Un lleno categórico como el que vimos la noche del viernes en el Palacio de Congresos de Granada sólo puede deberse a la presencia de un gran artista. Uno como el toledano Israel Fernández. Talento, pellizco y buen hacer certifican por qué Israel se ha convertido en un nuevo icono flamenco por méritos propios. Bien acompañado, con Diego del Morao a la guitarra, que fue otro gran protagonista indiscutible de la noche, Ángel Moreno “El Pirulo” y Marcos Carpio a las palmas y otro gran talento al cajón y percusiones electrónicas.
Israel Fernández es de esos flamencos que le dan a todos los palos y lo borda lo mismo cantando por alegrías, por toná, por soleá o por lo que le echen. Con mucha presencia y una elegancia innata, el pelo suelto y una puesta en escena clásica que sabe fusionar y modernizar a la perfección, especialmente en su último LP “Pura Sangre” (2023) que presentó con cum laude ante un auditorio entregado de principio a fin.
Precisamente el cajón (siento no haberme quedado con el nombre del artista), fue el encargado de abrir el espectáculo bajo una luz cenital que le separaba y le realzaba en la completa oscuridad en la que estaba sumido el recinto. Y, tras la intensa apertura, la aparición del resto de acompañantes precedió la llegada de Israel Fernández entre una fuerte ovación que animó al flamenco a soltar los primeros quejíos y demostrar todo el arte que atesora en tangos y bulerías, sin dejar atrás la incursión en su trabajo “Por amor al cante”, trayendo a las tablas la granaína “El mandamiento”, la malagueña “La casa pequeña” y fandangos con el mismo ángel con el que se desenvuelve con sobriedad en el escenario.
Momento más intimista fue el de Israel Fernández sentado al piano de cola, tras pedir disculpas porque, como él mismo explicó, es autodidacta. Pero ¡vaya autodidacta! a gloria sonó su incursión en las ochenta y ocho teclas para dar una lección de capacidad y soltura mientras se acompañaba a sí mismo y seguía cantando con todo el sentimiento.
Un repaso a lo más importante de su repertorio tocando un poco de todo, no sin cierto nivel de improvisación y cambios de rumbo según iba saliendo la propia inspiración del cantaor antes de finalizar de forma apoteósica con el público en pie reclamando de nuevo la presencia de Israel que apenas se hizo de rogar para complacer a tan nutrido grupo de seguidores como el que se dio cita en el Palacio de Congresos.
Nos quedamos, eso sí, con las ganas de escuchar de su voz la “Leyenda del tiempo”, un tiempo que llevaba en ambas muñecas, con sendos relojes -detalle que me llamó mucho la atención- representando quizás esa leyenda que él se ha llevado a su terreno con tan buen tino.
Tras un bis tan emotivo como el resto del concierto, un fin de fiesta a la altura de fiesta gitana, con los cinco artistas a pie de escenario cantando y bailando para salir dejando tan buen sabor de boca que más de uno hubiese querido salir de allí para acompañar a los músicos, sea cual fuese su destino, y terminar a noche, como se hace en Graná, en una cueva, por alegrías.
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