Curtis Harding, Loco Club. 25-11-2019

Curtis Harding cerró el ciclo Popular Songs que organiza la promotora valenciana Tranquilo Música con un concierto que además era el último de su gira y que resultó correcto, pero falto de actitud por parte de un artista al que le falta mojo. 

María Carbonell

Las expectativas, esas sucias traidoras. Cómo no crearse expectativas ante un artista que ha entregado dos discos llenos de canciones esplendorosas, rutilantes e incitadoras al baile desenfrenado. Por supuesto que uno espera la excelencia, el ardor, una experiencia única que haga justicia al cielo que nos prometen tales grabaciones. Por eso, cuando uno se da de bruces con la corrección, tenemos un pequeño problema.

Curtis Harding, con Soul Power (2014) y Face Your Fear (2017) ha completado dos lecciones magistrales de lo que debe ser la manipulación de la música negra para acercarla a la blanca. Shuggie Otis, Sly Stone o Al Kooper también lo hicieron en su día. Son duros referentes, imponen argumentos que no sólo hay que defender en el estudio. Hay una actitud entorno a ello. Una determinada pasión que surge de las tripas y cuya principal razón de ser es la comunicación, que el receptor del mensaje reciba, efectivamente, toda la carga emocional que éste conlleva.

Susana Godoy
No me malinterpreten, la corrección no tiene porqué ser mala. En directo, al fin y al cabo, lo que está obligado a hacer un artista, en base al micro-contrato que ha firmado con cada uno de los compradores de una entrada para su concierto, es afinar y cumplir con lo estipulado por sus canciones. Y todo correcto. Se alcanzan unos mínimos de calidad que convierten en indenunciable su acto. Nadie puede reclamar que le devuelvan su dinero, por supuesto, faltaría más. Pero el problema es éste: ¿basta con el mínimo?

Si tomamos en consideración la historia del soul, el rhythm and blues, la psicodelia, el garage, el pop, es decir, las músicas que Curtis intenta aunar en la suya propia, son todos estilos que requieren de actitud. La misma que él no exhibió -o lo que es lo mismo, no supo comunicar- ayer noche. En mi opinión, no se puede tocar las inmensas canciones que él tocó con la misma actitud de quien espera en la cola del INEM, pide un café en el Starbucks o abre la boca para que el dentista le escarbe. No era eso para lo que fueron creadas esas músicas, ni supuestamente, esas canciones que él mismo escribió. Requieren de nervio, excitación, calor, rabia, ruido, sudor, emoción, entusiasmo, todo aquello que él no exhibió ante la sala completamente llena que le contemplaba.

Lo sorprendente del asunto es que aún así, resultó efectivo. Sus gafas de Bootsy Collins, su pañuelito atado al cuello, sus pantalones campana, su perfección a la voz y a la guitarra, sus cuatro bailes, su pandereta, sus medidas muestras de intensidad y sobre todo, SU BANDA, hicieron que la jukebox viviente que actuaba anoche en la sala Loco Club de València, en el cierre del excelente ciclo de conciertos Popular Songs que orquesta Tranquilo Música, diera a la gente lo que quería: hacer la muesca en su revólver de haber visto en vivo al autor de dos discos llenos de canciones significativas para ellos.
María Carbonell
¡Y qué canciones! La verdad, lo que principalmente vi anoche fue una de las manifestaciones más claras en mucho tiempo del soberano poder de las canciones. Curtis y la banda que le acompaña (no sé si ocasionalmente o siempre) desgranan en 50 minutos y sin demasiado espacio para interactuar ni entre ellos ni con su público, un repertorio de algo más de 15 canciones, a cada cual más infalible para hacer bailar y emocionar. Ellos las tocan, además, con toda la maestría que podría esperarse, incluido su autor, que pese a su automatismo no deja de cumplir las exigencias del guión, incluso con el hándicap añadido en esta ocasión de un pequeño catarro, que no impidió que diera el cierre a una larga gira esta noche de lunes.

Y es que es imposible no mover los pies cuando uno escucha una línea de bajo tan bien compuesta como la de Till The End, un endiablado ritmo como el de On And On, algo tan northern soul como Heaven’s On The Other Side y así, todo… Por eso, al final, el resultado es efectivo. Incluso su descafeinada versión del To Love Somebody de Bee Gees sentó a las mil maravillas al personal congregado (y entregado) allí. Es lo que tiene dar a la gente exactamente lo que quiere.

Momentos REALES de emoción, pocos. Al menos por parte del cantante. Un par de meneos de pelvis, unas gafas y una pandereta no hacen el soul. El soul era algo más. Y en algún momento, de hecho, lo rozó. Por ejemplo en esa perfecta combinación de rhythm and blues y psicodelia que es Wednesday Morning Atonement o en la final As I Am, en la que se agradeció que Curtis dejara algo de espacio a una banda sobresaliente para que se explayara. Al fin y al cabo, a ellos les debemos, en su mayoría, haber salido todos suficientemente contentos. Contrato cumplido, por tanto.


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