La historia del rock español a veces tiene la costumbre de recordarnos quiénes fueron, son y serán las figuras básicas que lo acuñaron para la eternidad. Cuando te topas con una de ellas frente a frente, y por muchos años que pasen sigues corroborando que venimos y bebemos de los clásicos, filias y fobias aparte, sabes perfectamente que todo volverá a cobrar sentido. Esta es la crónica de una noche de resarcimientos, reencuentros intensos y conciencia de clase.
La
venganza, o eso dicen, se sirve con ingredientes muy fríos. Gélidos a ser
posible y a fin de agudizar sus efectos. Algo así, solo que al contrario, fue
lo que vivimos una noche amable de mediados de septiembre en el magnífico Teatro de la Axerquía de Córdoba. Loquillo, o don José María Sanz, o el hombre de los mil disfraces que confluyen en
uno solo, se resarció con creces y unas dosis altísimas de profesionalidad de
la fallida cita con el público local hace justo dos meses. Fue entonces, cuando
el calor inmisericorde y las mermadas condiciones físicas de nuestro hombre
–algo puntual, visto lo visto- deshicieron los deseos de verlo entregado a su
última y rotunda propuesta discográfica, que pocos esperábamos una compensación
a tal altura. Estas cosas pasan cuando una leyenda del rock patrio da un golpe
sobre la mesa y reafirma que solo él y pocos como él siguen teniendo la pócima
mágica para aglutinar talentos, revolverlos y resolverlos de forma tan
satisfactoria. Muchos y variados argumentos se podrían espetar en su contra, y
la mayoría seguramente injustos, pero comprobar que cuatro décadas después y
tras superar baches emocionales y económicos de cierta importancia, tiene la
que probablemente sea la mejor banda de rock and roll en directo de este país
en la actualidad es no solo un enorme placer sino también un orgullo de clase,
así sin más rodeos.
Uno de
los principales hándicaps con los que cuenta un artista de tan dilatada
trayectoria suele ser que el público que un día lo seguía incondicionalmente,
lucía estética inspirada por su música y compraba todos sus discos, al paso de
los años y las vueltas de la vida misma deja de hacer todo eso para anclarse en
un tiempo, el suyo y no el de su antaño ídolo, que ya no volverá. Ni falta que
hace. Ni tampoco las cosas son como eran, con lo cual aquel dicho tan manido de
adaptarse o morir pasa a ser directamente un hecho. Puede que la mayoría del
público potencial actual de
Loquillo acuda a sus conciertos para escuchar
exclusivamente “El ritmo del garaje”, “El rompeolas”, “Rock suave”, “Carne para
Linda”, “La mataré” o “Cadillac solitario” y olvidarse a propósito de que hay
mucho más a partir de ahí, y que este señor ha grabado pequeñas obras de arte
como
Balmoral, que luce con bravura
en el rock a plomo de “Sol”, “Línea clara” y la imprescindible “Cruzando el
paraíso”, la eterna mano tendida al dios
Johnny
Hallyday que ahora hermana con otro arcángel personal:
Jean Paul Belmondo, recientemente ascendido al olimpo en el que en
verdad siempre estuvo. A los clásicos la banda les pone acentos distintos,
creando atmósfera de club entre tanta descarga eléctrica y estirando tempos
para hacer nuevas canciones dentro de las mismas. No se podrá decir que todo
ese racimo de clásicos incontestables suenan igual que cuando algunos y algunas
se moceaban en las giras que los trajeron hasta aquí. Y ahí precisamente está
su grandeza, en reivindicarse como “El último clásico” impulsado por una
locomotora de alta precisión como la de “Los buscadores” (una de las mejores
letras de su producción reciente) o la esencia barrial de “La vampiresa del
Raval”, uno de los regalos que
Marc Ros,
líder de
Sidonie, le hizo a su amigo
el
Loco para que él lo cantase no
mejor, sino con más autenticidad.
Con más
humildad de la que sus detractores le objetan, deja espacio más que suficiente
a una banda capitaneada por su productor y mano derecha
Josu García y marcada por el espectacular
Igor Paskual y el no más discreto
Pablo Pérez, las tres guitarras mejor compenetradas del momento; al
recuperado bajista
Alfonso Alcalá,
que aporta un color diferente a todo lo que toca; a los teclados de
Gabri Casanova, más necesarios de lo
que podría pensarse; y a la presencia poderosa de
Laurent Castagnet, el gabacho fiel y hombre de confianza para sus
asuntos de la percusión. Todos intercambian posiciones, dan vueltas y más
vueltas, arropan y dan espacio al jefe, se unen y se responden en una clase
magistral de poderío roquero. Y en un
set
list que alterna perfectamente lo que el grueso de la audiencia ansía escuchar
con lo que es preciso cantar ahora, se pasean por el “Planeta rock” con todo el
derecho del mundo a reivindicar esa “Rock and roll actitud” que a otros les
falta en el fondo y les sobra en la superficie. Para que se sepa, se debe decir
bien alto que aún peor que el miedo es el silencio, y que ser “El hijo de nadie”
te hace trabajar desde abajo y llegar a unir a multitudes al grito de “Salud y
rock and roll” y proclamar un inapelable “Creo en mí” que reajuste las tuercas
de la máquina que un día fue, y aún es, la que lo ascendió a la categoría
universal de “Rey del glam” después de creer en “La mala reputación” que otro
amigo, poeta para más señas, llamado
George
Brassens, instaurara en nuestras vidas para siempre. Aterrizar en “La
ciudad de las mujeres” nunca es una mala maniobra, así que solo cabe esperar
que antes de la que implique el despegue definitivo hacia el próximo escenario, salude
a
Johnny Cash –otro que tal baila-
con la personalidad intrínseca a “El hombre de negro” y se mueva de efe en efe
en un himno intergeneracional como “Feo, fuerte y formal”. Así de claro, así de
duro, así de impresionante.
La
verdad duele. Puede incluso matar. Decir que ver y escuchar un concierto de
Loquillo y su banda en pleno 2021 es
una experiencia intensísima puede volar muchas cabezas. Igual los que no están
preparados son los dueños de dichas testas. Lo cierto es, y contra los hechos
pocos argumentos sirven, que
Loquillo
está más vivo que nunca, baila con más elegancia que nunca, canta igual de mal
que siempre y no pide explicaciones a nadie. Se limita a ser lo que siempre
fue: el líder. Por no decir el puto amo.
GALERÍA
Texto: JJ Stone
Fotografías: Raisa McCartney
Más info:
https://www.loquillo.com/
https://teatrocordoba.es/
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