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viernes, abril 06, 2018

Alberto Montero: "La catedral sumergida" (BCore, 2018)

Con un salto estilístico y cualitativo sin precedentes ni en su historia, ni en la de la música hecha en España, el del Puerto de Sagunto destapa una obra maestra, que lejos de estar sumergida aporta una nueva visión, personal, sobre la relación del pop con la música clásica. 



En verano de 2016, Alberto Montero se sentía más que satisfecho de los resultados de su "Arco Mediterráneo" (BCore, 2015). Su tema "Madera muerta" suponía la mayor proximidad a un hit que había experimentado su autor y al afrontar la tarea de componer un disco nuevo, la intención era que esa dirección pop que marcaba la citada canción fuera la que guiara a las que estaban por llegar. Pese a que algunas ideas fueron surgiendo, por algún motivo el proyecto no cristalizaba.

Todo se desencadenó una noche oscura frente al mar. Montero estaba con su familia pasando sus vacaciones en la Playa de l'Almardà, lugar pacífico al borde del mediterráneo que pertenece al término municipal de su ciudad de nacimiento, Sagunto (aunque él en realidad es Porteño, no se me vayan a enfadar los de allí). Esa noche, Alberto se sentó solo a contemplar el mar guitarra en ristre. De repente, empezó a pensar en su profundidad, en que la marea le engullía, se apoderaba de él. En ese instante, las notas empezaron a nacer y así surgió "Poseidón", germen  de lo que ha acabado siendo el disco que hoy mismo se edita.

Aquel verano le vi tocar, junto a mi familia, en un bonito sitio situado en esa misma playa. Un pintoresco chiringuito llamado Calipso en el que tocó únicamente armado de su guitarra española. Aquel bonito atardecer fue testigo del estreno de la canción que mencionaba antes. "Poseidón" me voló la cabeza. Me pareció un avance de gigante en su manera de componer. Mira que me habían gustado sus anteriores obras, pero en esta canción había mil puertas que se abrían y mil que se cerraban, mil ambientes y texturas para escoger en cuál te querías refugiar. Un mundo entero metido, o mejor, sumergido, en una canción.
Foto: Patricia Gázquez

Al cabo del tiempo, fue goteando la información. Tanto en redes como de manera personal, Alberto fue dando pequeños retales de información acerca del proceso de gestación de su próximo disco, al que pronto puso título: "La catedral sumergida" sonaba a algo tan sugestivo como la canción que le había escuchado tocar en aquella playa. No podía esperar a saber más. Pronto me enteré de que contaba con la banda de siempre (Marcos Junquera, Xavi Muñoz y Román Gil), pero que también intervendría un cuarteto de cuerda y la idiosincrasia de las sesiones de grabación iba a ser de todo menos rock. Pero nada me preparaba para el resultado.

Cuando Alberto me pasó el disco de manera muy anticipada en navidad, no podía creer lo que escuché. Nos recuerdo a mi mujer, a mi hija y a mí disfrutando por vez primera de él subidos en el coche en dirección a la comarca del Matarraña (Teruel) y la monumental placidez de lo que sonaba por los altavoces del coche combinada con el magnífico paisaje -aunque no fuera marítimo- conformó uno de esos momentos que uno quiere recordar toda la vida. Una felicidad que uno desearía estática, si la vida tuviera mando a distancia con botón de pausa.

La delicadeza de las texturas contenidas en "La catedral sumergida" no riñe en absoluto con esa monumentalidad de su tensión, con la intensidad de su mensaje o las aristas del viaje que propone. Porque no lo duden: aquí hay todo un viaje hacia la profundidad no ya del mar, sino del alma. Un salto al vacío que hay que acometer con valentía, tanto por parte del autor, como del oyente. Se habla mucho ahora de salir de la zona de confort (concepto odioso donde los haya), pero esto... esto es otra cosa.

No nos engañemos, a todos nos gustó tanto "Arco mediterráneo", con sus letras sencillas y sus melodías llenas de belleza psicodélica, que esperábamos con ansia una segunda parte. Y a bien seguro habrá quien se sienta decepcionado ante esta nueva y alejada obra, que poco o nada tiene que ver con el pasado de su artífice. Pero ese no es el público que necesita un creador que no conoce la comodidad y se niega a constreñirse a los dictados de nadie. Alberto Montero nos propone aquí un viaje casi imposible: confiemos, cojamos su mano y vayamos con él.

Poco desvelaré de mis impresiones sobre el contenido del disco. Prefiero que cada uno realice su propia lectura. Sí que diré, que está orquestado de una forma unitaria, tanto por el título y concepto de las canciones, como por la forma en que están estructuradas y ejecutadas, más cercana a la música sacra medieval o a la clásica que al pop convencional (aunque ciertos tintes del mismo permanecen). Es un disco que hay que agarrar con paciencia, pero que cuando al fin queda prendado en ti, te deja pensando cómo es posible que haya un talento tan sobrehumano pisando el mismo suelo que tú.

Lo que ha hecho aquí un músico que ya no tenía casi nada que demostrar es una progresión tan bestial, tan fuera de toda órbita, que me es muy difícil describirla con palabras. Está tan alejado de todo, que simplemente os invito a que os atreváis a disfrutar la aventura que es sumergiros a contemplar esta monumental catedral. Las palabras obra maestra se inventaron para cosas como esta.

Enlace al disco en spotify: spotify:album:7mbbEM9OtESDu07rQ6uPxT

Vídeo de "Poseidón":


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