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jueves, enero 02, 2020

40 discos que han hecho más llevadero 2019 (2ª parte)


Y así completamos este resumen -vuelvo a repetir: subjetivo, personal- del año. Obviamente, quedan fuera muchos de los que vosotros pondríais, incluso muchos que también pondría yo (aunque me he permitido el lujo de poner al final una pequeña lista de descartes), pero así es la vida: me he limitado a cuarenta, que no son pocos y cuesta mucho trabajo reseñarlos y reunirlos todos. Como ya dije en la anterior parte, hago esto tanto para recapitular como para transmitir. Lo primero ye está hecho, lo segundo, espero que se haga realidad. Un saludo a todos y feliz 2020!


20. Sometimes When - The Golden Rail (Pretty Olivia/You Are The Cosmos):


Pretty Olivia y You Are The Cosmos más que dos sellos discográficos, son dos trincheras, dos baluartes desde los que sus responsables defienden a sangre y fuego la melodía, así que era cuestión de tiempo que sus responsables, Javier Abad y Pedro Vizcaíno, unieran fuerzas para preservarla. Y el motivo es una de esas bandas que sólo pueden ser australianas, por el equilibrio entre esa tradición melódica tan propia del pop británico y las guitarras feroces que las antípodas tanto han sabido cultivar. The Golden Rail, además, gozan de toda la autoridad para ello puesto que sus miembros han militado en bandas tan importantes para construir ese "sonido aussie" como han sido The Summer Suns, The Rainyard, Header, DM3, The Palisades o los más recientes The Jangle Band. Juntos, dan forma a una barbaridad llamada Sometimes When, que contiene 10 composiciones que no son sino la culminación de más de 30 años de colaboración entre los dos grandes protagonistas de esta historia: Jeff Baker e Ian Freeman, que han pasado juntos por todas esas bandas que mencionábamos, dejando a su paso todo un manual de estilo de cómo hacer canciones arrebatadoras. Sometimes When no sólo no es una excepción a esa regla, es la piedra filosofal. Porque no estamos ante el típico producto tan de ahora de escuchar un par de veces y luego olvidar en el fondo del disco duro, en absoluto. Esto es una obra de amor, hecha por gente como nosotros. The Golden Rail nos están hablando a todos aquellos que nos hallamos acurrucados junto a Pedro y Javi en la trinchera del pop en defensa de una forma de entenderlo muy determinada, intransferible para el gran público, que sin embargo lo es todo para nosotros.

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19. Six Lennins, de The Propper Ornaments (Tapete Records): 


Las referencias frecuentemente son cansinas a la hora de hablar de un disco, pero a veces aportan jugo a la ecuación, sobre todo si, como en el caso que nos ocupa, son tan potentes como hablar de Felt, Velvet Underground, The Clientele o The Beau Brummels. El tercer lp de la banda formada por James Hoarse (Veronica Falls, Ultimate Painting) y el argentino Max Oscarnold (también en Toy), se aparta un poco de la más que eficiente psicodelia jangle que The Proper Ornaments desplegaban en su anterior y celebrado Foxhole (2017) para adentrarse en terrenos algo más narcóticos, que añaden a la paleta referencias menos sixties de lo que era habitual, como Galaxie 500 o Spacemen 3, todo ello sin olvidar un candor pop que ensalzan a base de melodías construidas con tino y dedicación, pues parece ser que han venido muy trabajadas antes de entrar al estudio. Junto a obvios tributos a ídolos como Song For John Lennon -la influencia fab sigue ahí- el trabajo manifiesta la cohesión propia de una obra que debe degustarse en su integridad para ser realmente entendida, lo cual certifican canciones que maridan tan bien los instrumentos acústicos y las ambientaciones electrónicas como las vaporosas Where Are You Now, Please Release Me, Can’t Even Choose Your Name o la titular, Six Lennins, que no desentonan en absoluto con las algo más enérgicas y velvetianas In The Garden o Crepuscular Child. Entre todas dibujan un paisaje onírico que no por más referenciable resulta menos apetecible. De hecho, es toda una delicia


18. Quiet Signs, de Jessica Pratt (Mexican Summer):



A Jessica Pratt se la puede alinear perfectamente con dos musas de la canción folk como Vashty Bunyan o Linda Perhacs, una británica y la otra estadounidense, pero dueñas de vidas paralelas. Las dos editaron un único disco en 1970, el cual fue ampliamente ignorado por crítica y público. Por suerte para nosotros, Just Another Diamond Day y Paralellograms gozan hoy de rehabilitación y son saludados como obras maestras hechas por mujeres pioneras por gozar ambas de un sonido particular que hoy se recibe como influencia. Esperemos que con este su tercer disco, la californiana Jessica Pratt no sea ignorada como lo fueron aquellas dos artistas, sería pasar por alto una de las voces más personales que en muchos años hayan poblado el firmamento pop. La intimidad, misterio y ensoñación que salen de sus cuerdas vocales en este Quiet Signs de título tan explícito, no es algo frecuente, de hecho es realmente insólito. Al igual que ya hiciera su magnífico anterior trabajo On Your Own Love Again, este disco encierra en sí un mundo placentero, una dosis de morfina para curar el dolor, un mundo de sueño en el que uno puede refugiar sus pesares y echarse a descansar. El tratamiento de la imposible frecuencia de la voz de la cantante, dotada naturalmente de una amplitud que llena todo espacio con que se tope, encuentra la más adecuada compañía en la parquedad de un tratamiento instrumental que beneficia a unas canciones que pretenden viajar todas a un tempo y feeling casi idéntico. Tanto es así, que a simple vista es costoso diferenciar unas de otras, por eso merece tanto la pena, además de por el estado de ánimo especial en que nos mecen, profundizar en ellas y dejarse cautivar cada vez más por la inteligencia melódica que encierra su composición, por lo acertadamente que están dispuestos los pocos elementos que las acompañan, por la delicadeza y agudeza de los detalles que pretenden remarcar su mensaje. Es difícil escoger entre ellas, por tanto, una que sobresalga. Realmente todas lo hacen, porque es un disco impresionante.

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17. Nomembers (Hidden Track, Flexidiscos):

Brillante estreno de esta banda valenciana capaz de generar texturas sobrecogedoras a caballo entre el más sedoso dream pop y la intensidad rock que genera la sinergia que hay entre sus componentes a la hora de poner en común trabajo al servicio de unas canciones capaces de generar un estado de ánimo determinado, una inquietud nada habitual. Son historias sobre muerte, sobre el temor por un mundo que sus autores saben herido, sobre el miedo en sí mismo. Historias oscuras que ellos abarcan, sin embargo, con ternura. La calidez de las atmósferas que saben conjugar nos arropa como un amnios en el que, pese a la dureza de gran parte del mensaje que las canciones guardan, nos cobija y consuela. Sería gratuito hablar de referencias para describir este conjunto de canciones con personalidad propia que deben escucharse como un todo, una especie de obra conceptual que sin contar ninguna historia en especial nos mantiene en vilo a lo largo de todo su recorrido. Un disco de debut que, pese a ello, transmite una madurez que no es fácil de ver en una banda novel. Es por ello que este trabajo se antoja como esencial a la hora de recapitular el año, sobre todo si hablamos de música cantada en valenciano. 


16. Los Estanques (John Colby Sect/Inbophonic): 

El talento desatado, inusual y arrogante de Iñigo Bregel y sus secuaces se ve refrendado plenamente en este tercer trabajo. Grabado como siempre en plan do it yourself, nada más empezar el disco homónimo de estos cántabro-madrileños, se desata una estampida en la forma de tres superlativas canciones (dejando al margen Ahora, la intro). El ciclón heavy-psych de Joder se encarga de empezar bien fuerte una secuencia que conocerá poco freno, merced a la rutilancia pop del single de adelanto del disco, un Clamando Al Error de potente magnetismo melódico que abre la puerta a la gran novedad: una querencia por sonidos negroides funk y disco, de la que ellos dan cuenta de una manera, como siempre, singular. Hacen suyo el groove funk de los Meters con Suerte, tercera burrada seguida del lote y cómo no, tremendamente adictiva. Así, hasta llegar al final, Los Estanques no ofrecen respiro y amplían su paleta hasta el punto de que ya no podemos emplear referencias tan obvias como Modulos, Barrabás,Solera o Brincos para hablar de su música. Han encontrado su camino y ahora empiezan a estar en boca de todos como lo que realmente son: una promesa que ahora se convierte en realidad y entrega obras magníficas como ésta, de una personalidad intransferible y que dejan a la mayoría de lo que les rodea a la altura del betún.

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15. Tip Of The Sphere, de Cass McCombs (ANTI): 

A Cass McCombs nunca hay que perderle la pista. Desde que algunos de nosotros tuviéramos noticia de él a través de su álbum Catacombs (de 2009, aunque los más avispados ya lo habían hecho con Dropping The Writ dos años antes) no ha dejado de labrar un estilo que sin olvidar su raíz en el rock y la psicodelia clásicos, se ha convertido en inconfundible, pese a que nunca jamás haya accedido a un reconocimiento de público (ni en cierto modo crítica) adecuado a sus logros. Sigue siendo un secreto a voces y parece cómodo con eso, porque sigue haciendo las cosas como le sale de las narices. Y lo que esta vez le ha salido es otro gran disco, cuyo contenido es además prácticamente indisoluble de su encarte. Sus canciones suenan circulares, hipnóticas, como el complejo arte que las envuelve. Su título -"el extremo de la esfera"- viene de la obra del artista Tahiti Pearson, que juega con troquelados y los efectos de la luz en ellos. De esta forma, tal y como muestra un vídeo explicativo (puede verse en youtube) que presenta el mismo Robyn Hitchcock, el disco de vinilo debe girar para su escucha con un montaje de tubo troquelado sobre el mismo para que la música cause el efecto correspondiente. Os confieso que yo no he necesitado de eso para meterme en el disco, pero desde luego no deja de ser curioso. No crean, Cass tampoco se ha ido demasiado por las ramas. El disco lo retoma donde lo dejaba aquél magistral Mangy Love hace tres años, si cabe añadiendo algo más de guitarra y por tanto, mayor querencia por un rock clásico que sin embargo no le hace perder carisma. Riffs potentes como los de The Great Pixley Train Robbery o Sidewalk Bop After Suicide, maridan a la perfección con momentos de placidez infinita como Prayer For Another Day o de esa lisergia cilíndrica que mencionábamos y que goza de predominancia para que el troquelado haga su efecto, como es el caso de la colosal Estrella o esa jam final de diez minutos que cierra el disco titulada Rounder y que suena como si JJ Cale capitaneara a unos Crazy Horse domados. Una delicia más de un artista sensacional.

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16. Drift Code, de Rustin Man (Domino): 

Paul Webb, bajo su alias Rustin Man, ha tardado nada menos que 16 años en editar un nuevo trabajo discográfico desde aquél Out Of Season de 2002, que muchos guardamos en nuestro corazoncito como uno de los discos que más han iluminado nuestra existencia. La diferencia en esta ocasión reside en que, a diferencia de éste, en el que las tareas vocales se asumieron por una Beth Gibbons que puso tanto de su parte que realmente puede considerarse un disco conjunto, ahora por vez primera es él el que asume esta siempre tortuosa responsabilidad y además con nota, puesto que se trata de un disco monumental. Una de esas obras por las que resbalan las etiquetas, épocas o calificativos manidos.  Podría haber sido editado hace treinta años y hablaríamos del mismo tipo de vigencia. Los arreglos suntuosamente armados que abrigan estas canciones de temática y orientación variada, pero siempre complejas y ricas, en las que sobrevuela la peculiar voz del autor, que curiosamente se aproxima bastante a la tonalidad que tenía la del llorado maestro Bowie en sus últimos discos, o incluso al opaco falsete del Robert Wyatt más romántico (The World's In Town), sin duda atribuyen al producto una condición especial. El universo de Rustin Man se ramifica sin miedo, pero siempre con lógica, en múltiples vertientes que siempre llevan tanto un sello inconfundible como una trascendencia a años luz de prácticamente todo bajo el cielo del pop.Sin duda, una de las delicatessen del año.

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15. Walk Through Fire, de Yola (Easy Eye Sound):

Easy Eye Sound, el sello puesto a flote por un Dan Auerbach que, visto lo visto en el último trabajo de Black Keys, es mucho mejor descubriendo talentos y produciéndolos que haciendo sus propios discos, es una fuente inagotable de buenas referencias. El primer disco como Yola de la británica Yolanda Quartey, mujer con un pasado importante en el mundo de la música, pero sólo a través de prestar su voz a otros. Ya era hora de que alguien abriera la vía de expresión a un huracán vocal que además viene acompañado por excelentes canciones, a las que Auerbach además ha sabido dar el lustre necesario en sus estudios de Nashville. De esta forma Walk Through Fire despliega toda la fuerza de la que es capaz esta mujer, combinando a la perfección soul y pop. De esto da sobrada muestra un tema absolutamente monumental como es Faraway Look, uno de esos temas que muchos esperan toda su vida para cantar y que ella tiene como apertura de un debut, que por descontado contiene un listado de canciones que no quedan ensombrecidas por la inaugural. Así, tenemos un trabajo preciosista, suntuoso en arreglos, bien compuesto y aderezado por una de esas voces que hacen que algo suceda cuando suenan. 2019 ha sido un año profuso en la producción soul a una manera tradicional. Muchos han sido los discos aparecidos tratando sonar como Stax, Atlantic o Curtom en los 70, pero pocos los que han sabido aportar algo más. Walk Through Fire es uno de ellos. 

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14. Guesswork, de Lloyd Cole (Ear Music):

Que Lloyd Cole es dueño de una carrera ejemplar es algo que todo el mundo debería saber. Dicho esto, sí que es cierto que tras algunos discos de un tono más experimental, se echaba de menos una enjundia en sus canciones que hacía años -quizá desde aquel Music In A Foreign Language, de 2003- no encontrábamos en sus trabajos. Así llega Guesswork, una obra de madurez que el artista de 58 años ha cocinado prácticamente solo, con ayuda de los sintetizadores en los que, tras años de experimentación, ha encontrado un aliado perfecto. Las tonalidades coloristas a las que accede el artista aquí a través de software y cachivaches varios maridan, de este modo, a la perfección con unas canciones que sin embargo recuerdan mucho a las que alumbrara en sus tiempos de mayor gloria al frente de los Commotions. Es quizá su disco en solitario que más de frente pueda mirar a Rattlesnakes o Mainstream, por causa de unas canciones que siempre encuentran ese estribillo arrebatador, esos espacios abiertos bañados de luz que siempre han tenido sus composiciones, pero que aquí relucen de especial manera. Un ejercicio de maestría a cargo de un autor al que muchos dejaron de lado como se deja a aquellos one hit wonders de los ochenta que ya no tienen donde caerse muertos. Gran equivocación, de la que este precioso y relevante disco es prueba perfecta. La veteranía es un grado. 


13. Gimnasia Menor, de Chaqueta de Chándal (Bankrobber):

“Hablo durante el bolo, me da igual, yo molo; esto es el underground. Me cobran treinta pavos, no salgo del lavabo, esto es el underground. Pongo mi foto en Facebook, de espaldas al concierto, esto es el underground. Mira mi cami rara, me la compré en el Zara, esto es el underground”. Son fragmentos de una canción que alguien tenía que decidirse a escribir. Los que lo han hecho se llaman Chaqueta de Chándal y su título es A Moderno Resabiado No Le Mires El Dentado. Tanto la letra, como el nombre de la canción o el de la banda, dan idea de que, desde luego, no estamos ante algo común. Porque sí, hay muchas bandas que escriben letras ingeniosas capaces de retratar de manera hilarante los tiempos que nos toca vivir, pero pocas lo hacen con tanto sentido ni -y esto es lo más importante- el magnífico envoltorio musical, que este trío de Barcelona define como un cruce nada menos que entre Neu!, La Polla Records y Los Brincos. Así, tras la tarjeta de presentación que supuso la mencionada canción llega ahora Gimnasia Menor, todo un dechado de letras incisivas, teclados atronadores, guitarras al 11 de volumen e hipnosis colectiva para hacer bailar al personal. A las nueve canciones aquí congregadas les sobran razones para constituir juntas uno de los grandes discos de la temporada, un debut a todas luces sobresaliente que tanto en su aporte lírico como instrumental tiene un fundamento poco común en el contexto discográfico en que se mueve.


12. Disparo Revelador, de Mendizábal (La Viejita Múisca):

El primer tiento de Txema Mendizábal en solitario se saldó con un magnífico Golpe De Estado (La Viejita Música 2016), que puso de relieve a un músico brillante, situado demasiado tiempo a la sombra de otros y que merecía pasar al primer plano de las grandes ligas. No obstante, aunque dicho debut alcanzaba el notable, sus deudas eran quizá más patentes de lo que cabría esperar en alguien de su capacidad. El odioso, en mi opinión, sambenito "nuevo Quique González", que le persigue como el diablo sobre ruedas, empieza a ser cansino. Que sí, que a él le gusta mucho ese señor también, pero ya está bien, pasemos página. Disparo Revelador descubre al cien por cien la capacidad lírica de un compositor impresionante, que sabe poner el corazón a cada segundo de música de un trabajo prístino, honesto y hermoso como pocos lo han sido este año. Toda esa poderosa transparencia que albergan estas canciones, encuentra su inspiración en muchos lugares a la vez: tanto musicales (por ahí apreciamos cosas tan dispares como Elliott Smith, Caetano Veloso, Van Morrison o Los Secretos), como en unas vivencias que él sabe retratar de una manera humilde y agradecida con el recorrido que le ha puesto en el sitio en que está, que aparenta ser exactamente en el que quiere estar. La cristalina luminosidad que desprende el disco permite mostrar a la vez la amargura, el entusiasmo y la pasión de un hombre para el que mostrar todo eso no constituye una manera de impostar, de epatar. Todo lo contrario: para Txema hacer todo esto es, sencillamente, una cuestión de vida o muerte. Eso se nota, tanto en la elegante arquitectura del disco como en el cuidado trazo de estos temas, a cada cual más efectivamente revelador.


11. Normal Life, de David Woodcock (Blow Up Records): 

Siempre me ha entusiasmado esa capacidad que tienen los ingleses para trasladar su ironía a burbujeantes canciones pop llenas de sugerentes guiños vodevilescos. Ray Davies, al frente de The Kinks, fue quizá pionero en explotar esto, pero luego otros continuaron y completaron su tarea, como Ian Dury, Madness o Blur, con discos como Parklife o The Great Scape. Quizá hoy sea un tanto demodé reivindicar este formato de pop, pero la cosa es que, de cuando en cuando, aparece algún talento capaz de continuar esa tradición y plasmar en canciones excitantes todo ese encorsetado costumbrismo inherente a las vidas ordinarias, del cual los brits son incapaces de escapar y, precisamente por ello, necesitan banalizarlo riéndose un poco del tema. De toda esa tradición, de ese modo de plasmar la vida en arte pop, es un aventajado heredero David Woodcock, un prácticamente desconocido cantautor procedente de Southend-On-Sea, que ha dado precisamente el título de Normal Life a su segundo disco, aparecido este año al abrigo de la independiente Blow Up Records y que representa seguramente la mayor sorpresa y descubrimiento, sin perjuicio de que pueda haber otros discos mejores o peores, de 2019 para el que suscribe. Y es que, sobre todo, nos encontramos ante un excelente compositor de canciones. Uno que podría mirar de frente a los altos referentes que se muestran en su música, pero que por nacer en el lugar y el momento equivocados se tiene que conformar con vender unos cuantos vinilos en conciertos y obtener unas cuantas escuchas en Spotify. Decididamente, el mundo ya no es un lugar confortable para todos aquellos que amamos esta particular manera de hacer canciones, no obstante aún quedan pequeños rinconcitos en los que acurrucarse y descansar. Y este disco es uno de ellos.


10. Grey Area, de Little Simz (Age 101): 


Quitado de dos grandes nombres como Missy Elliott o Lauryn Hill, la figura de la mujer en el hip hop ha estado de manera nefasta relegada a un segundo plano durante casi todos los años que nos contemplan desde su alumbramiento como género. Claro, eso es extensible a todo el mundo del pop, pero creo que en este caso particular es todavía más sangrante la falta de visibilidad de creadoras de tanta o más altura que sus equivalentes masculinos, a las cuales se ha silenciado una y otra vez en pro de una figura arquetípica de "tipo duro" que parece ser inherente a esta forma de arte. Afortunadamente -y también, de forma generalizada en todo el espectro musical- eso está cambiando. Puede que el MC indiscutible en estos momentos sea Kendrick Lamaar, pero me temo que le ha salido una seria competidora al otro lado del océano. Little Simz es el nombre de guerra de Simbiatu "Simbi" Abisola Abiola Ajikawo, una rapera londinense de 25 años que con su tercer trabajo, Grey Area, viene a hacer temblar los cimientos de una música en constante evolución, como es el hip hop. Al igual que Lamaar lo ha hecho, Simz no tiene ningún miedo a mezclar, usando bases elaboradas mediante de texturas mucho más complejas de las que uno suele encontrar en un disco de rap al uso, tirando de instumentos reales en lugar de sampler, de colaboraciones tan diversas como Cleo Sol, Little Dragon o Michael Kiwanuka y tejiendo estructuras imaginativas que desaparecen del espectro usual del terreno que pisa. Trallazo tras trallazo, estas 10 concisas canciones, cada una de ellas con vocación de single, se ocupan de dar forma a una obra trascendente que ha sido laureada por todo medio que se precie como uno de los discos del año. Y no es para menos, este no es un disco que ni siquiera deba ser escuchado por alguien joven o con unos oídos "acostumbrados" a estos parámetros. Es un disco que debería escuchar todo aquél que ame la música negra o la música en general, porque ésta debería ser siempre reinventable, y ésta es su última vuelta de tuerca.


9. Closer To Grey, de Chromatics (Italians Do It Better):

Nada menos que siete años han tardado Chromatics, sin duda una de las bandas de referencia de la presente década, en sacar la esperadísima continuación de su Kill For Love (2012). A todos nos tomó por sorpresa, por tanto, que casi sin anunciarse y tras diversos problemas personales de Johnny Jewell, el nombre tras el que está todo esto, al fin llegue a las tiendas un producto de Chromatics que es exactamente lo que que cabía esperar: un compendio de todas las virtudes de Kill For Love, pero mucho más pulidas, en unas canciones de algo así como bubblegum de bajón, que responden perfectamente a esa cadencia tan de baile para depresivos que han sabido imprimir siempre en su música. Es justo el álbum que se esperaba de ellos, no decepciona en absoluto. Quizá habría sido de agradecer algo de aventura, algo que no supiéramos, pero lo que es inapelable, al fin y al cabo, son unas canciones que funcionan a la perfección en un entorno sónico que sólo ellos saben construir. La voz vaporosa de  Ruth Radelet viaja cegada entre las brumas del tejido de teclados, samplers, percusiones electrónicas y demás capas de espesura que Jewell y la banda construyen, como si de un muro de Spector se tratara. Y sin embargo, la densitud de todo ello no impide en absoluto que la efectividad sea inmediata. Tanto de forma conjunta como separada, las canciones embriagan, si bien en una cadencia algo más relajada, tendente a la uniformidad, que en anteriores esfuerzos. Tanto la acertada versión de Simon & Garfunkel que abre el disco, como el rutilante single You're No Good o todas y cada una de las canciones que dan al disco, son constataciones de que la rara capacidad de esta banda para engatusar al oyente a base de magia negra sigue completamente intacta y que siete años no son nada.


8. Thanks For The Dance, de Leonard Cohen (Columbia): 

Y el rey volvió de la ultratumba a reclamar su tono, con voz grave, casi un estertor, con tejidos suaves, tristes, pero hermosos. Esto tan shakespeariano ha sido posible en 2019 gracias a unas grabaciones que dejó hechas el mítico cantante de Montreal en el estudio bajo la batuta de su hijo, Adam Cohen, las cuales éste se ha empeñado una y otra vez en decir que no son descartes de aquél You Want It Darker (2016), que se suponía era ya su canto del cisne. No, resulta que dejó grabadas las voces, ora cantadas ora recitadas, de diversas canciones que guardan el suficiente hilo argumental como para dar forma a un trabajo independiente, repetimos, no de descartes, respecto de aquél último trabajo. Este Thanks For The Dance es ese apéndice necesario, esa sentida despedida de un artista agradecido a su público, el mismo que le ha laureado durante décadas como el hombre que -mucho más que Dylan o Reed, le pese a quien le pese- introdujo mejor la literatura en la música pop. El contenido de Thanks For The Dance es en su mayoría poético, pero el sin duda excelente trabajo de Adam se ha encargado de convertir todo esto en canciones que se encuadran a la perfección en una carrera superlativa como la de su padre, a base de texturas respetuosas con todos los hallazgos musicales, que no son pocos, de su trayectoria y en definitiva, unos arreglos sabios y bien trazados que son los que hacen que el conjunto sea disfrutable como uno de los mejores discos del autor canadiense. Y mira que era difícil. Pero los milagros existen y a veces hacen que los muertos caminen de nuevo. Sin duda Leonard Cohen dejó un cadáver lo suficientemente bien parecido como para que escucharle de nuevo, lejos de asustar, sea uno de los mayores placeres del año. 


7. All Mirrors, de Angel Olsen (Jagjaguwar): 

Fruto de una ruptura sentimental, el cuarto disco de Angel Olsen, cocinado junto al archifamoso productor John Congleton es un paso de gigante respecto al laureado My Woman (2016), un más difícil todavía que parecía imposible, pero que al hacerse realidad confirma a la de St. Louis como una de las figuras más importantes en el firmamento musical de nuestra era. All Mirrors hace gala de un sonido y unas canciones monumentales que buscan en su barroquismo los flecos de la canción pop para, lejos de acomodarse en ellos, retorcerlos al antojo en pro de la búsqueda de exorcismo de su autora, que quema demonios a base de mirar su reflejo -de ahí el título- pero sin ánimo de autocompadecerse, todo lo contrario. La oscuridad que sugiere la portada, que la muestra sobria en blanco y negro, no tiene tanto como cabría suponer que ver con el contenido luminoso de un disco que juega a los espacios diáfanos a base de combinar electrónica y orquesta. Todo suena a lo grande, pero sin ampulosidad, de forma muy diferente a lo anteriormente producido por Olsen, pero coherente con ello. Todas las canciones se suceden como un retrato del ahora de la artista, que se muestra a sí misma tal como es, a través de aciertos tan supinos y autobiográficos como New Love Cassete, Spring o el emocionante cierre que propone la superlativa y esperanzadora Chance. Una de esas obras que demuestran que la producción discográfica del año no tiene porqué ser ese páramo que algunos proponen, si uno se para a escuchar discos tan afilados, emocionantes y trascendentes como este. 


6. Ventura, de Anderson .Paak (12 Tone/Aftermath): 

Para su cuarto álbum, el genio californiano ha contado con las colaboraciones de gente tan dispar como Lala Hathaway, hija del inmenso Donny, Andre 3000 o el mismísimo Smokey Robinson, sin mencionar que han intervenido como productores lo más granado de la industria como Dr. Dre (ejecutivo) o el mismísimo Pharrell Williams, lo cual da una idea tanto del trazado atemporal de su música, capaz de aglutinar a todas las generaciones de la black music, desde la más mainstream a la más purista, como de lo variado de una propuesta que, lejos de anclarse en una mirada vintage o supeditada a ese calificativo tan odioso como es el de "neo-soul", se presenta como una renovación de esquemas que lo mezclan todo para fabricar algo excitante y novedoso, que no nuevo, por supuesto. Tampoco es que él necesite inventar nada cuando lo que suena aquí es tan fresco y sugerente. No hay más que dejarse llevar por el groove de la maravillosa Make It Better o el single King James, que hacen gala de un sonido tan poliédrico como al margen de cualquier moda o comparación. Se permite incluso despedir el álbum trayendo de nuevo al mundo de los vivos al malogrado rapero Nate Dogg en un What Can We Do? que deja sin respiración. Un disco que, tan sólo a un año vista de aquél Oxnard que le situó en lo más alto, continúa la trayectoria ascendente de un artista en estado de gracia. 


5. Dolphine, de Mega Bog (Paradise Of Bachelors): 

Dolphine es el quinto álbum que bajo el pseudónimo Mega Bog alumbra esa anomalía que es la californiana Erin Elizabeth Birgy, que fiel a su máxima "nunca aplaques la canción mística que descansa dentro de ti" es capaz de sacar de si una música tan infrecuente como llena de belleza. Sí, emparenta con grupos como Big Thief u otras cantautoras como Cate Le Bon, Aldous Hurding o Jessica Pratt, pero lo suyo es bastante más complejo. Así como podemos escuchar todas esas referencias como algo personal, pero perfectamente asimilable dentro de nuestro contexto, lo de Mega Bog parece salido de otro planeta, o mejor, de una especie de concha gigante que permanece hermética hasta que se abre para mostrar la perla más rara. Tanto la voz de Erin como las complejas instrumentaciones que adornan estas composiciones que tantean el folk, el jazz o la psicodelia para dar forma a una vía de expresión simpar, son capaces de sumergirnos en uno de esos mundos oníricos a los que sólo algunos grandes autores pueden llevarnos de la mano. Dolphine es un disco, sobre todo, delicioso. Un dechado de virtudes que uno no puede dejar de degustar una vez entra en el particular universo de su creadora, que es un lugar hermoso, lleno de color y sobre todo, diferente a casi todo.  


4. The Unseen In Between, de Steve Gunn (Matador): 

Fue de los primeros trabajos en impactarme durante este ejercicio y, pese a lo que suele pasar, que todos aquellos discos que cogemos con anhelo investigador al empezar el año acaban diluidos en la maraña de lo que va aconteciendo durante los siguientes meses, ha permanecido conmigo como una lapa sin perder un ápice de relevancia en mi universo personal. Por algo será, digo yo. Y es que hay sin duda algo especial en este dotado músico al que ya descubrí en su Eyes On The Lines que me mantiene anclado a su música, que lejos de pretender nada trascendente, simplemente asimila todos los clichés del folk-rock americano, especialmente el hecho en California, para ofrecer su visión. Una visión relativamente parecida a la que su colega Kurt Vile o The War On Drugs también ofrecen, pero a mi modo de verlo, más acertada y atractiva. Así, este su cuarto trabajo en solitario y el segundo para la importante disquera Matador Records no propone otra cosa que un listado de canciones superlativas, construidas con pulso de delineante y manos de orfebre, que quizá en su ausencia de pretensiones no vayan a suponer para su autor el encumbramiento al olimpo pop actual, pero sí que le confieren el respeto de todos aquellos a los que nos gustan las cosas tan bien hechas y tan bien servidas como las delicatessen que aquí encontramos. Uno de esos discos al que seguro seguiremos acudiendo aunque cambie el año. 


3. Ghosteen, de Nick Cave (Ghosteen Ltd./Sony): 

Se trata del primer trabajo de su autor que en su totalidad trata directamente de un suceso tan desgarrador como la muerte de un hijo y la asimilación del dolor posterior. The Skeleton Tree se publicó poco después de la muerte de Arthur, uno de los gemelos que Nick Cave tuvo con su esposa Susie Bick, pero su contenido ya estaba pensado mucho antes. Aquí, desde el título, algo así como “fantasma adolescente”, todos los elementos guardan un halo de duelo, de misa funeraria por el hijo perdido, hasta el punto de tener la sensación cuando uno lo escucha de que asistimos a una ceremonia de cremación de una hora y pico de duración. Es tal su solemnidad, su pesar, que uno no puede sino asombrarse ante la sublime belleza que propone este disco, doble en su edición física, que debe escucharse como una sola canción. Un llanto. Musicalmente, el disco finaliza una especie de trilogía que forma con los dos anteriores (el mencionado Skeleton Tree y Push The Sky Away). El viaje desde la ampulosidad de arreglos de unos Bad Seeds transformados en banda de rock hacia el aprendizaje que del minimalismo y la electrónica han supuesto la gran cantidad de bandas sonoras asumidas por el binomio Ellis-Cave, desemboca aquí en escapes sonoros reposados, casi de naturaleza ambient, que completan la enésima transformación de un creador que jamás se ha acomodado. Un artista total al que debe seguirse con ánimo de aventura, sin encasillamiento. Así, si uno se deja sumergir en las profundas y mansas aguas de Ghosteen, encuentra sensaciones que raramente se ofrecen en un producto discográfico. Cave es un maestro manejando intensidades y aquí se ha empleado a fondo: el minimalismo monocorde de las canciones se ve apuntalado por sutiles percusiones,  un sabio usode los coros y unas orquestaciones que muy puntualmente apoyan a la programación electro que domina a nivel instrumental. Todo ello crea un fresco, un paisaje sonoro impresionista, que nos hace partícipes del duelo. Somos invitados a este colosal mausoleo, este Taj Mahal que un padre erige a su hijo para su memoria perpetua. Una obra maestra, quizá la más profunda de todas las que ya cuenta en su haber su autor. Un trabajo sublime de parte de un hombre herido en lo más profundo, pero que nunca dejará de ser uno de los más grandes.


2. La Deriva Sentimental, de Parade (Javalina Música): 


Todos parecemos estar de acuerdo en algo: Parade es un extraterrestre. Un extraterrestre que vive en una nave espacial rodeado de canciones, cómics, películas y otra imaginería pop. Un extraterrestre que sabe traducir todo eso en apoteósicas golosinas de las que nos rompen el corazón a nosotros, militantes clandestinos de la canción melódica, constantemente avergonzados de un gusto por las cosas bonitas en un mundo que ni nos comprende, ni nos quiere comprender. Por eso era tan importante que este extraterrestre que sí que nos comprende y que es Antonio Galvañ, un extraterrestre de Yecla, para más señas, aterrizara definitivamente en nuestro planeta y compartiera definitivamente todo su talento con nosotros. No es que otras veces no lo hubiera hecho, pero de alguna forma ninguna de sus anteriores visitas discográficas había sellado definitivamente esa relación estrecha que debe existir entre las grandes creaciones en formato canción y su traslado a la grabación. Con La Deriva Sentimental, Antonio al fin ha empleado los medios y el conocimiento adquirido en rematar definitivamente una obra a la altura de sus aptitudes, erigiéndose al fin en ese Phil Spector -o Stephen Merritt, como a él seguramente le gustaría que le calificaran- que ha llevado dentro siempre y ejercitando ese acto tan altruista que es poner sus propias canciones en voces de otros. Para ello, ha contado con la ayuda de ilustres amigos: Teresa Iturrioz de Single, Jaime Cristóbal (Souvenir, J’aime), Charlie Mysterio, Las Kasettes, Kikí d'Akí, Alberto Montero, Marc Ribera y Laura Antolín de Doble Pletina, Alondra Bentley, Lidia Damunt, Teresa Jimeno de Espanto, Guillermo Farré (Wild Honey) y Paco Tamarit (Serpentina, Cápsula de Sueños). Ahí es nada, pero lo importante es lo importante: las 11 canciones que aquí se incluyen, más una versión del Josephine de The Magnetic Fields, constituyen el conjunto más cohesionado, más rutilante y más necesario jamás puesto en solfa por este autor al que alguien debería erigir un monumento por esa capacidad que tiene de alcanzar la perfección absoluta en tan sólo tres minutos. O si no, escuchen Letras, Canciones, Literatura, Esa Música, Contigo En Un Incendio, Películas o Cayendo Hacia El Sól, todas ellas susceptibles de ser calificadas como la canción de nuestra vida. Por eso este disco es tan importante: por contenerlas y por ser el aterrizaje definitivo en nuestro planeta de un Parade que esperemos que se quede en él mucho tiempo.

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1. Titanic Rising, de Weyes Blood (Sub Pop):


Cierto, no soy nada original en mi elección del disco del año. Y si piensan que eso me importa es que no me conocen en absoluto. Aunque tampoco tienen porqué conocerme, claro. Es simplemente que las cosas son como son y que ningún disco realmente ha conseguido cautivarme tanto, hablarme tan directamente, como éste. Sí eso mismo les ha pasado a muchos, pues por algo será ¿no? Y es que el cuarto disco de la californiana Natalie Mering, A.K.A. Weyes Blood, es una de esas obras de belleza cautivadora y calado profundo que empequeñecen todo a su alrededor.  La monumentalidad de tintes barrocos que alberga en su interior esta obra muestra sus cartas desde un principio con un arranque estremecedor como es A Lot's Gonna Change, que exhibe en todo su esplendor cómo la producción de Jonathan Rado, el 50% de Foxygen, ha obrado maravillas para ensalzar hasta el infinito y más allá una materia prima tan excelente como son las composiciones de esta cantautora que sí, que la podemos comparar con unas cuantas cosas pretéritas, pero no todo el mundo consigue emular con tanto acierto como lo hace ella aquí el sunshine pop, el rock californiano o el folk de cámara que se practicaba en los 60 y 70 del siglo pasado, pasados, por supuesto, por el tamiz personal de la multinstrumentista y el productor, que logran dar la vuelta de tuerca adecuada para que todo suene a 2019 sin problemas. Todo es relevante: desde la languidez pop de Everyday, la profundidad cinematográfica de Movies, la oscuridad sentimental de Mirror Forever o el tono pastoral de Picture Me Better sirven igualmente al objetivo de vaciar en nosotros una de esas radiografías personales que cavan un agujero bien hondo (para bien) en el alma de quien se deja inundar por ello. Como indica la metáfora que propone el título, este disco es algo así como un radiante transatlántico rescatado de las aguas del océano para hacernos creer de nuevo en el amor por la música pop. Una brillante y emocionante pieza de arte que reluce rotundamente en todas sus facetas y resulta tan necesaria como disfrutable. Un disco que cuanto más se escucha, más conquista y como las grandes obras, más recovecos ofrece al oyente atento, pues es tanta su riqueza en matices como la sabiduría de las composiciones que la voz maravillosa, sobrehumana, de su autora, ensalza hasta el infinito.

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Algunos que se quedan en el tintero:

Kiwanuka, de Michael Kiwanuka
Inferno, de Robert Foster
Rawhoney, de Drugdealer
La Vitti Bar, de Bob Lazy
Black Pumas, de Black Pumas
Tres Peces, de Fario
A Song For Paul, de Ghost Funk Orchestra
Little Electric Chicken Heart, de Ana Frango Electrico
So Removed, de Wives
Mixtape, de Mourn
Estuario, de Ronnie Lasdunas y El Combo de Arena
Sincerely Yours, Greatest Hits Vol. II, de Ernest Hine & The Sincerities
Danças Líquidas, de Bifannah
Why Hasn't Everything Allready Disappeared?, de Deerhunter
Out Of Sight, de Jake Xerxes Fussell
Colorado, de Neil Young & Crazy Horse
Extraño, de Mausoleo
Social Cues, de Cage The Elephant
We Get By, de Mavis Staples
Ultraligero, de Novedades Carminha
Badbea, de Edwyn Collins

Y para los que hayáis llegado hasta aquí, una playlist de canciones favoritas del año


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1 comentario :

  1. Una lista muy interesante, Juanjo. He descubierto en ella a The Proper Ornaments, David Woodcock (qué disco más entretenido!!!), Chromatics y Mega Bog (en especial "Truth in the Wild"; el resto del disco es demasiado confuso para mí). Pero sobre todo ha servido para que rompiera las barreras que tenía puestas a Anderson .Paak, basadas (como no) en el prejuicio. Y he disfrutado muchísimo con un disco enorme: ahora tengo la tarea de buscar sus discos anteriores.

    Luego no digas que no ejerces influencia en mí. Selecciones tan personales como la tuya son las que de verdad molan.

    Gracias.

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