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domingo, septiembre 12, 2021

Loquillo - Córdoba. Teatro de la Axerquía, 11.9.21

La historia del rock español a veces tiene la costumbre de recordarnos quiénes fueron, son y serán las figuras básicas que lo acuñaron para la eternidad. Cuando te topas con una de ellas frente a frente, y por muchos años que pasen sigues corroborando que venimos y bebemos de los clásicos, filias y fobias aparte, sabes perfectamente que todo volverá a cobrar sentido. Esta es la crónica de una noche de resarcimientos, reencuentros intensos y conciencia de clase.


La venganza, o eso dicen, se sirve con ingredientes muy fríos. Gélidos a ser posible y a fin de agudizar sus efectos. Algo así, solo que al contrario, fue lo que vivimos una noche amable de mediados de septiembre en el magnífico Teatro de la Axerquía de Córdoba. Loquillo, o don José María Sanz, o el hombre de los mil disfraces que confluyen en uno solo, se resarció con creces y unas dosis altísimas de profesionalidad de la fallida cita con el público local hace justo dos meses. Fue entonces, cuando el calor inmisericorde y las mermadas condiciones físicas de nuestro hombre –algo puntual, visto lo visto- deshicieron los deseos de verlo entregado a su última y rotunda propuesta discográfica, que pocos esperábamos una compensación a tal altura. Estas cosas pasan cuando una leyenda del rock patrio da un golpe sobre la mesa y reafirma que solo él y pocos como él siguen teniendo la pócima mágica para aglutinar talentos, revolverlos y resolverlos de forma tan satisfactoria. Muchos y variados argumentos se podrían espetar en su contra, y la mayoría seguramente injustos, pero comprobar que cuatro décadas después y tras superar baches emocionales y económicos de cierta importancia, tiene la que probablemente sea la mejor banda de rock and roll en directo de este país en la actualidad es no solo un enorme placer sino también un orgullo de clase, así sin más rodeos.

Uno de los principales hándicaps con los que cuenta un artista de tan dilatada trayectoria suele ser que el público que un día lo seguía incondicionalmente, lucía estética inspirada por su música y compraba todos sus discos, al paso de los años y las vueltas de la vida misma deja de hacer todo eso para anclarse en un tiempo, el suyo y no el de su antaño ídolo, que ya no volverá. Ni falta que hace. Ni tampoco las cosas son como eran, con lo cual aquel dicho tan manido de adaptarse o morir pasa a ser directamente un hecho. Puede que la mayoría del público potencial actual de Loquillo acuda a sus conciertos para escuchar exclusivamente “El ritmo del garaje”, “El rompeolas”, “Rock suave”, “Carne para Linda”, “La mataré” o “Cadillac solitario” y olvidarse a propósito de que hay mucho más a partir de ahí, y que este señor ha grabado pequeñas obras de arte como Balmoral, que luce con bravura en el rock a plomo de “Sol”, “Línea clara” y la imprescindible “Cruzando el paraíso”, la eterna mano tendida al dios Johnny Hallyday que ahora hermana con otro arcángel personal: Jean Paul Belmondo, recientemente ascendido al olimpo en el que en verdad siempre estuvo. A los clásicos la banda les pone acentos distintos, creando atmósfera de club entre tanta descarga eléctrica y estirando tempos para hacer nuevas canciones dentro de las mismas. No se podrá decir que todo ese racimo de clásicos incontestables suenan igual que cuando algunos y algunas se moceaban en las giras que los trajeron hasta aquí. Y ahí precisamente está su grandeza, en reivindicarse como “El último clásico” impulsado por una locomotora de alta precisión como la de “Los buscadores” (una de las mejores letras de su producción reciente) o la esencia barrial de “La vampiresa del Raval”, uno de los regalos que Marc Ros, líder de Sidonie, le hizo a su amigo el Loco para que él lo cantase no mejor, sino con más autenticidad.

 

Con más humildad de la que sus detractores le objetan, deja espacio más que suficiente a una banda capitaneada por su productor y mano derecha Josu García y marcada por el espectacular Igor Paskual y el no más discreto Pablo Pérez, las tres guitarras mejor compenetradas del momento; al recuperado bajista Alfonso Alcalá, que aporta un color diferente a todo lo que toca; a los teclados de Gabri Casanova, más necesarios de lo que podría pensarse; y a la presencia poderosa de Laurent Castagnet, el gabacho fiel y hombre de confianza para sus asuntos de la percusión. Todos intercambian posiciones, dan vueltas y más vueltas, arropan y dan espacio al jefe, se unen y se responden en una clase magistral de poderío roquero. Y en un set list que alterna perfectamente lo que el grueso de la audiencia ansía escuchar con lo que es preciso cantar ahora, se pasean por el “Planeta rock” con todo el derecho del mundo a reivindicar esa “Rock and roll actitud” que a otros les falta en el fondo y les sobra en la superficie. Para que se sepa, se debe decir bien alto que aún peor que el miedo es el silencio, y que ser “El hijo de nadie” te hace trabajar desde abajo y llegar a unir a multitudes al grito de “Salud y rock and roll” y proclamar un inapelable “Creo en mí” que reajuste las tuercas de la máquina que un día fue, y aún es, la que lo ascendió a la categoría universal de “Rey del glam” después de creer en “La mala reputación” que otro amigo, poeta para más señas, llamado George Brassens, instaurara en nuestras vidas para siempre. Aterrizar en “La ciudad de las mujeres” nunca es una mala maniobra, así que solo cabe esperar que antes de la que implique el despegue  definitivo hacia el próximo escenario, salude a Johnny Cash –otro que tal baila- con la personalidad intrínseca a “El hombre de negro” y se mueva de efe en efe en un himno intergeneracional como “Feo, fuerte y formal”. Así de claro, así de duro, así de impresionante.

 

La verdad duele. Puede incluso matar. Decir que ver y escuchar un concierto de Loquillo y su banda en pleno 2021 es una experiencia intensísima puede volar muchas cabezas. Igual los que no están preparados son los dueños de dichas testas. Lo cierto es, y contra los hechos pocos argumentos sirven, que Loquillo está más vivo que nunca, baila con más elegancia que nunca, canta igual de mal que siempre y no pide explicaciones a nadie. Se limita a ser lo que siempre fue: el líder. Por no decir el puto amo.


GALERÍA





















Texto: JJ Stone
Fotografías: Raisa McCartney

Más info:
https://www.loquillo.com/
https://teatrocordoba.es/


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