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lunes, enero 19, 2015

Fiesta 25 aniversario de Doctor Divago: 17-01-15. Sala Wah Wah.

Emoción, vibración e historia sobre el escenario del Wah Wah para celebrar el 25 aniversario de existencia de una de las bandas fundamentales de la historia del pop valenciano.


He de ser sincero: yo no iba a un concierto, para mí era todo un acontecimiento. La confesión de mi culpa pasa por comunicaros (me preparo para recibir lapidación) que yo no he sido fan toda mi vida de Doctor Divago. Constantemente pasaron sus discos por mis ojos, los anuncios de sus directos por mis oídos, pero nunca les presté la atención debida, aunque como ya dije en el artículo que publiqué hace poco aquí en Alquimia, les conocía y respetaba mucho como lo que son, grandes músicos e historia viva de esta ciudad. Afortunadamente, las cosas caen por su propio peso y a fuerza de coincidir con ellos en diversos lugares, como la Caverna, tocando en Circuit Vermut, conciertos varios, etcétera, su música ha vuelto a mí, esta vez para incrustarse bien adentro. Llevo, sobre todo desde la edición de su anterior disco, "Imperio", unos años en que sus canciones han pasado a formar parte de mi colección de himnos privada. La forma de componer que tiene Manolo Bertrán me ha inspirado (lo reconozco) y sobre todo, el empeño que ha puesto y pone en mantener a flote una carrera en muchas ocasiones ingrata, pero siempre fructífera y sobre todo, siempre entusiasta con lo que realmente importa, me ha hecho calibrar las cosas de otra forma a la hora de perseguir yo mis propios objetivos. Verles en directo, al margen de celebraciones, se me antojaba vital, dado que para mas inri, tampoco les había podido ver nunca en formato completo y eléctrico, aunque sí en acústico.
Las ocasiones se habían presentado, pero no la oportunidad y por tanto, la anticipación por esta fecha, en la que por fin podría disfrutar de ellos con todo el brillo que requieren y que tenía señalada en negrita desde hace muchísimo tiempo, me había generado hasta ansiedad. 

Grato fue contemplar, tras sortear una larguísima cola que serpenteaba por toda la calle Campoamor en espera para acceder a un concierto tributo en la Sala Matisse, que la explanada delantera del Wah Wah se hallaba igualmente repleta de gente, entre ella miembros del grupo como Chumi y Wally, cuya apariencia era tan febril como la mía ante lo que estaba apunto de suceder. Presurosos, nos abalanzamos sobre la taquilla para canjear nuestras entradas compradas por internet (cómo se echan de menos las viejas entradas impresas, tan coleccionables) por nuestros correspondientes tatuajes muñequeros a modo de "salvoconducto" para la libre circulación y por nuestro digipack con el disco recopilatorio "Especial de la casa" y el documental "Los tontos buenos tiempos", de Rubén Soler, que se incluía en el precio del ticket. Aprovechamos también para visitar la tienda y adquirir también el libro "En tierra de nadie", que al final de la noche nos firmó su autor, Mariano López y el nuevo y flamante disco de los Radiadores -compañeros y socios de Divago en el sello Bonavena-,"Gasolina, santos y calaveras",  que apareció en primicia y al que tengo sinceras ganas de hincar el diente. 

El ambiente se caldeaba a medida que uno de los invitados de lujo del día, Jesús Ordovás, iba disparando cada vez más certeras salvas desde la cabina del local, haciendo las delicias de los presentes, que más o menos éramos de una franja de edad parecida, 25 años no pasan en balde. Abrazos, saludos, batallitas, unos tercios y sin darnos cuenta la suerte estaba echada: con bastante puntualidad los cinco doctores subieron al escenario dispuestos a celebrar su longevidad con un espectáculo preparado con minuciosidad. Su aspecto era, cómo no, reluciente. Algunos con gafas de sol, en clara manifestación de arrogancia roquera y en general, con atavío sencillo, si bien Manolo y Chumi, en el centro del escenario, iban un poco más acicalados, uno con su impecable camisa y americana y otro también con chaqueta y tocado de gorra bohemia. Un escenario lleno y no sólo de gente: también de historia, presencia y entusiasmo, que les llevó a empezar brindando con el público por "los tontos buenos tiempos", que enseguida comenzaron a sonar como primera piedra de toque del evento. Evidentemente, público entregado y repertorio ascendente y sin bajones: a tiros en la frente como la nueva "ligero como una pluma",  "Taxista de memoria fotográfica" o "Silencio", les siguieron ejercicios más pop con tono de himno del tamaño de "Gracia Imperio", "La habitación de Charo", "No tan bueno" o la muy celebrada como primer punto álgido de la noche "Señorita Alfa", clara concesión al pasado más remoto de la banda, que aunque no fue la única de la noche ni mucho menos, sí que es cierto que el hincapié en las canciones de sus últimos discos al principio del concierto hizo que faltara algún otro clásico pretérito que hubiera hecho las delicias de los muy fieles.

A partir de ahí, todo hacia arriba: "un minuto antes de la realidad", seguida de la excelsa versión de Nino Bravo "Voy buscando" inauguraron el principio del cénit, que esta vez sí, echó mano de la caja de los recuerdos, reviviendo "Clínica del alma en navidad" o "jugando a pillar en el limbo", junto a cañonazos como "el asesino tocaba la armónica", "lo que me desespera" o la enérgica "frunciendo el ceño", que no sirvieron más que de antesala para el verdadero plato fuerte: una selección de invitados de lujo que ya aparecen en el documental grabando con la banda. Primero apareció el dylaniano Cisco Fran, con el que por supuesto se atrevieron con una entusiasta versión de "Love minus cero/no limit" del de Minesota, tras lo cual la emprendieron con la propia y pugilística "Barney Ross", que ganó enteros con el dueto entre Cisco y Manolo. Tras ello, empezaron las leyendas: nada menos que Julio Galcerá, al que la banda dedicó en su día una canción (que yo eché a faltar en el concierto, por cierto), tomó al asalto un escenario que no sabía lo que se le venía encima. Tras acometer la bonita versión adaptada al castellano de "when you walk in the room", de Jackie Deshannon, asistí a uno de los momentos más incendiarios que haya podido contemplar como espectador de conciertos en esta ciudad. La versión de "Paint it black", de los Stones, vía los Salvajes, con ese Julio, que para el que no lo sepa, es invidente, espetando con sorna "no sé que pasa que lo veo todo negro", arropado por un ciclón instrumental a cargo de una banda en éxtasis definitivo, es de esos momentos que me llevaré a la tumba. 



No se podía, pedir más, pero sí, aún quedaba. Porque nada menos que el cantante de la banda pionera del pop valenciano, Victor Ortiz, de los Huracanes, pasaba por allí y decidió dar una lección de cómo se hace esto del rock and roll a los chavales allí presentes. Así, brillaron esos "días sin mañana", que ya grabaran en su día la banda de Ortiz en adaptación del "Eve of destruction" de Scott McKenzie y que ahora ha vuelto a grabar junto a los Divago y Dani Cardona en el estudio "El sótano" (tal como está documentado en "Los tontos buenos tiempos"), tema que sonó tan potente e inclemente como cabía esperar y que fue tan celebrado como la canción que siguió, seguramente mi favorita de toda la discografía del grupo. Por escribir "La mala herencia", uno bien podría vender su alma a belcebú.
Una canción tan perfecta que Manolo en su día tuvo la inteligencia como para cederla a un vocalista tan excelso como Ortiz para que le diera ese tono de clásico imperecedero que desde que su inclusión en "La revuelta elemental" ha tenido. Y ojo, no es que Manolo cuando la canta lo haga mal, es que Ortiz cuando lo hace muestra el porqué es importante el haber pertenecido a la generación que hizo las cosas, que participó en la creación del rock and roll. 

Lamentando la ausencia de Isa Terrible, invitada prevista e importante, pero que no pudo estar por fuerza mayor, la banda se retiró a "deliberar con qué iban a acabar", forma original de anunciar un bis, que llegó de la mano de la canción de apertura de su anterior álbum, "sólo la mitad de la mitad de mí", que fue seguida por los tres clásicos más clásicos de la banda: esa "Eva" que les persigue desde su primera maqueta, la powerpopera "el vertiginoso atleta moral" y la siempre certera "Tirando a dar" (esta vez iban armados, con balas de cumpleaños), con la que terminaron dejándonos a todos emocionados. Ninguna cara sin sonrisa y algunas visiblemente conmovidas. Qué maravilla presenciar esto. Qué bueno para todos que sigan estando ahí, sin perder un ápice de las ganas iniciales. Quien iba a decir cuando les daban largas para tocar en Gasolinera por allá por el 88 o cuando no encontraban discográfica que les editara que llegaría este día y sobre todo que llegaría gozando de una salud envidiable. No puedo evitar lamentar no haber sido testigo de más conciertos como éste a lo largo de la vida de la banda, pero en cierto modo me alegro de que mi primera experiencia "eléctrica" como fan de Divago haya sido esta fabulosa descarga (y ya paro de emplear términos garrulos). Cuando estaba fuera del recinto debatiendo con amigos y mi mujer sobre lo que habíamos visto les vi pasar a todos, para enfrentar la dura faena que sucede a todos los conciertos: recoger todo el material, meterlo en el coche (nunca cabe) y llevarlo al local, cuando lo que quisieras es otra cerveza y disfrutar de la excelsa sesión que se marcó Ordovás tras la actuación. Exactamente lo que tiene que ser, exactamente como el primer día, hace nada menos que 25 años. Que sean 25 más, por favor. Os iré a ver al geriátrico, si hace falta. 




https://doctordivago.bandcamp.com/

http://www.doctordivago.com/

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