Al Di Meola - Gran Teatro (Festival de la Guitarra). Córdoba, 10.07.12
Bajo la etiqueta de Festival de la Guitarra se suele dejar
margen a ciertas licencias, casi siempre bajo la excusa del paraguas económico
necesario para capear tantos temporales que a duras penas permiten sobrevivir a
un evento al que la vitola de clásico le empieza a venir como anillo al dedo. Varias
tropelías se han cometido al respecto, pero tampoco vamos a hablar de ellas, más
allá de plantear una cuestión con múltiples posibles réplicas y el silencio
como única respuesta prudente: ¿era necesario incluir a Alejandro Sanz en el
cartel? Porque lo de Fito, el músico que siempre está de moda, se puede llegar
a entender… En fin, disculpad la introducción, pero tenía que citar a algún “artista-cegador-de-masas”
para que algún otro “lector-que-solo-lee-lo-que-le-interesa” piense en comentar
esta entrada sin otro pueril objetivo que el de atacar a este humilde cronista
y ganarse unos aplausos que solo repicarán en su mente y en la de otros pseudo trolls que se aventuren a pasarse por
esta página al olor de la sangre. Por eso intentaré no hacer más, pero solo por
ahora.
A lo que vamos. Que Al Di Meola, un virtuoso guitarrista
ítalo-americano (sí, como la familia Corleone, Capone, Soprano y tantas otras
de perfil cinematográfico) completamente alejado estética e intelectualmente de
la cosa nostra, ofreció uno de los
mejores recitales que se recuerdan en los aledaños del festival, y eso que lo
tenía difícil. Será el amor que le tiene a esta tierra, a la que vuelve cuando
la mayoría inicia la migración hacia latitudes más húmedas y menos próximas al infierno
en la tierra, inmisericordes temperaturas mediante. O será que su talante
mesurado, con maneras y voz de galán de culebrón californiano, contrasta sin el
menor problema con el clima tradicionalmente pasional de un público ya
acostumbrado a que durante el mes de julio pongan a prueba su listón personal
de conciertos inolvidables. Este, aunque bonito, muy bonito, cumplió las
expectativas solo parcialmente. Me explico.
Di Meola es un músico serio, complaciente en el escenario
gracias a su extraordinario dominio de las seis cuerdas y una vertiginosa
velocidad en sus recorridos por el mástil, pero (una pega común a este tipo de artistas)
exageradamente frío en la comunicación con la audiencia, a la que intenta
introducir mínimamente unas canciones que en unos casos no necesitan demasiada
presentación (la actual gira está basada en el repertorio de los Beatles, a su
manera, claro) y en otras la hacen superficial (su discografía es tan amplia y el
desarrollo de los temas en directo tan variable que nadie podría explicarlo con
precisión). Intenta mostrarse cercano, con el deje algecireño que le enseñó su
mentor Paco de Lucía al pronunciar un racial “buenas noches” y agradecer, como colofón, a España en general y
Andalucía en particular la internacionalización de la guitarra española, sin la
cual ni él ni muchos otros habrían podido grabar algunas piezas básicas de su
carrera. Incluso bromea al reconocerse inspirado por Lady Gaga, of course, en otra exhibición de poderío
como ‘Turquoise’. La Germanotta debería sentirse orgullosa, no obstante. Todo
dentro del guión y de un escenario inmaculado para que todo suene en su sitio:
el acordeón omnipresente del maestro Fausto Beccalossi, director de una banda
que completan el percusionista Peter Kaszas y la guitarra adicional de Kevin Seddiki, siempre en un segundo pero recio segundo plano. Así, con una
maquinaria aparentemente escasa, pusieron a punto los aromas africanos de ‘Morocco fantasia’, una monumental sinfonía que comenzó a apuntalarse en la habitación
de un hotel en Rabat, con la ayuda de un iPhone como soporte de urgencia para
iniciar sus formas sonoras. Jazz racial, sonatas orientales, apertura de formas
y clasicismo universal. Clavando cada nota, enfatizando cada acorde, impregnando
de pureza cada afinación. La perfección, esa palabra tan amada por algunos como
temida por muchos otros. Quizás ahí radique el quid de la cuestión, en la suma
perfección.
Del cuarteto de cuerda hablamos ahora, cuando le llega el
turno a los húngaros que arropan con violas, cellos y violines las fantásticas
revisiones de unos temas insuperables. Y precisamente por eso, por su
imbatibilidad a través de las épocas, se muestran maleables, adaptados a los
tiempos y los estilos (si hablamos de la infinidad de tributos, homenajes y
extraños maridajes con los cuatro fantásticos de Liverpool aburriríamos al
respetable) y radiantes vistiendo cualquier traje nuevo. Di Meola ha viajado a
Londres, se ha metido en los estudios Abbey Road, donde en su mayor parte se
labraron estas joyas, y ha intentado rebobinar al máximo sus motivaciones. No
en vano él mismo afirma que de no haber escuchado a los Beatles y haber
descubierto con el tiempo, como muchos de nosotros, que en esa década
maravillosa en la que existieron como banda regalaron al mundo un asombroso
legado musical, hoy puede que otro gallo le cantara. Era cuestión de tiempo que
comenzase a trabajar en un disco como ‘All your life’, y justo es que pase a
ser uno de los trabajos que más poso deje en su memoria sentimental. También es
cierto que siempre echaremos de menos a ‘Penny Lane’, por ejemplo, sobre todo por
tratarse de un tema redondo y porque de los catorce temas incluidos en el tracklist original solo la mitad se ven
defendidos en directo. Y como hay muchas cuerdas en juego, mejor centrarse en
los que ya las traían incorporadas de serie. Por eso no nos sorprendemos de que
abra fuego con ‘Being for the benefit of Mr. Kite’ ni de que continúe con ‘Strawberry fields forever’, ambas barbaridades incluidas en el monstruoso ‘Sgt. Pepper’s lonely hearts club band’, declarado patrimonio de la humanidad desde hace casi
cincuenta años. Lo que sí es más digno de aplauso y símbolo inequívoco de que
la labor londinense no ha sido superficial es que afronte una incontestable
versión, por arriesgada, de ‘I will’, un tema “menor” (ojalá todos los temas “menores”
de cualquier solista o grupo fueran así de valiosos) incluido en el álbum
blanco o que dote de matices étnicos a ‘I am the walrus’ y ‘Eleanor Rigby’,
sendas lindezas que hablan elocuentemente de la habilidad y recursos de un
músico como Di Meola. ‘A day in the life’ y ‘And I love her’, en cambio, suenan
mucho más obvias y evaden la emoción cuando se entregan a la improvisación
propia de los ambientes jazzísticos a los que su autor está acostumbrado.
Esa incontinencia, la tendencia a la divagación instrumental
y el vuelo libre –siempre controlado, eso sí- sin anclaje a la base es lo único
que se puede volver en contra de la unánime ovación que al final, con el
inevitable ‘Mediterranean sundance’ que en 1980 grabó para el directo ‘Friday night in San Francisco’, nos recuerda que este hombre estaba allí, sentando cátedra a
través de la alianza con el citado Paco de Lucía y otro tótem del jazz-fusión,
el ilustre John McLaughlin. Los ases en la manga hay que ocultarlos siempre
hasta la última jugada. Esta, en cambio, no será la última crónica sobre un
evento que gana año tras año y que nos hará seguir huyendo, me temo, de las batallas
ganadas de antemano y de las reseñas carentes de espíritu crítico con las que
comulgarán los que siempre invierten tiempo y dinero en el territorio cómodo,
familiar, alejado de sobresaltos y del mínimo resquicio de aprendizaje. En
resumen, que al menos yo no hablaré de otro concierto de Fito y Fitipaldis. Con
todos mis respetos, señor Cabrales.
Texto: JJ Stone
Fotografías: FTP Gran Teatro de Córdoba
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