Apabullante directo de una banda liderada por uno de nuestros grandes cantautores eléctricos. El paso de Quique González por la capital cordobesa ratificó que se encuentra en el mejor momento de su carrera.
Llegas a un recinto completamente reformado en la que has
vivido más de un momento de gloria (eso sí, a pie de escenario) y te da la
sensación de que todo vuelve a fluir con energía renovada. La reinauguración de
las instalaciones de la sala Hangar no solo implica un lavado de cara que la ha
transformado en lo que su alma de rock and roll le incitaba a ser desde el
principio, un lugar donde la música es base y complemento, y para ello el
primer concierto debía estar acorde con dichas pretensiones. Arriesgarse en una
ciudad pasiva y autocomplaciente a abrir la temporada con una banda de raíces
americanas y apartada del “indie
mainstream” que la ha llenado de postureo e intrascendencia (cosa del
público, no de los programadores, obviamente) no hace demasiados meses, era una
apuesta insegura que se saldó con un lleno inesperado y profundamente
satisfactorio. Para los que aguantamos, y lo que nos quede, en primera línea de
combate, ver cómo un artistazo de las características de Quique González
triunfaba en su nueva y, esta vez sí, fructífera, aventura cordobesa también
significó una victoria aplastante. No hay nada como ver que los planes salen
bien.
La nueva puesta de largo en escena del madrileño lo asocia
con la banda con la que ha grabado un disco extraordinario titulado ‘Me mata si
me necesitas’, en el que afianza la raíz americana de su sonido y lo trae a un
terreno conocido en el que se mueve como pez en el agua. Un concierto de rock
no tiene por qué implicar una subida desmesurada de decibelios desde el primer
minuto, pues la intensidad se puede mantener con una escenografía impecable (la
melancolía implícita en esas farolas y el cartel indicador de la Asturiana de
Zinc, un signo de distinción) y unos medios tiempos llenos de nervio, como
demuestra en la apertura con ‘Detectives’ y ‘Sangre en el marcador’, dos de sus
más afortunados y recientes temas. La acertada inclusión en las filas de Los
Detectives de Nina, líder y voz –menuda voz- del grupo Morgan y todo un
descubrimiento por parte del señor González que la hace protagonista absoluta,
sola ante el piano en la tremenda ‘Volver’, del repertorio de su banda, y
partícipe de media canción en ‘Charo’, le da un plus de presencia y carisma.
Óigase sin ir más lejos la escalofriante versión a guitarra acústica y violín,
cortesía del versátil Eduardo Ortega, de dos joyas como ‘De haberlo sabido’ y
la más fresca ‘No es lo que habíamos hablado’, en un ínterin de intimidad y
cercanía con una audiencia algo más cómplice que de costumbre para completar
una primera parte de un concierto sin altibajos, aparte de que se oigan más o
menos guitarras eléctricas. Por cierto, qué bonitas suenan en los entresijos de
‘Kamikazes enamorados’, ‘La fábrica’, ‘Tenía que decírtelo’ y sobre todo en
‘¿Dónde está el dinero?’, que suena igual de agria y furiosa en la escasa vena
social que destilan las composiciones de Quique. Pero lo mejor es que cuando
llega la hora de ponerse sentimental, y eso es lo que hace en una de las
canciones más impresionantes que ha compuesto, ‘La casa de mis padres’, esa
furia queda intacta, solo que orientada en otra dirección.
A poco que se haya seguido su trayectoria, se sabrá que lo
suyo es cantarle a la desilusión, como en ‘La ciudad del viento’, ya convertida
en todo un clásico del rock español, a la melancolía del amor perdido en
‘Salitre’ (cada vez que la escuchamos nos urge buscar aquel segundo disco,
enorme, con el que lo descubrimos) o a la insatisfacción de sentirse un rebelde
en un mundo perdido, como en ‘Avería y redención’, tal vez su disco más
incomprendido y lleno de temas recuperables en cualquier circunstancia. Lo
mismo le pasa a la miniatura que le escribió al grandísimo Enrique Urquijo,
‘Aunque tú no lo sepas’, que puede sonar incluso en los momentos en que quieres
comerte el mundo para devolverte a la realidad con tres acordes de emocionada
derrota. Con las teclas del jovencísimo David Schulthess, el bajo de Alejandro ‘Boli’
Climent, la batería de Edu Olmedo y las guitarras de Pepo López es fácil
sentirse arropado para acometer la delicadeza de otras letras con mucha miga, y
así suenan ‘Los conserjes de noche’, ‘Orquídeas’ o ‘Su día libre’, añadiendo
otras notables como ‘Clase media’ o la de una engrandecida por la armónica y la
improvisación de la banda ‘Pequeño rock and roll’, casi otro clásico que
conduce al explosivo final con ‘Dallas Memphis’ y las imprescindibles ‘Vidas
cruzadas’ que dejamos persiguiéndonos y luchando en cada movimiento por huir de
ellas. La sala, pletórica y entregada, saluda entonces a la banda y baila con
ella el ‘Superstition’ de Stevie Wonder como telón a un par de horas en las que
ni el calor pudo con ninguno de nosotros.
Sí, amigos, a esto se le llama sudar de gusto. Vivir la
música en su máxima expresión y experimentar con quienes la hacen y la
promocionan el placer de compartirla. Se avecinan nuevos y vibrantes tiempos,
esa es la impresión que tuvimos al salir de la sala Hangar con la sensación de
que va a ser nuestro segundo hogar dentro de muy poco tiempo. El primer
invitado ya nos hizo sentirnos como en casa.
Texto: JJ Stone
Fotografías: Raisa McCartney
Más info:
https://www.facebook.com/Hangarcordoba/
http://www.quiquegonzalez.com/
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