Danny and The Champions of The World. Loco Club (Valencia) 07/03/2018

Con su mezcla explosiva de americana, rock and roll y soul, Danny Wilson y sus Champs inundaron el Loco de fiesta, intensidad, camaradería y honestidad, manejándose con una maestría en el escenario al alcance de muy pocos. 




Miércoles pre-fallero en Valencia. Mala fecha para programar conciertos, un suicidio, dirían algunos. Pero esta vez no, o al menos no del todo. Si bien es verdad que no se alcanzó el aforo completo, media entrada no está nada mal en un local de la capacidad del Loco Club, sobre todo teniendo en cuenta la propuesta: una banda de americana y soul, géneros ya de por sí minoritarios en la "terreta", que ha contado sólo con el boca a boca para su promoción.

Pero es que Danny Wilson y su banda si decidieron autoproclamarse "campeones del mundo" fue por algo. A donde van, triunfan. Yo ya fui testigo, hace un par de años, del alcance de su propuesta escénica en el festival El Ultimo Vals en Frías (Burgos) y en Valencia también hicieron lo propio más o menos en esas fechas, justo en el mismo escenario en que se dio el concierto que hoy reseñamos. Fueron capaces de hacer el suficiente ruido entonces como para que su onda expansiva haya tenido efecto llamada a un número de público más que aceptable para su presentación en la ciudad del Túria (en otros lugares de España su conciertos están al borde del sold out).

Con tan sólo 15 minutos de retraso respecto a lo anunciado (vamos mejorando poco a poco) seis tipos, a cada cual más personaje, se subieron al escenario. El último de ellos, un
pelirrojo regordete con gafas de pasta y una de esas sonrisas sinceras y abiertas que iluminan más que un foco, tras algún que otro comentario sobre su gran descubirmiento gastronómico de la noche, "l
as crockets" y decir "buenas noches"en castellano -sí, todo muy tópico- dio la señal para que todo el engranaje, la máquina de hacer música que conforman estos seis tipos, se pusiera en funcionamiento. Un funcionamiento parecido al de un reloj suizo, con milimétrica precisión, pero con el añadido del corazón. Un corazón que estaba formado por el de todos los que estábamos allí, sin excepción, desde el segundo uno.

Al enorme virtuosismo y capacidad de entretener de estos campeones hay que añadir un sonido especialmente bien calibrado por un miembro de esa profesión tan poco reivindicada en artículos como éste como el técnico de sonido de la sala, un señor llamado Octavio Hidalgo, que es el encargado de hacernos disfrutar con calidad a los que frecuentamos este establecimiento noche tras noche. Hay que reconocer que en esta ocasión en particular estuvo especialmente inspirado, pues sonorizar a seis músicos estallando a pleno pulmón en el escenario de un club de aforo medio no es tarea fácil. Mis respetos y mi aplauso, pues, para usted, caballero.


Dicho esto, centrémonos en la banda: media docena de individuos de diferentes franjas de edad: los encargados del pedal steel (que da el toque americana) y el teclado, son chavales entregados a la causa con un look country and western que ya quisiera para sí Waylong Jennings, el batería tiene pinta de camionero americano y atiza los parches que da gusto, el guitarrista va tocado con un curioso sombrero y tiene una impenetrable cara de palo que jamás parece perder la concentración mientras ejecuta sus rockistas solos, Danny Wilson, el líder, es elegante, amable y compadrea a la perfección con todos, pero sobre todo, con el as de la banda: se juraría que el bajista, Chris Clarke, con su gorra y su aspecto socarrón, sale directamente de tocar con Brinsley Schwartz en algún pub de Londres, pocos saben que es el productor de los discos de la banda y co-autor de algunas de sus canciones.

No fue de extrañar que el concierto empezara y terminara como un verdadero cañón. Al comienzo incendiario con un "Let the water wash over you (don't you know)", que caldeó la cosa a base de bien, se unió un "Consider me", también de su último disco "Brilliant light", que fue ese hit necesario al comienzo de cada concierto para meterse al público en el bolsillo. Pronto llegaron los recuerdos a su magnífico "Stay true", con la canción titular, o a ese discazo inmenso que es "What kind of love", en la forma de la soberbia "This is not a love song", soul profundo que hizo a los corazones latir bien fuerte.

Quizá se hizo notar el elemento más rock de su último álbum, que menguó la presencia de elemento negro que tenía el anterior. Más o menos a mitad de concierto, algunos desarrollos instrumentales, centrados sobre todo en la guitarra solista de Paul Lush, demostraron gran virtuosismo por su parte, pero quizá restaron algo de ritmo, que no de intensidad. En todo caso, es por achacarles algo, porque enseguida lo solventaron lanzándose sin red hacia lo mejor de su cancionero: sonaron , "Never stop building that old space rocket", , "Gotta get things right in my life", "You'll remember me", "Every beat of my heart", "Coley Point" o, por supuesto, ese portento de canción, ese himno cervecero que es "Clear water", que fue el preludio del fin que llegó con la intensa "Restless feet", convirtiendo  el recinto en el refugio perfecto para el dichoso ambiente fallero que ya se respiraba la noche del concierto.


Así pues, segunda experiencia con ellos para el que suscribe y desde luego, para repetir. Danny y sus Champs son una de esas bandas que da gloria ver, por muchos motivos: su camaradería, su buen hacer, sus preciosas canciones que despliegan mil sabores, su sinceridad a la hora de comunicarse con el público, la subsiguiente complicidad, pero sobre todo la sensación de que ya no quedan demasiadas bandas así, que uno está desenterrando un tesoro cada vez que compra una entrada y va a verles. Son uno de esos actos de bar que conservan una tradición del rock and roll que no debería perderse por nada del mundo. Especies en extinción a preservar, amigos que no deberíamos perder y que siempre hay que encontrar  tiempo de volver a ver. Que no tarden!

























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