El músico gallego, con esa mezcla tan suya de sensibilidad cruda y lucidez poética, ha ofrecido un recorrido sonoro en torno a Trinchera Pop, su último álbum, sin olvidar aquellos temas que lo han convertido en uno de los nombres imprescindibles de la música en español. Bien acompañado por una banda de lujo, con papel estelar para Amaro Ferreiro, siempre a la distra, pertrechado de instrumentación variada para elaborar el mejor sonido y con unas renovadas ganas de escenario, a Iván se le vio en uno de sus mejores momentos.
Desde el arranque con Canciones para no escapar y Belleza y juventud, el concierto se adentró en terrenos de intensidad emocional. Ferreiro manejó los tempos con maestría, alternando la fragilidad de Extrema pobreza o Inerte con la potencia visceral de Santadrenalina. En Dormilón, la atmósfera se volvió casi etérea, como si el teatro flotara por un instante.
Hubo espacio también para la introspección profunda, con piezas como Una inquietud, El equilibrio es imposible y Pensamiento circular, donde el silencio entre acordes se cargaba de significado. Mientras tanto, la tensión dramática de Miss Saigón y En el alambre mantenía al público en vilo, como si cada nota pudiera quebrarse en cualquier momento.
La última parte del concierto fue una auténtica explosión de energía compartida. Años 80 y Chihiro desataron la euforia; Como conocí a vuestra madre funcionó como un desahogo generacional, una especie de grito compartido entre iguales. Y Turnedo, inevitable y catártica, selló ese instante de comunión absoluta entre artista y público. Como colofón, En las trincheras de la cultura Pop cerró el círculo con una mezcla de épica íntima y melancolía luminosa. Fue un final que dejó huella.
El Teatro CajaGranada, adaptado para la ocasión con pista abierta, se convirtió en un espacio cálido y cercano, con el espíritu de las salas pequeñas donde la conexión se respira a flor de piel. Esa cercanía amplificó cada gesto, cada verso. La audiencia —un crisol de generaciones, desde grupos de amigos hasta familias enteras— no solo asistió al concierto: lo habitó.
Corearon cada palabra, tanto de los himnos históricos como de las nuevas canciones, ya integradas como parte del legado emocional colectivo. En cada salto, cada aplauso, cada abrazo espontáneo, se tejía un vínculo invisible pero firme entre desconocidos unidos por la misma emoción.
Esta noche no ha sido solo un espectáculo: ha sido una celebración compartida, un viaje de ida y vuelta por la memoria, la nostalgia y el presente vibrante de una de las voces más personales del panorama musical. Difícil de olvidar.
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