Gran noticia para el pop sevillano, y por ende para el pop hispano en general: Bittersweet publica por fin su primer disco largo, después de sorprender durante los cuatro últimos años con sendos epés en los que ya apuntaban los logros alcanzados en este trabajo homónimo. Bajo la producción de dos manos maestras en estas lides como son Martí Perarnau, multiinstrumentista y cerebro a los mandos de los discos de su banda Mucho y de otros muchos y variados, y Ramiro Nieto, líder en el estudio de los grandes The Right-Ons y padrino de proyectos como Tulsa, por citar solo alguno, la banda se presenta al gran público esgrimiendo argumentos sólidos en una decena de canciones sólidas y llenas de contrastes.

Desde la alternancia en las voces de Alex Fernández y Fran Montaño ya sabemos que Bittersweet es un grupo bien avenido en sus amplias influencias, y desde el post punk de ‘Golpe final’ –un pelotazo de pop sintético con el que podrían encabezar varias listas de canciones del año- hasta el rock estandarizado de ‘No soy yo’, todos los arreglos y la forma de vestir los temas indican que nada es casual en esta producción. Priman los sintetizadores, con ‘Demasiada gente’ y ‘Soñadores pop’ como ejemplos más evidentes (bastante más psicodélica la primera y mucho más explícita líricamente la segunda), y la electrónica bien asimilada e integrada en el desarrollo de las canciones. Las programaciones alternan con un saxo inesperado en ‘De todos los tiempos’ y el pop atemperado de ‘Hasta el cuello’ son otras puntas de una misma cuerda que se destensa en función de lo que quieran expresar. Y la verdad es que lo expresan muy bien, como el cambio de perspectiva (uno más) hacia las guitarras distorsionadas y el pulso rockero de ‘A quién le vamos a gritar’ o la crítica social acuciante en ‘Misma especie’. Ya ha quedado dicho que no parecen dejar nada al azar, ¿verdad?