia e incluso músicas de la comunidad jamaicana tan presente en el barrio. Pocos meses después, la tienda del oeste de Londres dio el paso y se convirtió en sello discográfico. Mientras The Clash y Sex Pistols monopolizaban la efervescencia del momento, bandas como Cabaret Votaire, Felt, The Monocrhome Set, Alternative TV o The Slits se asomaban al programa de John Peel, en las noches de la BBC Radio1, anunciando otras maneras de entender lo alternativo y distanciándose del canon cada vez más restrictivo que el punk estaba imponiendo. Nuevos sellos independientes como Domino, Mute, Factory o 4AD se sumaron a la tarea de tejer vías de grabación y distribución alternativas a las grandes corporaciones. En mayo de 1979 los conservadores ganaron las elecciones y la antigua ministra de educación, Margaret Thatcher, se convirtió en la nueva inquilina de Downing Street. Un mundo nuevo se abría paso.

Los ochenta fueron el campo de juego donde se definieron los perfiles éticos y estéticos de la nueva sensibilidad. Un tiempo cuya celebración de logros e himnos amenaza con ser eterna. El neoliberalismo impuso su programa de desmantelamiento de industrias de base y de privatizaciones de lo público. El mundo fordista llegó a su fin y la terciarización de la economía se acompañó de un potente programa de desregulaciones laborales que fueron erosionando las lealtades en las comunidades obreras. La religión del éxito instantáneo, del dinero fácil y del individuo como único referente valido de lo social se mezclaron con la ropa desenfadada, las chaquetas con hombreras gigantes, la laca, los pelos cardados, los vinos caros y el consumo social de la cocaína. El tecno pop se hizo nuevo romántico, la MTV coronó el videoclip como la vía más efectiva para la promoción musical y Madonna, Michael Jackson, Gorbachov y el papa Juan Pablo II se convirtieron en celebrities de un tiempo burbujeante que adelgazaba y cogía velocidad. El 24 de enero de 1984 Apple presentó su Macintosh 128k y pronto empezamos a intuir que los zombis del video Thriller, dirigido por John Landis, eran en realidad los yuppies triunfadores retratados por Tom Wolfe en su monumental La hoguera de las Vanidades (Anagrama 1988).

Inglaterra arrancó la década de los excesos derrotando a Argentina en la guerra de las Malvinas. El fervor patriótico consolidó a los conservadores en el poder. La generación del punk giró a la derecha con el mismo entusiasmo con el que, medio siglo después, apoyaría masivamente el Brexit. Maradona les devolvió el golpe en los cuartos de final de México 86. La mano de dios hizo del Pelusa un santo laico. Mientras tanto, en muchos barrios de provincias, zonas de clase obrera o de clase media empobrecida, jóvenes inadaptados buscaron respuestas en las páginas de los semanarios musicales. En el Reino Unido la prensa del sector reclutó a periodistas como Paul Morley o Jon Savage que, como Greil Marcus en las publicaciones norteamericanas o Simon Reynolds y Mark Fisher años después, introducían referentes sociológicos, culturales e históricos en sus reportajes musicales y en sus criticas de discos. La búsqueda de lo artístico, la obsesión por no traicionarse, la necesidad de expresar la vida real dio lugar a un cancionero que se enfrentaba, con austeridad y economía de medios, a las grabaciones lujosas que triunfaban en la radio comercial. La condición postmoderna y el pensamiento débil dinamitaron los grandes relatos. La microhistoria de origen italiano tomó el relevo historiográfico a la Escuela de los Annales y los grupos se esforzaron por escribir composiciones que se ciñeran a su entorno y a sus circunstancias. Lo local se convirtió en el escenario ideal para hablar de lo que nos estaba ocurriendo. Calles, plazas, esquinas, puentes, bares, el colegio y hasta las puertas del cementerio podían servir para proclamar tu amor o curar las heridas. Capitales de provincia y barrios de grandes ciudades, sellos y tiendas de discos, salas de conciertos y programas de radio, semanarios, revistas de música y fanzines se enhebraron para dar consistencia a los estratos de ese ecosistema sumergido que latía en los márgenes, ensombrecido por el brillo arrogante de las estrellas que triunfaban en las radio fórmulas, monopolizaban las portadas de revistas para adolescentes o rotaban con reiteración en los canales musicales.

Los primeros ochenta no fueron fáciles, el SIDA irrumpió de forma despiadada y la comunidad gay empezó a ser percibida por algunos como sospechosa en lugar de como victima de la terrible pandemia. Por otra parte, los zarpazos de la crisis económica inyectaron odio y veneno en muchas de las comunidades más degradadas. La extrema derecha del National Front y del Partido Nacional Británico, fundado en 1982, articularon sus discursos entorno al rechazo a la inmigración y en el Inglaterra para los ingleses. De esta forma grosera e injusta consiguieron crecer en popularidad hasta ser la segunda fuerza más votada en algunos lugares golpeados por la recesión. Muchos grupos de punk, post punk, new wave, bandas del sello Two Tone y algunos combos de la incipiente escena independiente hicieron causa común en el rechazo al discurso racista y xenófobo que iba ganando fuerza. La violencia de los hinchas gamberros iba en aumento y muchos sábados por la noche, con el cierre de los pubs, comenzaba la batalla campal. Había que ser muy valiente para vestirse de nuevo romántico viviendo e un bloque de casas del estado o para salir al escenario de un sucio pub con gladiolos en el bolsillo. De alguna forma, comportamientos y actitudes de artistas como Morrissey, Brett Anderson, Jarvis Cocker, Stephen Pastel, Boby Gillesppie o Tim Booth definieron, igual sin pretenderlo, una masculinidad muy distinta a la del cantante de rock o a la del hincha del fútbol. El indie enseñó a muchos hombres a aceptar su vulnerabilidad, sus debilidades, sus imperfecciones, sus fracasos y hasta a reírse de ellos mismos. Esas canciones sencillas fueron el cobijo de los inadaptados.


Pudo haber sido Orange Juice, Aztec Camera, James o cualquier otra propuesta de la incipiente escena pero fueron The Smiths quienes consiguieron definir el canon ético y estético de lo independiente. Lo indie no es un género en sí mismo, es cierto que podemos rastrear una genealogía de referencias compartidas pero todo radica en poner lo creativo por encima de las consideraciones económicas y empresariales. Con el paso del tiempo su ambición artística y su capacidad de hacer suyos elementos de otros estilos lo ha llevado a hibridarse, enriquecerse, desnaturalizarse y ramificarse de forma exuberante y a veces hasta contradictoria. Cuando en mayo de 1983 Morrissey y Marr editaron el single Hand In Glove todo estaba ya inventado; ellos tuvieron la habilidad de juntar todas las piezas con naturalidad hasta dar forma a un universo único tan impecable como fascinante. Romanticismo, nostalgia, poesía de colores sepia, historias de la vida cotidiana, iconos pop, recuerdos de la tele de los sesenta, rechazo visceral a la estandarización de la música como un producto de consumo más, visión crítica con los destrozos de la vida moderna, arrogancia pobre, sentido del humor y capacidad de llorar las derrotas. “ Bajo el puente de hierro nos besamos y aunque terminamos con los labios doloridos, ya no fue como en los viejos tiempos”- cantaban en Still Ill. La banda mancuniana tuvo la elegancia de separase pronto y dejar para la posteridad un legado inmaculado.


La ruptura del cuarteto en 1987 marcó el inicio de un nuevo capítulo en esta historia subterránea. El planeta alternativo siguió dando muestras de vitalidad. Creation Records tomó impulso con referencias como las de Jesus and Mary Chain, Felt, House of Love o The Weather Prophets. Fire Records se reforzó con Pulp, Blue Aeroplanes y más tarde Spacemen 3. El sello de Bristol, Sarah Records, sacó brillo al compromiso indie con su arsenal de singles encantadores para atardeceres de verano. Las propuestas se sucedían pero, por mucho C-86 que queramos consagrar, la gran sacudida social, cultural y musical llegó de la mano del Acid House. Cuenta la leyenda que todo se había gestado, a principios de los ochenta, dentro de la comunidad gay del área de Chicago, en fiestas en almacenes abandonados donde se bailaba música hedonista, reiterativa, eufórica y con importante presencia del Roland TB-303. Esas composiciones de loops hipnóticos casaban divinamente con los efectos del MDMA, una sustancia anfetamínica ideada para utilizar en psicoterapia, que resultó perfecta para las fiestas interminables. El éxtasis reducía el cansancio, potenciaba las ganas de pasarlo bien e incrementaba la empatía y la sociabilidad. Después de triunfar en las noches de Ibiza, el segundo verano del amor llegó al Reino Unido de una manera explosiva en 1988. La violencia hooligan se redujo y las ganas de bailar hizo que triunfara la ropa cómoda de inspiración deportiva y los smileys fluorescentes en las camisetas. Clubs, fiestas ilegales, sellos blancos, emisoras piratas y cientos de miles de chavales buscando las mejores fiestas a lo largo de la autopista M 25, en alguna nave abandonada o en cualquier otro espacio ocupado para la ocasión. Aquello era una revuelta juvenil en toda regla. La llegada de los sonidos techno aún revigorizó más las rave parties. Las dimensiones del fenómeno asustaron tanto que, en 1994, el gobierno conservador presidido por John Major aprobó The Criminal Justice and Public Order Acts; una ley que limitaba libertades y les dotaba de herramientas legales para perseguir con dureza las concentraciones ilegales. De esta forma se consiguió encauzar la escena electrónica recluyéndola en clubs con licencia, que muchas veces derivaron en franquicias. 

Como siempre pasa cuando una nueva generación reclama protagonismo, no faltaron figuras establecidas que reaccionaron con desagrado ante la efervescencia que empezaba a irradiar la cultura dance. Ahí estaba Morrissey, desde el principio, dispuesto pedir en Panic que quemáramos la discoteca y colgáramos al Dj porque la música que ponía no decía nada de nuestras vidas. En su ciudad, The Hacienda, un local abierto por el capo de Factory, Tony Wilson, y por New Order, se convirtió en uno de los templos internacionales del house y de la música de baile. Algunas bandas jóvenes de la ciudad se atrevieron a cruzar la tradición de la música de guitarras con los ritmos y aromas lisérgios de la nueva sensibilidad. Los chicos de los baggy troussers, los anoraks, las camisetas oversize y los gorros de pescador querían diversión. Happy Mondays, The Stone Roses, Inspiral Carpets, Mock Turtles, The High, unos reconvertidos James o glorias de la ciudad como The Fall o los de Bernard Summer entre otros, sumaron esfuerzos para convertir aquella urbe, que en los albores de la Revolución Industrial había enseñado a Engels lo injusto que sería el mundo moderno y que aún conservaba muchísimas heridas en su tejido urbano de la última crisis económica, en uno de los lugres más excitantes del mundo. As Cool As Fuck, Madchester se vio de repente convertida en referencia de la música alternativa y anunció al futuro las posibilidades comerciales del invento. El grunge y el brit pop lo confirmaron más tarde.7

La década remember aún nos guardó una última gran sorpresa para la despedida. En la noche del 9 noviembre de 1989 vimos, incrédulos en televisión, como una muchedumbre feliz y excitada reventaba con hierros, mazos y piedras trozos del muro que dividía Berlín. El mundo bipolar heredado de la Segunda Guerra Mundial se desintegró como un azucarillo. El capitalismo se quedó sin enemigo. Era el fin de la Historia según Fukuyama. La democracia liberal había triunfado definitivamente mientras Internet ajustaba sus protocolos para empezar a operar de manera abierta, masiva y global. Cuando pocos lo esperaban, Bobby Gillespie y sus Primal Scream sorprendieron al mundo con un disco sensacional que sirvió para poner un final glorioso a ese segundo verano del amor. Había llegado el momento de dejar de bailar, de encender las luces del club y de volver a casa. En Bristol los amigos de Banksy, un grupo gestado en el colectivo que impulsaba el Sound System The Wild Bunch, comenzaron a componer una especie de hip hop en cámara lenta, con los latidos del dub, la emoción del soul, el olor de la marihuana y la belleza cinemática de las tardes lluviosas. Se bautizaron como Massive Attack poco antes de que Irak invadiera Kuwait. En Yugoslavia, el viento soplaba helado, olía cada vez más a venganza y el cielo se cubrió de nubarrones que no auguraban nada bueno. Un grupo de duencecillos de Boston había aparecido por sorpresa en 4AD hablando de ovnis, monos que se van al cielo, mutilaciones, Luis Buñuel, su perro andaluz y de mentes que no se encontraban por ningún lado. Poco después, en un garaje de Seattle, unos jóvenes con melenas sucias, Converse viejas, camisas de franela y vaqueros desgatados empezaron a quedar por las tardes a no hacer nada o a tocar la guitarra. Estaban enamorados del hard rock, del rock alternativo, del indie escoces, de los discos de K Records o del David Bowie más melancólico y crepuscular y creían ser capaces de poder condensar en un riff el aroma del espíritu juvenil de aquella generación X. Pero eso es ya otro capítulo de la historia.

¿Qué queda de todo aquello? 

Evidentemente, como apuntábamos al principio y como perfectamente ha expresado Marcos en su texto, el final de los años 80 trajo consigo la constatación de que todos los cimientos que habían soportado la construcción del edificio indie no eran tan sólidos como nosotros, tiernos corderillos llenos de candor e inocencia, pensábamos. La fiesta se hizo cada vez más grande y por lo tanto, los tickets de entrada más caros. El advenimiento del grunge y su subsiguiente respuesta británica con el brit pop, que en cierto modo volvió a traer a la palestra la estética y planteamientos sonoros del invento, era ya una maniobra totalmente orquestada por las majors y perfectamente asimilable en el seno de una sociedad contenta con la pintoresca rebeldía que exhibían bandas de chic@s guap@s que postureaban en los vídeos que emitía la MTV

Ya no era lo mismo. Aquél cobijo de inadaptados había pasado a ser sensación mayoritaria, máquina de fabricar dólares. Todo esto se capitalizó en inmensas ventas de discos que grupos como Oasis, Blur o Nirvana propiciaron a una industria que se infló como nunca, al menos hasta que el monstruo de internet trajo la anarquía de las descargas p2p y todo se les fue al garete. Eso trajo a escena una nueva fuente de ingresos: los directos. Pero no unos directos cualquiera, en salas de mediano aforo y con una sola banda o a lo sumo dos -contando telonero- como protagonistas. Se trataría de eventos multitudinarios, a imagen y semejanza de diversos gatherings masivos que tenían lugar en Reading o Glastonbury

Nació así el festival, tal como hoy lo conocemos. Un evento organizado en principio por gentes entusiastas, como los primeros ideólogos del festival de Benicàssim o Primavera Sound en la península Ibérica, que han terminado franquiciados y fagocitados por grandes entidades empresariales, que directamente compran paquetes de músicos a productoras que los ofrecen como si formaran pack con la cerveza de turno y se han expandido cual pandemia, para contentar a un personal que acude más por el desparrame de drogas, sexo, alcohol y liberadora desinhibición colectiva que por la música en sí misma, que ya no es importante más allá de su función como mero aderezo para crear el ambiente adecuado en la bacanal y así poder corear cual hermandad unos cuantos himnos levantando el cubata. 

En todo este escenario el término "indie" es un gran protagonista. Indie por aquí, indie por allá. Uno se mete en las plataformas de streaming que ahora todo lo dominan y sus algoritmos -o vete a saber quién- le encasquetan listas de reproducción que bajo la sempiterna etiqueta incluyen artistas y música que poco o nada tienen que ver con el espíritu primigenio del fenómeno del que hemos intentado hablar aquí. Es un sucedáneo, un mero reflejo más que borroso de un concepto que ha perdido completamente su razón de ser. 

Aunque, por supuesto, aún hay quien resiste. Dentro de toda esa maraña festivalera, aún hay sellos, bandas e incluso festivales que siguen en brecha, aunque de una forma más o menos revivalista, con aquél espíritu do it yourself que ahora, además, se ve renovado en cierto modo por el uso de redes sociales y las facilidades de autoedición que otorga la tecnología. Son pocos, pero suficientes como para entre todos formar pequeñas escenas-trinchera en ciudades, países y continentes que hacen que el entusiasmo de los que aspiramos a vivir el arte de una forma natural, sin intermediarios, o con los menos posibles, tengamos nuestra pequeña satisfacción. 

Hablo de bandas como Fountaines DC, The Essex Green, The Goon Sax, Comet Gain, Rolling Blackouts Coastal Fever, Cats On Fire, Nap Eyes, The Propper Ornaments y Sea Pinks, así como sellos como Tapete, Dead Oceans, Ivy League, CFMarsh Marigold o XL, que mantienen cierta relación estética y musical, aunque con los evidentes atrezzos modernos producto del contexto, con aquello de lo que hemos intentado hablar aquí. 

También en España, por supuesto, ha existido el fenómeno, que en los 90 tuvo su esplendor con bandas como FamilySr. Chinarro, Los Planetas, El Niño Gusano, La Buena Vida o Le Mans y sellos como Acuarela, Subterfuge, Siesta, Grabaciones En El Mar o Elefant, que fueron reflejo en diferido, como siempre sucede aquí, de lo que aconteció en las islas británicas durante los ochenta. Asimismo, hoy en día existe todavía una escena off-festivalera que exhibe una actitud totalmente autosuficiente y brillante en cuanto a la explosión de esa escenas-trinchera y la música burbujeante que están trayendo los innumerables talentos que editan sellos como Jabalina, Fikasound, El Genio Equivocado, Pretty Olivia, Sonido Muchacho, Discos de Paseo, Discos del Kirlian, Bobo Integral, Hurrah! Música o Meritorio, que albergan bandas como Espíritusanto, Los Lagos de Hinault, Los Nuevos Hobbies, El Palacio de Linares, Alborotador Gomasio,  Llum, Cariño, Las Ligas Menores, Sierra, Escuelas Pías, Hazte Lapón, Juvenila, Los Largos, o Marcos y Molduras y que suenan de vez en cuando, cómo no, en algún festival resistente y bonito como el Madrid Pop Fest

En resumen, ya no será lo mismo que era, pero algo es algo, oiga! 

A modo de colofón a este pedazo de ladrillo que os hemos hecho leer, procederemos a una tarea ardua y difícil como es condensar en unos cuantos discos -en este caso 20- y una playlist (del enemigo corporativo y capitalista Spotify, sorry) todo lo que os hemos contado, por si os apetece además de leer, escuchar. Vamos a ello:

TOP 20 ÁLBUMES:


  1. Television Personalities - And Don't The Kids Just Love It (Rough Trade, 1980) Escucha 
  2. Young Marble Giants - Colossal Youth (Rough Trade,1980) Escucha
  3. Josef K - The Only Fun In Town (Postcard, 1981) Escucha 
  4. Orange Juice - You Can't Hide Your Love Forever (Polydor, 1982) Escucha
  5. The Monochrome Set - Eligible Bachelors (Cherry Red, 1982) Escucha
  6. Aztec Camera - High Land, Hard Rain (Rough Trade, 1983) Escucha
  7. The Pale Fountains - Pacific Street (Virgin, 1983) Escucha
  8. The Smiths (Rough Trade, 1984) Escucha
  9. Everything But The Girl - Eden (Blanco y Negro, 1984) Escucha
  10. The Jesus and Mary Chain - Psycho Candy (Creation, 1985)  Escucha
  11. Felt - Forever Breathes The Lonely Word (Creation, 1986)  Escucha
  12. The Pastels - Up For A Bit With The Pastels (Glass, 1987)  Escucha
  13. Close Lobsters - Foxheads Stalk This Land (Fire, 1987) Escucha
  14. The Go-Betweens - 16 Lovers Lane (Mushroom, 1988) Escucha
  15. The Field Mice - Snowball (Sarah, 1989) Escucha
  16. The Stone Roses (Silvertone, 1989) Escucha
  17. Family - Un Soplo En El Corazón (Elefant, 1994) Escucha
  18. Trembling Blue Stars - Her Handwritting (Shinkansen Recordings, 1996) Escucha
  19. Belle & Sebastian - If Your're Feeling Sinister (Jeepster, 1996) Escucha
  20. The Sea Pinks -  Soft Days (CF, 2016) Escucha

Y aquí os dejamos esta playlist, para que os hagáis una idea general: Escucha






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